En 1955 Pío XII
introduce en el calendario oficial de la Iglesia la festividad de San José
Obrero como patrón de los trabajadores,
el día 1º de mayo. De este modo otorga sentido cristiano a una fecha muy
significativa para el mundo obrero y del trabajo. El mismo Pío XII dirigiéndose
a los trabajadores reunidos aquel día en la Plaza de San Pedro decía que
"el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la
Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de
vosotros y de vuestras familias".
Al año siguiente,
monseñor Montini convoca, para el 1º de mayo de 1956, una gran concentración de
obreros católicos de todo el mundo en Milán, con la colaboración de las
Asociaciones Católicas Italianas y la Federación Internacional de Movimientos
Obreros Católicos. A esta celebración asisten representantes españoles de la
Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y de la Juventud Obrera Cristiana
(JOC). El escenario elegido es la gran Plaza del Duomo, donde van llegando los
obreros que portan banderas y estandartes en representación de los distintos
países, para participar en la primera celebración de una nueva fiesta sagrada
de «redención del proletariado».
Faltan pocos días para
volver a celebrar la fiesta de San José Obrero, el 1º de Mayo. Las fiestas
sirven especialmente para hacer memoria agradecida del pasado y para afrontar
con esperanza el futuro.
La "dignidad del trabajador"
Los creyentes,
especialmente los cristianos trabajadores, nos acercamos a esta fecha haciendo
memoria de su origen: el ensalzamiento de la "dignidad del
trabajador".
La crisis está golpeando
duramente a las familias trabajadoras. El desempleo, el endeudamiento, los desahucios,
etc. hacen que vivamos con miedo y falta de esperanza.
Hoy, como en otros
momentos de la historia, necesitamos profetas que nos digan que el trabajo
perdido, los salarios no cobrados, las oportunidades dilapidadas para nuestras
familias han llegado a oídos del Señor.
Urge preguntarse cómo
vivimos, cómo consumimos, qué hacemos con los ahorros, qué uso le damos a
nuestros bienes, cómo empleamos el tiempo, cómo desarrollamos nuestro trabajo.
Las parroquias, las
comunidades, los movimientos, todos y cada uno de nosotros no podemos quedarnos
indiferentes ante tanto dolor, tanta angustia y desesperación. La fe en el
Resucitado nos empuja a salir de nosotros mismos y, junto a otros, hacer
visibles las experiencias de comunión, de convivencia, cooperación y
fraternidad, a unir amor y justicia y poner a las víctimas en el centro de
nuestras preocupaciones y acciones, a ejercer la caridad política.
En esta fiesta de San
José Obrero, fiesta de los trabajadores y trabajadoras, vamos a comprometernos
con la justicia y la caridad para así poder ensalzar la "dignidad del
trabajador".
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