"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

miércoles, 4 de abril de 2012

LA HUMANIDAD ENTERA INVITADA A PARTICIPAR DE LA RESURRECCIÓN


Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
DOMINGO DE PASCUA
- 8 de abril de 2012 -

Démonos cuenta de que hoy, para los cristianos, es el día más grande de todo el año, es la Fiesta de las fiestas; el día en el que Jesús ha vencido la muerte y ha resucitado, abriendo la posibilidad de que nosotros, la humanidad entera y el mundo en que vivimos, también participemos de la vida nueva de la resurrección. Jesús, con su resurrección, responde a todos los interrogantes de la humanidad. Proclamamos que Jesús está vivo y que nos acompaña en nuestra vida. Se dice normalmente que, en este mundo, todo tiene remedio menos la muerte… Para los cristianos, la muerte, no sólo  tiene remedio, sino que es el comienzo de una vida totalmente nueva. Para los cristianos, la humanidad entera está llamada a la resurrección. Era muy difícil, para los apóstoles y para todas las personas que contemplaron la pasión y muerte  de Jesús, pensar que, toda aquella tragedia, iba a acabar  en la victoria más grande. La misma pasión y muerte de Jesús, ya era una gran victoria, porque era la manifestación de amor más grande que se ha conocido en la historia. Pero ese triunfo se manifiesta, hoy, en la mañana de Pascua.

En la primera lectura, Hechos 10, 34. 37-43, Pedro da testimonio, con firmeza, de la resurrección de Jesús, y del encargo que ha recibido, él y todos los que han convivido con Jesús, de anunciar esta Gran Noticia, de la resurrección, de la victoria sobre la muerte, el peor enemigo de la humanidad. Efectivamente, a Jesús lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día, y ha comido y bebido con aquellos que creyeron en él. Había que estar muy seguro de la resurrección para anunciar este acontecimiento, cuando en aquella sociedad, peligraba la vida de los que se manifestaban partidarios y seguidores de aquel, que habían ajusticiado. Algo así como comprometerse en la acción por la democracia en un país donde manda un dictador tirano y violento. Nosotros recordamos a todos los discípulos de Jesús como las personas, que han vivido la resurrección y que han dado su vida por anunciar la resurrección de Jesús,  porque estaban convencidos de que ellos iban a experimentar la resurrección de su maestro.
En el salmo 117, que rezamos después de esta lectura, cantamos con fuerza: “Este es el día en actuó el señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Es un canto a las maravillas que Dios ha obrado liberando a su pueblo y, sobe todo, resucitando a Jesús, a quien habían condenado y ejecutado, y haciéndolo  centro y eje de la humanidad y de la historia. Igual que a Jesús, a los que el mundo pone en el último lugar, Dios los coloca en el puesto más alto.
En la segunda lectura, Colosenses 3,1-4, Pablo, suponiendo que los cristianos se dan cuenta de que el Bautismo es morir y resucitar con Cristo, invita a todos los miembros de la comunidad cristiana de la ciudad de Colosas (invita a toda la Iglesia), a ser consecuentes con su Bautismo. “Si habéis resucitado, con Cristo, buscad los bienes de arriba” (los bienes que valen la pena, los auténticos valores, el amor gratuito y para siempre). Hoy es el día de nuestro Bautismo, hoy renovamos nuestro Bautismo.  
Después de morir Jesús, lo que hizo no fue “revivir”, es decir, volver a la vida que antes había tenido, sino comenzar a vivir una vida totalmente nueva, una vida liberada de todas las limitaciones, necesidades y peligros que tiene cualquier vida humana. Una vida totalmente libre para el amor y la felicidad.
Esta es la vida de Dios, y a esta vida está llamada la persona que cree en Jesucristo, porque la ha recibido en el Bautismo, por la fe y la unión en aquel que ha muerto y ha resucitado.
Esto quiere decir que resucitar es dejar a un lado el egoísmo y todo lo que nos encierra en nosotros, y ofrecer a todos el amor más gratuito y desinteresado a todas las personas que nos encontremos. El que no ama está muerto. Vive el/la que ama de verdad.
El Evangelio, Juan 20,1-9, nos cuenta la visita de María Magdalena a la tumba de Jesús y su sorpresa al ver que la losa que cerraba el sepulcro estaba quitada; y su visita a Pedro y al otro discípulo, para decirles que algo raro había ocurrido, que, al parecer, se habían llevado del sepulcro al Señor. Después de escuchar a María, salieron a toda prisa, Pedro y el otro discípulo, hacia el sepulcro.  Y vieron el sepulcro vacío, con las vendas y el sudario por el suelo. Entraron, vieron (no vieron nada, sólo el sepulcro vacío) y creyeron, pues hasta entonces no habían entendido la Escritura que dice: “que él había de resucitar de entre los muertos”. La fe no es ver, es ir más allá de lo que se ve y se toca, es interpretar la realidad, a partir de la Palabra de Dios, es ver el mundo con los ojos de Dios.
Desde aquel momento, Pedro y el otro discípulo comenzaron a entender las Escrituras, y también comenzaron a ver la vida, de otra manera, a partir de la Palabra de Dios, que anunciaba que la vida va más allá de la muerte, que no está encerrada en los límites de lo que se ve, se toca, o se calcula por la razón humana, (sin despreciar, en absoluto, la razón humana).
Pero además, aquellas personas que vieron el sepulcro vacío, comenzaron a ver más cosas: Que el amor no había sido vencido por el odio, que el plan de Dios no había fracasado por el poder y los intereses de aquellos que habían muerto a Jesús, que había sido, precisamente todo lo contrario. El aparente fracaso de la muerte de Jesús, había resultado la salvación de todos, y era el comienzo de una vida sin límites para todos, incluidos los que le habían dado muerte, si eran capaces de abrirse y creer en él.
Los testigos de la resurrección estaban convencidos de que, todo lo ocurrido, no era fruto de la fuerza humana, sino del amor y de la fuerza de Dios. Lo que es imposible para las personas (después de poner de su parte todo lo que puedan y sepan), es posible para Dios. 
Creer en la resurrección, no es sólo creer que Jesús ha salido victorioso del sepulcro, es igualmente creer que, todas las manifestaciones de muerte que existen en este mundo, pueden convertirse en vida, que el paro, la guerra, el hambre, la corrupción y todo lo que esclaviza y destruye la vida humana, puede desaparecer y que la humanidad puede y debe tener un futuro feliz, que otro mundo es posible. Los cristianos no creemos en la muerte, no nos aferramos ni nos encerramos en la muerte, en lo negativo, sino que creemos en la resurrección. Nuestra postura ante la muerte, y ante todos los signos y manifestaciones de la muerte, no es la depresión, o la violencia, o la sumisión, o la aceptación resignada, sino la esperanza, aunque muchas veces esta esperanza se tenga que vestir de paciencia.
Creemos, con todas nuestras fuerzas, en nuestra propia resurrección y en la resurrección del mundo, no sólo en el más allá, sino en una resurrección que comienza ya aquí y ahora, en la vivencia del amor gratuito y desinteresado, que lo da todo para vivir la vida nueva y para hacerla posible en todas las relaciones y circunstancias de la personas y pueblos en este mundo.  
También pensamos que no hay resurrección sin muerte, es decir, sin sacrificio; sin morir a una vida, a un estilo de vida, para vivir otra. Y cuando hablamos de resurrección no nos referimos al bienestar, y a la autoestima, a la visión positiva de la vida. Todas estas cosas son muy interesantes y muy buenas, y nos pueden ayudar. Pero la vida nueva de la resurrección es otra cosa. No es fruto de nuestro esfuerzo, que no hemos de olvidar, sino un don de Dios. Por eso, junto con los apóstoles y con todos los verdaderos creyentes, para vivir la experiencia de la resurrección, nos tenemos que abrir a la Palabra de Dios y a la vivencia de la fe, como hemos visto en las lecturas que hemos proclamado este domingo.
Proclamemos, sobre todo con nuestra vida, que Jesús ha resucitado; y que, el mundo, también ha resucitado con él, aunque los poderes de este mundo se empreñen en mantenerlo muerto.

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