"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

martes, 25 de abril de 2017

ACCIÓN CATÓLICA: DE LA COLABORACIÓN A LA CORRESPONSABILIDAD

Pepe Carmona, Militante de la HOAC de Guardamar del Segura

Cualquier militante de la Acción Católica tiene asumido que su identidad y misión vienen determinadas por lo que conocemos como “las cuatro notas” que consagró el Vaticano II en el punto 20 del Decreto “Apostolicam  actuositatem”.

Gracias a esas notas, los militantes  de cualquier rama de la Acción Católica, sea General o Especializada, se sienten corresponsables en la misión evangelizadora de la Iglesia.
Sin embargo, este sentimiento de corresponsabilidad no siempre existió tal como hoy lo conocemos y sentimos. El Papa Pío XI fue el que dio forma definitiva a la Acción Católica que ya se venía gestando desde Pío X y Benedicto XV, y la definió como “la participación de los laicos en el apostolado jerárquico”.

Pepe Carmona, en el centro de la foto.

Era una Acción Católica muy dependiente de la Jerarquía, si bien hay que entender que Pío XI con aquella excesiva dependencia, además de controlar la iniciativa de los laicos, también  trató de proteger la actividad de los movimientos juveniles católicos de los ataques de los incipientes regímenes totalitarios que trataban de impedir cualquier movimiento juvenil que no estuviese bajo el control de los partidos únicos.

A este respecto, querría traer a colación dos anécdotas que pueden ayudar a entender lo afirmado en el párrafo anterior. Una vivida en mi juventud cuando, al llegar a mi pueblo un joven sacerdote que instauró en la parroquia los distintos movimientos de la Acción Católica, recibió las quejas educadas del Delegado Local de Juventudes quien no entendía la necesidad de instaurar la Acción Católica Juvenil  “cuando en el pueblo ya tenemos implantado el Frente de Juventudes”.

La otra es que, como prueba de la protección que Pío XI quería otorgar a los movimientos juveniles católicos contra los excesos de los partidos únicos, la primera definición de la que hoy conocemos como caridad política”, a la que aluden los obispos españoles en el punto 61 de “Católicos en la vida pública”,  la dio aquel mismo Papa al dirigirse el 18 de diciembre de 1927 a la Federación de Universitarios Católicos de Italia con las siguientes palabras: “El campo político abarca los intereses  de la sociedad entera; y en este sentido es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, de la caridad de la sociedad”. Se ha de hacer constar que, aunque la frase iba dirigida a universitarios católicos, el destinatario indirecto era el mismo Benito Mussolini quien días antes se había quejado ante Pío XI de que los jóvenes universitarios italianos excedieran los límites del apostolado por incidir en la política.


Aquella participación de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia distaba muy mucho de cómo entendemos hoy el apostolado en la Acción Católica.   En los seminarios durante los años cincuenta y sesenta del pasado siglo se manejaba un “Compendio de teología moral”, cuyos autores eran los Jesuitas Arregui y Zalba. En el apartado dedicado a las virtudes, y más en concreto a la caridad, se menciona como un ejercicio de la misma la Acción Católica. En el punto 137 de aquel Compendio se define la AC en sentido amplio comocualquier apostolado ejercido en bien de las almas, trabajando por fundar, extender e intensificar el Reino de Dios, tanto entre los individuos como en las corporaciones de la sociedad”, y en sentido estricto  según la definió Pío XI comoel apostolado de los fieles que consagran su actividad a la Iglesia y de algún modo la ayudan a cumplir su oficio pastoral”.[1]

La simple lectura de esta definición  de la A.C.  formulada por el propio Papa impulsor de la misma, nos indica que hablamos de una A.C.  distinta de la que hoy conocemos. Fieles que con su consagración a la actividad de la Iglesia,  de algún modo la ayudan a cumplir…….
De la lectura de la definición se desprende que la misión de la Iglesia corresponde al Ministerio Pastoral y que los laicos (entonces llamados seglares) de algún modo simplemente ayudaban.  Para confirmar esta afirmación, basta con leer la nota explicativa de los padres Arregui y  Zalba: “La participación de los seglares en el apostolado jerárquico, de que habló varias veces Pío XI, se debe entender no de un elemento integrante de ese apostolado con alguna intervención en el poder de la Jerarquía delegado  a ellos en cuanto al ejercicio, sino de la mera cooperación que han de prestar al apostolado jerárquico, como instrumentos de ejecución.

Es más que evidente que en este caso, como tantas veces suele ocurrir, los padres Zalba y Arregui eran “más papistas que el Papa”.

Aquella Acción Católica respondía a un tipo de eclesiología, derivada del Vaticano I, y que se caracterizaba por su excesivo juridicismo (Iglesia como sociedad perfecta), por una visión desigual según fueses clérigo o laico (Cristo  constituyó la Iglesia como sociedad de desiguales, constituida por la jerarquía y el pueblo; por institución divina en la Iglesia los clérigos son distintos de los laicos” (Canon 107), y por la exclusividad (fuera de la Iglesia no hay salvación).
El Vaticano II propició a través de la Constitución Dogmática Lumen gentium una eclesiología totalmente distinta. A la concepción excesivamente jurídica anterior se opondría una concepción más pastoral (Iglesia Misterio, Iglesia Pueblo de Dios, Iglesia Sacramento de unión entre Dios y los hombres),  de la dicotomía clérigos-laicos se pasaría al binomio comunidad-ministerios resaltando más lo que nos une a todos (por el bautismo participamos del sacerdocio, la realeza y el profetismo de Cristo), y  la anterior exclusividad daría paso a considerar que Dios no hace acepción de personas pues “en todo tiempo y lugar es grato a Dios quien le teme y practica la justicia” (Hechos 10,35))

Como se puede observar, la visión es totalmente distinta. Gracias a esa nueva eclesiología se ha podido decir en la Christifideles laici que los laicos  tienen la misma dignidad que los clérigos en la Iglesia-Misterio (capítulo 1) porque la dignidad nos viene dada a todos por el bautismo (nº 10); que los laicos participamos en la Iglesia-Comunión (capítulo 2)  pues la comunión se configura por la “simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de vocaciones, condiciones de vida, ministerios, carismas y responsabilidades (nº 20); y que los laicos somos corresponsables en la Iglesia-Misión (capítulo 3), corresponsabilidad que se explicita en la “promoción de la dignidad humanan” (punto 37), la “ veneración al respeto a la vida” en todo momento y circunstancia (punto 38), la “libertad para invocar a Dios” (punto 39), trabajando en la familia como “primer campo en el compromiso social” (punto 40), con la “caridad como alma y apoyo de la solidaridad” (punto 41), siendo “todos destinatarios de la política” sin que sean excusa las acusaciones que contra ella se hacen de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción…. (punto 42), situando “la persona en el centro de la vida económico-social” (punto 43), y “evangelizando la cultura y las culturas” (punto 44)

Desde esta eclesiología ya no somos los militantes de Acción Católica instrumentos de ejecución que  meramente cooperan de algún modo para que la jerarquía pueda cumplir su oficio pastoral.  Desde Apostolicam actuositatem 20, sabemos que ser Acción Católica es tener como fin inmediato el fin apostólico de la  Iglesia,  (nota a); asumir la responsabilidad en la dirección de la AC (nota b); trabajar unidos para que se manifiesta mejor la comunión eclesial (nota c), y todo ello “bajo la superior dirección de la propia jerarquía (nota d).

La simple enumeración de las cuatro notas, resumidas brevemente para su mejor memorización, nos pueden hacer perder matices de gran importancia, por lo que puede ser necesario un examen más detallado. Y es que la nota a) no sólo determina que el fin inmediato de la AC es el fin apostólico de la Iglesia, sino que al explicitar ese fin apostólico nos dice que es “evangelizar y santificar a los hombres, formando cristianamente su conciencia, de suerte que puedan imbuir de espíritu evangélico las diversas comunidades y los diversos ambientes”  No es difícil deducir de la evangelización de las comunidades la A.C. General, y de la evangelización de los ambientes la A.C. especializada.

Y de la  nota b) no sólo se deduce  que los seglares asumen la  dirección de sus movimientos, sino que también al realizar esa misión desde  su experiencia  colaboranen el examen cuidadoso de las condiciones en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia y en la elaboración y desarrollo de los programas de trabajo.” Reconociendo lo mucho que se ha avanzado en la Iglesia, creo que este aspecto del examen de las condiciones y elaboración y desarrollo de programas de trabajo, aún hay mucho que profundizar y avanzar.

Pero aún reconociendo esas carencias, nadie puede negar que la Acción Católica ha pasado gracias al Vaticano II de la simple colaboración a la corresponsabilidad.




[1] Los subrayados son míos

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