Os invitamos a leer y a sentiros interpelados por este mensaje de ElíasRoyón:
Queridos hermanos y hermanas:
Quisiera saludaros al inicio de un nuevo curso,
que el Señor nos ofrece para seguir "gastándonos y desgastándonos"
por el Evangelio (cfr 2 Cor 12,15) llevando la esperanza de Jesucristo a
nuestro mundo.
Con mi saludo deseo compartir con vosotros y
vosotras algunas reflexiones sobre la situación que más preocupa a nuestra
sociedad y que está afectando ya a un número dramático de personas y
familias: la crisis económica y social. Una situación que nos afecta
como ciudadanos y de modo particular como hombres y mujeres seguidores de Jesucristo,
pobre y amante de los pobres, que ha proclamado la igualdad y la
fraternidad entre todos los hombres. A este Jesús hemos prometido imitarle con
una vida pobre y una entrega gratuita para servir a sus predilectos.
Es justo reconocer que a niveles institucionales
y personales, la Vida Religiosa está respondiendo con gran generosidad,
de mil maneras diversas, a tantas urgencias y tantas tragedias, cuyas lágrimas
y angustias conocemos bien, cuyos nombres y apellidos son para nosotros rostros
concretos, más allá de una solicitud burocrática de ayuda.
Comprendemos bien que llamados a ser testigos de
Jesucristo en esta Iglesia y esta sociedad, no podemos permanecer
insensibles ante una sociedad que egoístamente ha desplazado a los márgenes a
aquellos que para Jesús son el centro. "Hoy Dios nos sigue pidiendo
que seamos guardianes de nuestros hermanos..." (Benedicto XVI, Cuaresma 2012),
y que preguntemos con inquietud y libertad evangélica a los responsables de
la toma de decisiones si se están repartiendo justamente las cargas, si se
busca con eficacia y creatividad poner realmente todos los recursos posibles
para remediar lo que ya son necesidades primarias como el comer y la salud; si
la honradez, la integridad y la verdad presiden siempre las actuaciones de los
políticos. (Intención del Papa para el mes de septiembre del Apostolado de la
Oración).
Como cristianos y religiosos no podemos ser
ajenos al compromiso con la justicia que nace de la fe en Jesucristo; no
acoger a los que más sufren los efectos económicos y morales de la crisis: las
familias. La caridad nos debe llevar a denunciar las injusticias en el reparto
de sus consecuencias; a ser palabra de los obligados de mil maneras a callar; a
proteger a los que hemos dejado "sin papeles" arrebatándoles su
dignidad de personas, de hijos de Dios; a ser consuelo para los que viven en el
abandono y la soledad, y esperanza para los jóvenes desilusionados y frustrados
de tantas vanas promesas sociales y políticas.
Tal vez nos podría ayudar reflexionar en los
equipos de trabajo pastoral y en las comunidades sobre estas dos cuestiones: la
compasión humana hacia la persona que ayudamos y sobre nuestra pobreza
religiosa.
Efectivamente, nuestra acción caritativa y social
no respondería a la dimensión evangélica si no integrara una cercanía
compasiva a las personas, si no nos interesara y compartiéramos sus
sentimientos, su vida. Jesús cautiva a la muchedumbre porque tiene un corazón
compasivo, porque se le conmueve las entrañas ante el dolor y el sufrimiento
humanos.
La situación de crisis debería ser leída por
nosotros como "un signo de los tiempos," una palabra de Dios, una
llamada a la reflexión orante respecto a nuestra pobreza religiosa. No
vivimos con largueza pero sí lejos de las carencias de muchos. Que no
solo ayudemos con la presencia, sino también compartiendo nuestro poco,
nuestros cinco panes y nuestros pocos peces. Aquel joven del evangelio no sabía
que Jesús los multiplicaría, sólo supo poner a disposición de los demás lo que
tenía. En nosotros no cabe hablar de "recortar" tantos por cientos,
sino de una voluntad decidida y eficaz de solidaridad evangélica que nos
lleve a compartir lo que se tiene, llegando en ocasiones a hacerlo incluso de
lo necesario. No lo dudemos el Señor sabrá multiplicarlo.
Todos necesitamos convertir el corazón. Y
es que la injusticia hunde sus raíces en un problema que es espiritual. Por eso
su solución requiere una conversión espiritual del corazón de cada uno y una
conversión cultural de la sociedad, de tal manera que prevalezca la voluntad de
cambiar las estructuras de pecado que afligen a nuestro mundo.
Elías Royón, S.J.
Presidente de CONFER
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