La actual situación de creciente y permanente
desempleo de cinco millones de personas en nuestro país, que afecta
especialmente a los jóvenes, rozando cifras del cincuenta por ciento de
desempleo juvenil, pone en el debate la cuestión de que hay que crear empleo
como sea. La contrapartida, el como sea, es que se va creando -lo dicen los
datos- empleo cada vez de menor calidad: precario, temporal, sin condiciones
objetivas que hagan del mismo un ejercicio de realización personal, con horarios
que dificultan las posibilidades de desarrollar con normalidad la vida
personal, familiar, y social; con sueldos que no llegan para cubrir las
necesidades básicas del trabajador y de su familia, con pocos o ningún derecho
social, con poca o nula protección social. Incluso con la imposibilidad de sindicarse,
si nos atenemos a las recientes informaciones aparecidas en torno al
establecimiento del proyecto "Eurovegas", por ejemplo.
El debate que surge es si se debe aceptar ese
tipo de trabajo cuando existen situaciones de necesidad como las que estamos
viviendo, o si lo procedente es renunciar a esos "trabajos" en tanto
en cuanto no sean trabajos verdaderamente "humanos".
No resulta fácil la cuestión. Responder a la
cuestión lo ha de hacer cada uno, que vive sus propias circunstancias. No
podemos hacer un juicio moral negativo de quien acepta un trabajo precario
porque no se le ofrece otra posibilidad. No es ahí donde ha de situarse el
juicio moral. A esa persona habrá que ayudarla a descubrir las condiciones
reales en las que ha de desarrollar su trabajo, a ser consciente de ellas, a no
adormecerse por el hecho de que ha logrado "cualquier" trabajo; a no
instalarse en la normalidad de la situación, y a descubrir mecanismos con los
que hacer frente a la misma, y con los que luchar por transformarla. A quien
sufre el desempleo, la precariedad, hemos de acompañarles en el camino de
vivencia de su humanidad. Al caído se le ayuda a levantarse. Cuando esté de pié
será el momento de ver en qué medida la caída es por su causa, de ayudarle a
ver las razones que le hacen caer.
Pero el tipo de trabajo que se ofrece y
quienes lo ofrecen en esas condiciones, o quienes no posibilitan -debiendo
hacerlo- condiciones más humanas de trabajo sí deben ser objeto del juicio
moral que comporta esa actuación.
La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda
que no es conforme con el Plan de Dios para el hombre cualquier trabajo, sino
lo que se ha venido en llamar trabajo decente. Cáritas in Veritate en el número
63, nos recuerda que hablar de un trabajo decente es hablar de un trabajo que,
en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o
mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los
trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que,
de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda
discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las
familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un
trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su
voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las
propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que
asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación.
Y nos recuerda, igualmente que al Estado
compete posibilitar las condiciones que permitan desempeñar un trabajo decente.
En el contexto de crisis en que nos encontramos, cambian las formas históricas
en las que se expresa el trabajo humano, pero no deben cambiar sus exigencias permanentes,
que se resumen en el respeto de los derechos inalienables del hombre que trabaja.
(CDSI 319) Derechos de los trabajadores que se basan en la naturaleza de la
persona humana y en su dignidad trascendente (CDSI 301) Por eso el deber del
Estado es promover políticas que activen el empleo, crear condiciones que
aseguren oportunidades de trabajo, estimulándolas donde sea insuficiente, o
sosteniéndolas en momentos de crisis. (CDSI 291), porque una sociedad donde el derecho
al trabajo se anulado, o sistemáticamente negado y donde las medidas de
política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles
satisfactorios de ocupación no puede conseguir su legitimación ética ni la
justa paz social. (CDSI 288, Centesimus Annus 43, Catecismo de la Iglesia 2433)
Los cristianos estamos llamados por fidelidad
a Dios y al ser humano en su contexto vital, a denunciar la falta de
"decencia" del trabajo, y a trabajar para hacer posible la, cada vez,
mayor decencia del trabajo humano en los términos dichos.
La OIT lanzó ese llamamiento para una
estrategia mundial a favor del trabajo decente, que en su día, alentó Juan
Pablo II, y respondiendo al cual se celebra cada 7 de octubre la Jornada
Mundial por el Trabajo Decente. Este año invitando a reflexionar y actuar sobre
cómo hay un drama social tras el desempleo juvenil creciente, tras la
precariedad del trabajo, que precariza la propia existencia. El informe se abre
con las palabras de un comité italiano de jóvenes trabajadores precarios, que dicen:
Somos una generación precaria, desempleada, infraremunerada o que trabaja
gratuitamente y de forma invisible, condenada a depender mucho tiempo de los
padres. La precariedad es nuestro leitmotiv. Vivimos al margen de todos los
derechos: el derecho a estudiar, a una vivienda, a un ingreso digno, a la
salud, a tener relaciones sentimentales, a vivir libres y felices. Y el informe
recuerda también que los jóvenes son más vulnerable a los choques económicos,
siendo los "primeros en ser despedidos" y los "últimos en ser contratados"
en tiempo de crisis. Según la OIT, los jóvenes de los países desarrollados son
los que pagan el precio más alto en esta crisis.
Cáritas in Veritate 64 nos recuerda una
responsabilidad que tenemos frente a "los ojos distraídos de la sociedad"
ante los que "pasa desapercibida -o justificada, o aceptada con
resignación- tantas veces la amarga condición" de los trabajadores. El
trabajo es un bien humano en cuanto reconoce y hace posible la prioridad de la
persona. En esa tarea hemos de empeñarnos, para que sea posible no cualquier
trabajo, a cualquier precio, en cualesquiera condiciones de explotación, sino
un trabajo decente que haga posible la Vida humana que, en definitiva, es la
gloria de Dios, que haga posible "jornadas radiantes" para vivir ante
Dios. Hemos de ser ojos y oídos, y corazón de esta sociedad que está tentada de
aceptar lo que sea, tantas veces cegada ante el sufrimiento humano.
Es ocasión de agradecer y seguir sosteniendo
en la Iglesia el trabajo callado, continuo, encarnado de militantes de los
Movimientos Apostólicos Obreros que siguen haciendo presencia de Iglesia en medio
de las condiciones de vida de los empobrecidos del mundo obrero y del trabajo,
abriendo horizontes de humanización y esperanza.
Hasta mañana en el altar
6 de octubre de 2012
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