Manolo Cope, militante de la HOAC de Orihuela-Alicante.
Después de las elecciones andaluzas y viendo el cariz que van tomando las declaraciones de varios dirigentes políticos, una idea se me va imponiendo cada vez más con claridad: urge “desprofesionalizar” la política.
Y urge que no haya políticos profesionales porque la política es la actividad que las personas desarrollamos para responder a la necesidad que tenemos de vida social. Según respondamos (todos y todas) a esa necesidad, la persona se realiza o se deshumaniza, crece o se deforma. Por este motivo, la política no es ajena a nuestras vidas (aunque en ocasiones pensemos que no tiene nada que ver con nuestra cotidianidad), ni es una cuestión de la que podamos prescindir o delegar en otras personas, ni un mal menor, ni algo optativo en nuestra vida… La política se ocupa del cuidado de la vida (desde el comienzo hasta el fin) y de que todas las personas tengan vida, especialmente las más débiles y pobres. O al menos debería hacerlo. Y el déficit de participación que hemos ido sufriendo, en parte, ha tenido como una de sus causas esta profesionalización de los y las políticas. Esto ha ido suponiendo un alejamiento cada vez mayor de la vida concreta de las personas y por tanto de sus necesidades. Por eso no vendría mal que quien quiera dedicarse a la política tuviera que firmar un contrato que obligara a pasarse por los proyectos de Cáritas, o de otras entidades sociales, al menos una vez al mes. Que obligara también a pasarse por las acampadas contra los desahucios y conocer de primera mano la vida concreta de las familias que van a desahuciar, para humanizarse con el dolor de quienes sufren estas situaciones. La firma del contrato obligará a ser siervos de los pobres y tiranos con los poderosos.
Porque lo que está claro es que ante esta realidad social es necesaria otra manera de concebir, vivir y desarrollar la acción política. Es fundamental que personas y grupos con distintas visiones y concepciones ideológicas, filosóficas y/o religiosas, pero que compartimos un profundo humanismo, podamos dialogar y buscar juntos caminos para desarrollar otra vida social que reconozca la dignidad humana, especialmente de los más empobrecidos.
La Iglesia debemos también, humildemente, contribuir a esa reflexión-acción transformadora que construya fraternidad y comunión en la vida social. Y hemos de hacerlo desde nuestra vida comprometida y ofreciendo, desde el Evangelio y desde nuestra Doctrina Social, principios de reflexión, criterios de juicio y líneas de acción que contribuyan a avanzar hacia una verdadera familia humana.
La fe cristiana aporta una manera de entender la vida social como lugar de encuentro y experiencia con Dios. Los empobrecidos, las víctimas, son el auténtico rostro de Jesucristo. “Os lo aseguro: Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo” (Mt 25, 40). Pero también son presencia de Él todas las iniciativas de cooperación, solidaridad, compromiso por el bien común, lucha por la justicia, indignación… Son semillas de su Reino presentes en nuestra historia. Y, además, la fe nos ofrece un sentido para orientar la necesaria acción política, una manera natural y normal de vivirla y unos principios y criterios desde los que construir, junto a otros, una nueva vida social edificada desde la comunión y la centralidad de los crucificados.
Esos crucificados que esta semana que empieza, vamos a tener tan presentes. Para esos crucificados hemos de anticipar la resurrección, la vida nueva y plena que brota de Dios también mediante la política.
Publicado en "Entre paréntesis"
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