En nuestra opinión lo que más claramente pone de manifiesto
la polémica suscitada por el anteproyecto de ley del aborto planteado por el
Gobierno del PP es la necesidad que tenemos de crecer en la capacidad de
diálogo social sobre la moral, sobre lo que consideramos que nos ayuda o no a
crecer en humanidad. Un diálogo importante no solo en este grave problema del
aborto, sino en todos los problemas y necesidades sociales. Porque, aunque no
se pueden identificar legalidad y moralidad, todas las leyes y todas las
decisiones políticas tienen unos presupuestos morales sobre los que necesitamos
dialogar para construir una convivencia social más justa y humana. Ese diálogo
hemos de hacerlo desde el reconocimiento cordial de que existen, legítimamente,
diversas maneras de entender lo que es moral y lo que no lo es. Pero lo que no
podemos hacer es eludir esa dimensión moral de la vida y la acción política.
Precisamente esto último es lo que nos parece que se hace
cuando se plantea la cuestión del aborto en términos como estos: tenemos una
buena ley, una ley de plazos, hecha por el gobierno «progresista» del PSOE, que
parte del reconocimiento del derecho de las mujeres a decidir y por eso
establece que el aborto es un derecho de la mujer; y ahora llegan estos
«retrógrados» del PP y quieren imponer una mala ley, una ley de supuestos, que
niega que el aborto sea un derecho; además, esto el PP lo hace para contentar a
los sectores más conservadores e imponiendo la moral particular, religiosa, de
los sectores más retrógrados de la Iglesia católica.
En este planteamiento hay, al menos, dos afirmaciones que
nos parecen más que discutibles: que el aborto sea un derecho y que quienes
pensamos y defendemos lo contrario queramos imponer a todos nuestra moral
«particular» o «privada». La primera, que el aborto sea un derecho, necesita de
una detenida reflexión. ¿Puede ser un derecho de alguien interrumpir el proceso
normal de desarrollo de la vida de un ser humano? Nosotros creemos que no.
Porque de lo que estamos hablando es de eso, del valor que otorgamos a la vida
humana. ¿No merece esto, al menos, un diálogo más detenido, escuchar razones,
buscar acercar posturas…? Nos parece que sí. Porque quienes pensamos que el
aborto es en realidad un drama, tenemos razones para hacer esa afirmación.
Razones morales basadas en la fe en Dios, pero también en convicciones
humanistas.
Por eso es tan importante la segunda afirmación: que esto
que decimos es una moral particular que no vale a la hora de tomar decisiones
políticas. Pero, ¿acaso no lo es la afirmación contraria? ¿Mejor dejamos fuera
de la discusión pública las convicciones morales? Nos parece que no. Y aquí
está el meollo de lo que queremos plantear: no podemos expulsar del debate
público las cuestiones morales diciendo que son cuestiones «privadas». Porque,
entonces, ¿sobre qué bases construimos la convivencia social?, ¿desde qué bases
afrontamos los problemas y necesidades sociales? Claro está que en la sociedad
existen diversas convicciones morales. Y este hecho es una riqueza. Pero solo
si les reconocemos su valor público (no solo privado, como si todo se arreglara
estando simplemente unos junto a otros desde la más absoluta indiferencia a las
convicciones de cada cual), lo que pueden aportar para buscar juntos, desde el
diálogo, lo que más nos pueda acercar a lo que es humano y humanizador. Por
eso, lo primero que hemos de evitar es descalificar de entrada las posiciones de
los otros con palabras altisonantes, cosa que por cierto suele ocurrir en el
debate del aborto con mucha frecuencia y desde distintas posturas. Pero lo más
importante es que si renunciamos a esa búsqueda común desde la diversidad se
debilitan profundamente las bases morales de la convivencia social y, entonces,
sencillamente se impone en todo la ley del más fuerte, una lógica puramente
pragmática y utilitarista, y los más débiles siempre tienen así las de perder.
La deshumanización que esto provoca es enorme. E, insistimos, no solo con el
aborto, sino con todos los problemas sociales: ¿qué ha ocurrido si no con la
idolatría del dinero que domina nuestra economía?
Si tuviéramos más en cuenta la necesidad de esta
deliberación moral de carácter público, seguramente avanzaríamos en dos
aspectos importantes. En primer lugar, buscaríamos entre todos la construcción
de una ética civil a la que podríamos y debiéramos apelar en este debate del
aborto y en otros muchos de carácter social, que también afectan directamente
al derecho a la vida, a una vida digna para todos. En segundo lugar, caeríamos
mejor en la cuenta de que, siendo importante la regulación legal del aborto,
hay algo que es mucho más importante aún: buscar poner las mejores condiciones
para hacer posible la vida, una vida digna. Avanzar en esa dirección ayudaría
mucho a que cuantas menos mujeres mejor se vieran enfrentadas al drama del
aborto. Porque todos podemos estar de acuerdo en que la vida es un valor
fundamental a reconocer, defender y promover.
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