Las razones que el Papa Benedicto XVI ha
manifestado para renunciar al ministerio petrino, asumido hace casi ocho años,
nos tiene que hacer pensar.
No tiene nada de extraño que por ser el Papa sucesor de San Pedro y, por
tanto, con la responsabilidad suprema sobre toda la Iglesia, su decisión haya
causado una gran sorpresa e, incluso, cierta conmoción.
Con todo, y aunque su decisión reviste una particularidad única por ser
«principio y fundamento de la unidad » en la fe, sin embargo, su decisión nos
recuerda aquellas razones por las que los obispos presentan su renuncia al
cumplir los setenta y cinco años; es decir, no tener las fuerzas necesarias, a
causa de la edad avanzada y la merma de las facultades a ella irremediablemente
anejas, para cumplir con las mejores garantías la misión que se les ha
encomendado al servicio de la Iglesia.
Pero no es esta «asimilación» del obispo de Roma a los demás obispos lo
que, tras una primera reflexión, más nos ha llamado la atención. Lo impactante
de su decisión con los motivos aducidos por él está para nosotros en lo que ello
parece significar. Dicho con la mayor brevedad posible: más importante que la
persona que en un momento determinado haya de asumir el ministerio de Pedro, es
que este ministerio imprescindible, pueda ser realizado para el bien de la
Iglesia. Una Iglesia, que con el paso de los siglos ha llegado a abarcar todos
los continentes, no puede menos –nos está diciendo el Papa–, que reinventar,
para los nuevos tiempos, la manera «práctica» de llevar a cabo la configuración
del ministerio petrino, el ministerio del siervo de los siervos de Dios. Tal
cometido será tarea del próximo Papa, Dios mediante, al que no va a faltarle la
ayuda de todo el Pueblo de Dios.
Vendrán otras reflexiones sosegadas, pero no podemos dejar de agradecer en
este momento su magisterio y su aportación a la Doctrina Social de la Iglesia,
sobre todo en sus tres encíclicas: «Deus Caritas Est», («Dios es amor»); «Spe
Salvi», («La esperanza que nos salva»); «Caritas in Veritate», («La caridad en
la verdad»). En ellas, Benedicto XVI ha resaltado el carácter comunitario y social
de la fe cristiana, la participación y comunión fraterna, social y solidaria de
toda la iglesia y la humanidad en Jesús. Nos ha recordado que no se puede
separar el amor de Dios del amor a la humanidad, en especial a las víctimas
donde está el mismo Cristo.
Tampoco se puede separar fe, celebración y ética que se manifiesta en amor-caridad
y en justicia con los empobrecidos. Este amor-caridad, con su carácter institucional
y político, es inseparable del testimonio, del compromiso por la justicia
social y del bien común universal, que se concreta en la defensa y promoción de
la vida y dignidad de la persona.
Espiritualidad y ética son el marco de fondo y las claves orientadoras de
todas las actividades humanas. También de la política y la economía: finanzas,
empresas y mundo del trabajo, comercio y técnica, etc... Frente a la actual globalización
del capitalismo neoliberal, Benedicto XVI nos ha recordado que «la exigencia de
la economía de ser autónoma, de no estar sujeta a «injerencias» de carácter
moral, ha llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos incluso de
manera destructiva. Con el pasar del tiempo, estas posturas han desembocado en
sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de la
persona y de los organismos sociales y que, precisamente por eso, no han sido
capaces de asegurar la justicia que prometían», («Caritas in Veritate, 34»).
Por tanto, entendemos, que estas instituciones tienen que estar basadas y
reguladas por un referente espiritual y moral, por la sociedad civil y las
instituciones públicas.
Esta es la valoración que hacemos tras la inesperada, valiente e histórica
decisión anunciada el día 11 de febrero por nuestro Papa Benedicto XVI. ¡Ojalá
no olvidemos su «última homilía»!
Comisión Permanente de la HOAC
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