Pepe Lozano, consiliario de la HOAC
Todos pensamos que, cuando llega el verano, o en otra época del año, hemos de tomarnos unos días de vacaciones. Tenemos claro que, si hemos trabajado durante el año, tenemos que descansar algunos días. Las vacaciones las miramos y son un derecho. Pero, si contemplamos la sociedad en que vivimos, nos damos cuenta de que hay muchas personas que no pueden disfrutar de ese derecho, hay muchas gente, casi la mitad de la población, que no tiene vacaciones. Esto quiere decir que, las vacaciones, aunque son un derecho, en nuestra sociedad, el disfrutarlas todavía son un privilegio. Y hay personas, los parados, que están de vacaciones a la fuerza.
Los cristianos, si tenemos vacaciones, nos planteamos cómo vivir este tiempo desde la fe, miramos a Jesús para todos los pasos que damos en nuestra vida. Para Jesús es importante el descanso, pero sobre todo, lo importante es cómo hemos de vivir el descanso, para qué hemos de emplear el descanso, porque “la persona no está hecha para el descanso, sino el descanso para la persona”.
Estamos convencidos que la ociosidad total y absoluta, la inactividad paralizante, no humaniza la persona. El parar de hacer el trabajo diario y de llevar el ritmo ordinario “en tiempo de curso”, no lo entendemos como desembocar en la inactividad, sino en tener un tiempo para hacer lo que nos gusta o lo que, en conciencia, no hemos podido hacer durante el año.
Jesús veía muy claro que tenía que emplear toda su vida en hacer la voluntad del Padre. Este era su trabajo y también su descanso. Al comienzo de su vida pública se tomó “unas vacaciones” de cuarenta días para estar en el desierto y plantearse a fondo la misión que el Padre le había encomendado. Jesús solía celebrar todas las fiestas que vivía el pueblo de Israel, y asistir a las bodas de amigos y conocidos. En su vida pública tomaba tiempo, junto con sus discípulos para orar, descansar y compartir las tareas que iban realizando en la propagación de la Buena Noticia, aunque también es verdad que si se presentaban personas que necesitaban apoyo, dejaba el descanso y atendía con el cariño más grande a los que se le acercaban. Pero está claro que Jesús no era “una máquina de predicar o de hacer milagros”, sabía “parar”, decir “que no”. Era un hombre libre y nos enseña a mantener nuestra libertad por encima de todo. Mirando a Jesús, los cristianos nos planteamos las vacaciones para descansar, pues lo necesitamos, pero sobre todo para cumplir la voluntad del Padre, para convivir más con nuestra familia y nuestros amigos y sobre todo para comunicarnos más con Dios. Nuestras vacaciones no son “las vacaciones del mundo” (con todos los respetos) que se plantean pasarlo bien no importa cómo. Los cristianos no buscamos el pasarlo bien sino la felicidad, y ésta sólo la encontramos en Dios. Por eso el descanso del cristiano, en la sencillez y la austeridad porque estamos en tiempos de crisis y hemos de solidarizarnos con los que no tienen nada, está encaminado a tener más tiempo de oración, a conocer más a fondo la Palabra de Dios, a revisar su vida a la luz del Evangelio y a hacer, si se puede, unos buenos ejercicios espirituales. Las vacaciones de un cristiano o una cristiana, son unas vacaciones “llenas” de contenido profundamente humano y evangélico. Y cuando se acaban se encuentra con más ganas y con más alegría para emprender otra vez su vida diaria, se encuentra más preparado para afrontar los retos que la vida le va presentando porque en las vacaciones se ha enseñado a convivir con Dios y con los demás, (¿viaje al Tercer Mundo?), a saborear la belleza de la vida y a trabajar para que todos tengan vacaciones.
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