Pep Carmona
Escuela Formación. HOAC Orihuela-Alicante
Un amigo mío anda estos últimos días perplejo y desconcertado ante lo que considera una incoherencia de algunos cristianos. Desde que conozco a mi amigo, hace ahora cincuenta y un años, siempre ha sido una constante en él la solidaridad con los más pobres y los que más sufren, lo que le ha llevado a opciones personales de compartir su existencia junto a la de esas personas desde sus condiciones de vida.
Mi amigo por fidelidad a sus opciones personales y a la gente con la que ha querido convivir, ha conocido entre otras cosas la dureza de la vendimia en Francia y durante unos diez años ha vivido acompañando en un país latinoamericano a ciudadanos que viven unas duras condiciones de vida en medio de una gran pobreza.
De vuelta a España se ha encontrado con la dura realidad de 4.600.000 parados y ha comprobado por su propio trabajo en Caritas y por contactos personales con miembros de Cruz Roja y de los Centros Sociales de la Administración como esta realidad está amenazando la vida personal, familiar y social de quienes están sufriendo las consecuencias de una grave crisis que ellos no han provocado.
Preocupa seriamente a mi amigo la resignada aceptación de esta realidad por parte de quienes no la sufren tan duramente como los que han perdido su trabajo, le escandaliza la resignación con que se aceptan estas situaciones, como si no se pudieran arreglar o como si la única solución fuese adoptar una serie de medidas que restringen derechos y garantías adquiridas tras largos años de lucha por la clase trabajadora y por los más pobres de entre ellos.
Pero sobre todo le duele a mi amigo, que es un creyente coherente con su fe, ver como algunos cristianos permanecen impasibles, contemplándolas con indiferencia como si no fuese con ellos, ante las llamadas a la movilización para protestar porque las medidas hasta ahora adoptadas con motivo de la crisis vayan en la dirección no de corregir los defectos del sistema económico-financiero, que ha generado con sus abusos la crisis, sino en la dirección de recortar derechos adquiridos, de facilitar los despidos, de debilitar los mecanismo de la negociación colectiva y sobre todo de subvertir la escala de valores consolidados en nuestra concepción de la vida social. Le llama la atención la indiferencia ante la sumisión de los valores de la persona a las necesidades de la economía, el sometimiento del trabajo a los intereses del capital, olvidando que “el primer capital que se ha de salvaguardar es el hombre, la persona en su integridad”.
Mi amigo sabe que muchos cristianos se han movilizado en defensa de la vida, cosa que le parece muy bien, pero ve incoherente la despreocupación por la vida de la persona en su integridad. ¿Es coherente movilizarnos por la vida en su inicio y despreocuparnos por la vida en su posterior desarrollo? ¿Es coherente con la defensa de la vida no preocuparnos por las condiciones de vida de 4.600.000 personas? ¿Es coherente poner en la balanza en igualdad de condiciones, e incluso por encima, las “necesidades de la economía” que las angustias y sufrimientos de los que más están padeciendo las consecuencias de la crisis?
Mi amigo concluye en su reflexión que los cristianos deberíamos secundar las movilizaciones y la huelga convocadas por los sindicatos, pese a que reconoce que no se siente ni preparado ni capacitado para calibrar si, como dicen muchos tertulianos en la radio y articulistas de opinión en la prensa escrita, es conveniente o no una huelga general. Sólo tiene claro que los trabajadores, sobre todo lo que están en paro y los que van a sufrir las consecuencias de la reforma laboral, merecen y necesitan saberse apoyados y comprendidos por la sociedad, también por los cristianos.
Creo sinceramente que mi amigo tiene toda la razón. Por eso, respetando otras opiniones y opciones legítimas, yo apoyaré las movilizaciones y la huelga general del día 29. Y lo haré en defensa de la vida.
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