"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

viernes, 10 de septiembre de 2010

LA MOVILIZACIÓN DE LOS TRABAJADORES

José Lozano, consiliario Diocesano de la HOAC

La humanidad siempre reacciona y se moviliza cuando sufre alguna calamidad que golpea, o amenaza gravemente la vida de nuestro planeta o de alguna nación determinada. Esta movilización depende de algunas cosas: Que la gente tenga buena información y conozca suficientemente el problema, que tome conciencia de lo que significa esa situación, y que en la sociedad en la que vivimos haya verdadero interés por afrontar y solucionar, dentro de las posibilidades, el problema en cuestión.

Actualmente España tiene 4.600.000 parados. Los medios de información nos han hablado mucho de esta cifra, pero da la impresión de que hay una especie de resignación, de aceptación de esta realidad, como si fuera una cosa más y que no puede solucionarse. Ciertamente han abundado acontecimientos deportivos de primera categoría, y muy difundidos por los medios, que han distraído a la gente de los problemas reales. Pero todavía no se le ha puesto (o con muy poca fuerza) a esta situación el nombre de “catástrofe nacional”, algo así como una “gripe A”, a nivel masivo, o como un “tsunami”, o un terremoto que ha dejado sin medios de vida a una gran parte de nuestra población.

Con motivo de la ley del aborto se han hecho, en diversas ciudades de nuestro país, grandes manifestaciones. Se veía que había que reaccionar ante algo que amenaza la vida. Y también se veía que había que tomar fuerte medidas en la educación de la juventud para ayudar a descubrir y a respetar el valor de la vida. También se ha hecho manifestaciones con motivos ecologistas para preservar el medio ambiente o para evitar la extinción de algunas especies. Todas estas manifestaciones han sido bien programadas y preparadas con toda clase de medios, porque pensábamos que estaba en juego algo tan importante, como es la vida humana y la vida de nuestro planeta.

Nos encontramos ante el hecho del paro que, como todos sabemos, amenaza fuertemente la vida, a todos los niveles, personal, familiar, social y en todos los sentidos. Incluso también influye en la natalidad y en la utilización de medios para evitar nacimientos. Esto lo comprobamos todos los días, los que vemos las personas que acuden a las Oficinas del Inem, a Centros Sociales de la Administración, a las Cáritas Parroquiales, a las Interparroquiales y a las Diocesanas, a la Cruz Roja y a otras instancias de atención asistencial. Está claro que esta situación sobrepasa los límites de una catástrofe nacional, muy superior a un “tsunami”.

¿Cómo es posible que ante una situación como esta, la sociedad, los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones populares de todo tipo, las Iglesias (la Católica y las Evangélicas), no hayamos reaccionado de forma masiva y contundente, desde hace mucho tiempo, para hacer frente al sufrimiento y a la humillación del más del 20% de la población activa? ¿Cómo se explica que valoremos tanto la vida en una ocasiones y tan poco, la misma vida, en otras? ¿Cómo es posible que nos declaremos partidarios de la vida, defensores a ultranza de la vida, comprometidos con todos los medios a nuestro alcance, en la defensa de la vida, y, al mismo tiempo, tan tímidos, tacaños y hasta casi indiferentes, ante el problema del paro, de la inseguridad y las condiciones esclavizantes del trabajo (Ley de Reforma Laboral)? Todo esto nos hace ver el grado de deshumanización, de insensibilidad en el que nos encontramos, y la pérdida de coherencia y de identidad cristiana, para los que nos llamamos cristianos.

Por fin, después de mucho tiempo, los sindicatos han convocado una huelga general para el 29 de setiembre. Por fin parece que ha habido una reacción. Entre otros muchos medios que se pueden utilizar para pedir justicia y cambiar la situación, es un derecho de los trabajadores recurrir a la huelga. No entro en la conveniencia o no conveniencia de una huelga general en estas circunstancias actuales por las que está atravesando el país. No tengo preparación ni me siento capacitado para ello. Lo que sí tengo claro es que los trabajadores, especialmente los que están paro, y los que más van a sufrir las consecuencias de la “Reforma Laboral”, merecen un apoyo, el apoyo más grande. Se esté de acuerdo o no, con los sindicatos y con los partidos y otros grupos que apoyan la huelga, por encima de estas organizaciones están los parados y los están sufriendo las consecuencias, humillantes hasta el extremo, de la precariedad laboral. Los trabajadores, y las organizaciones que los representan, han de ver claro que la sociedad está con ellos, que todas las organizaciones e instituciones de la sociedad están con ellos. Que la Iglesia, que en palabras del Papa Benedicto dice: “La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad, sobre todo, de la comunidad política” (C.V. nº 36), está con ellos, que la Iglesia apoya, con todas sus fuerzas, la vida digna de los 4.600.000 parados, de todos los trabajadores y de cualquier persona que se encuentre en una situación indigna de un ser humano, que para nosotros los cristianos además de ser humano es un hijo de Dios. Algún gesto elocuente deberemos hacer los cristianos y la Iglesia para que quede bien claro, que estamos con los trabajadores, que los problemas y los sufrimientos de los pobres, son nuestros problemas y nuestros sufrimientos. Y no por oportunismo, ni por quedar bien. ¡Dios nos libre! En ese caso no haríamos más que engañar. Tenemos demasiados motivos para actuar, antes que recurrir al oportunismo. Se trata de actuar desde nuestra identidad humana y cristiana, porque, para nosotros, la persona del parado, o de cualquier ser humano, especialmente el que sufre, es la persona del mismo Jesús. ¿No somos partidarios de la vida? ¿No estamos comprometidos en defender la vida desde que se concibe hasta que muere? Pues ahora, además de lo que se está haciendo en Cáritas y en otras instituciones de la Iglesia y de la sociedad, se nos presenta una ocasión (junto con el día a día), para dejar bien claro lo que significa para nosotros la vida de los más pobres, de los más desfavorecidos, de los últimos de esta sociedad, entre los que hay millones de personas venidos de otros países. Debemos dejar claro que lo que queremos para ellos, no son sólo respuestas asistenciales, sino sobre todo soluciones estructurales, justicia y vida digna para todos.

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