"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

domingo, 9 de febrero de 2014

LA NECESIDAD DE DIÁLOGO SOCIAL SOBRE LA MORAL

En nuestra opinión lo que más claramente pone de manifiesto la polémica suscitada por el anteproyecto de ley del aborto planteado por el Gobierno del PP es la necesidad que tenemos de crecer en la capacidad de diálogo social sobre la moral, sobre lo que consideramos que nos ayuda o no a crecer en humanidad. Un diálogo importante no solo en este grave problema del aborto, sino en todos los problemas y necesidades sociales. Porque, aunque no se pueden identificar legalidad y moralidad, todas las leyes y todas las decisiones políticas tienen unos presupuestos morales sobre los que necesitamos dialogar para construir una convivencia social más justa y humana. Ese diálogo hemos de hacerlo desde el reconocimiento cordial de que existen, legítimamente, diversas maneras de entender lo que es moral y lo que no lo es. Pero lo que no podemos hacer es eludir esa dimensión moral de la vida y la acción política.
Precisamente esto último es lo que nos parece que se hace cuando se plantea la cuestión del aborto en términos como estos: tenemos una buena ley, una ley de plazos, hecha por el gobierno «progresista» del PSOE, que parte del reconocimiento del derecho de las mujeres a decidir y por eso establece que el aborto es un derecho de la mujer; y ahora llegan estos «retrógrados» del PP y quieren imponer una mala ley, una ley de supuestos, que niega que el aborto sea un derecho; además, esto el PP lo hace para contentar a los sectores más conservadores e imponiendo la moral particular, religiosa, de los sectores más retrógrados de la Iglesia católica.

En este planteamiento hay, al menos, dos afirmaciones que nos parecen más que discutibles: que el aborto sea un derecho y que quienes pensamos y defendemos lo contrario queramos imponer a todos nuestra moral «particular» o «privada». La primera, que el aborto sea un derecho, necesita de una detenida reflexión. ¿Puede ser un derecho de alguien interrumpir el proceso normal de desarrollo de la vida de un ser humano? Nosotros creemos que no. Porque de lo que estamos hablando es de eso, del valor que otorgamos a la vida humana. ¿No merece esto, al menos, un diálogo más detenido, escuchar razones, buscar acercar posturas…? Nos parece que sí. Porque quienes pensamos que el aborto es en realidad un drama, tenemos razones para hacer esa afirmación. Razones morales basadas en la fe en Dios, pero también en convicciones humanistas.
Por eso es tan importante la segunda afirmación: que esto que decimos es una moral particular que no vale a la hora de tomar decisiones políticas. Pero, ¿acaso no lo es la afirmación contraria? ¿Mejor dejamos fuera de la discusión pública las convicciones morales? Nos parece que no. Y aquí está el meollo de lo que queremos plantear: no podemos expulsar del debate público las cuestiones morales diciendo que son cuestiones «privadas». Porque, entonces, ¿sobre qué bases construimos la convivencia social?, ¿desde qué bases afrontamos los problemas y necesidades sociales? Claro está que en la sociedad existen diversas convicciones morales. Y este hecho es una riqueza. Pero solo si les reconocemos su valor público (no solo privado, como si todo se arreglara estando simplemente unos junto a otros desde la más absoluta indiferencia a las convicciones de cada cual), lo que pueden aportar para buscar juntos, desde el diálogo, lo que más nos pueda acercar a lo que es humano y humanizador. Por eso, lo primero que hemos de evitar es descalificar de entrada las posiciones de los otros con palabras altisonantes, cosa que por cierto suele ocurrir en el debate del aborto con mucha frecuencia y desde distintas posturas. Pero lo más importante es que si renunciamos a esa búsqueda común desde la diversidad se debilitan profundamente las bases morales de la convivencia social y, entonces, sencillamente se impone en todo la ley del más fuerte, una lógica puramente pragmática y utilitarista, y los más débiles siempre tienen así las de perder. La deshumanización que esto provoca es enorme. E, insistimos, no solo con el aborto, sino con todos los problemas sociales: ¿qué ha ocurrido si no con la idolatría del dinero que domina nuestra economía?
Si tuviéramos más en cuenta la necesidad de esta deliberación moral de carácter público, seguramente avanzaríamos en dos aspectos importantes. En primer lugar, buscaríamos entre todos la construcción de una ética civil a la que podríamos y debiéramos apelar en este debate del aborto y en otros muchos de carácter social, que también afectan directamente al derecho a la vida, a una vida digna para todos. En segundo lugar, caeríamos mejor en la cuenta de que, siendo importante la regulación legal del aborto, hay algo que es mucho más importante aún: buscar poner las mejores condiciones para hacer posible la vida, una vida digna. Avanzar en esa dirección ayudaría mucho a que cuantas menos mujeres mejor se vieran enfrentadas al drama del aborto. Porque todos podemos estar de acuerdo en que la vida es un valor fundamental a reconocer, defender y promover.

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