Conclusión.
Rompe la piedra y allí me encontrarás
En esta perspectiva debemos expandir la adoración, pues encontramos a Jesús, Hijo de Dios, en los hermanos más pequeños de la tierra (niños) y en los sufren (cruz) y, sobre todo, en los hermanos con quienes compartimos la Acción de Gracias (Eucaristía). Eso significa que nosotros podemos y debemos adorar a Dios (¡sólo a Dios!) en los niños, y en los que sufren, y en los hermanos, con un gesto de respeto, solidaridad y ayuda mutua (en beso de amor). Ciertamente, Dios se encuentra en todos los seres de la tierra, como indica bellamente un texto gnóstico atribuido a Jesús:
Yo soy el universo:
el universo ha surgido de mí y ha llegado hasta mí.
Partid un tronco y allí estoy yo;
levantad una piedra y allí me encontraréis
(Ev. de Tomás 77).
Ciertamente, el Dios de Jesús está en todas las cosas, pero esta presencia no es igual en todas ellas, pues él se encuentra especialmente en los hombres y, de un modo aún más especial, en los pequeños y perdidos de la historia, en el niño de Belén, perseguido por Herodes, en los hambrientos y encarcelados de Mt 25, 31-46, y es en ellos donde debemos encontrarle y adorarle, adorándole también en la Eucaristía, es decir, en la fraternidad y la comida compartida.Por eso ya no estamos empeñados en romper la piedra y en cortar el tronco, para encontrarle allí con un tipo de microscopio eligioso, pues tenemos un tipo de presencia divina más valiosa e importante. Respetamos a todos los hombres de la tierra, como hermanos de Jesús, hijos de Dios; pero no nos inclinamos ante aquellos que son grandes (poderosos, opresores), porque así pudiera suponerse que Dios se ha revelado a través de su poder o su grandeza. Nosotros adoramos, en un gesto de amor y adoración cristiana, a los pequeños de la historia. En ellos descubrimos la presencia de Dios que viene a revelarse en lo más pobre y deshonrado de la tierra (cf. 1 Cor 1, 27-28).
En ellos le adoramos, en gesto de servicio reverente. Recordemos que a Dios no le podemos adorar, si es que primero no se manifiesta ante los hombres.Por eso, en el origen de ese gesto que aquí estamos presentando no se encuentra una actitud o acción de prepotencia humana (unos hombres que se imponen sobre otros y les obligan a inclinarse, en postración oriental). En el principio está la gracia de Dios que se desvela en Cristo por los pobres; ellos son lugar de Dios, portadores de evangelio, ellos son revelación de la gracia infinita. La respuesta activa de los hombres que adoran a Dios sirviendo a los pequeños viene sólo después, como segundo momento o consecuencia.
Esta actitud de adoración, interpretada como gesto de servicio socio-religioso, ha de vivirse por tanto de una forma gozosa y creadora. Es fuente peculiar de gozo la presencia de Dios en los pequeños, un misterio que sólo hemos venido a descubrir en Cristo, como plenitud escatológica y verdad definitiva de la historia. Debe hacerse fundamento de alegría nuestro gesto de servicio, pues ahora no debemos inclinarnos ante nadie por la fuerza.
Servimos libremente. Dios mismo nos ha dado el privilegio de encontrarle entre los pobres y nosotros podemos responder con voz gozosa: yo quisiera ser feliz, para así hacer felices a los hombres (a los pobres); quisiera tener los ojos bellos, bella el alma, para así expandir belleza entre los hombres que se encuentran a mi lado; quisiera tener mucho, hacerme creador, para crear y expandir así la vida a manos llenas, como el Cristo (cf. Jn 10, 10).
Nota.- El artículo es más extenso (e interesante) podeis leerlo completo (leer más)
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