Pepe Carmona, Militante de la HOAC de Guardamar del Segura
Cualquier militante de la Acción Católica tiene asumido que
su identidad y misión vienen determinadas por lo que conocemos como “las cuatro notas” que consagró el
Vaticano II en el punto 20 del Decreto “Apostolicam
actuositatem”.
Gracias a esas notas, los militantes de cualquier rama de la Acción Católica, sea
General o Especializada, se sienten corresponsables en la misión evangelizadora
de la Iglesia.
Sin embargo, este sentimiento de corresponsabilidad no
siempre existió tal como hoy lo conocemos y sentimos. El Papa Pío XI fue el que
dio forma definitiva a la Acción Católica que ya se venía gestando desde Pío X
y Benedicto XV, y la definió como “la
participación de los laicos en el apostolado jerárquico”.
Pepe Carmona, en el centro de la foto. |
Era una Acción Católica muy dependiente de la Jerarquía, si
bien hay que entender que Pío XI con aquella excesiva dependencia, además de
controlar la iniciativa de los laicos, también trató de proteger la actividad de los
movimientos juveniles católicos de los ataques de los incipientes regímenes
totalitarios que trataban de impedir cualquier movimiento juvenil que no
estuviese bajo el control de los partidos únicos.
A este respecto, querría traer a colación dos anécdotas que
pueden ayudar a entender lo afirmado en el párrafo anterior. Una vivida en mi
juventud cuando, al llegar a mi pueblo un joven sacerdote que instauró en la
parroquia los distintos movimientos de la Acción Católica, recibió las quejas
educadas del Delegado Local de Juventudes quien no entendía la necesidad de
instaurar la Acción Católica Juvenil “cuando
en el pueblo ya tenemos implantado el Frente de Juventudes”.
La otra es que, como prueba de la protección que Pío XI
quería otorgar a los movimientos juveniles católicos contra los excesos de los
partidos únicos, la primera definición de la que hoy conocemos como caridad política”, a la que aluden los
obispos españoles en el punto 61 de “Católicos
en la vida pública”, la dio aquel
mismo Papa al dirigirse el 18 de diciembre de 1927 a la Federación de
Universitarios Católicos de Italia con las siguientes palabras: “El campo político abarca los intereses de la sociedad entera; y en este sentido es
el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, de la caridad de la
sociedad”. Se ha de hacer constar que, aunque la frase iba dirigida a
universitarios católicos, el destinatario indirecto era el mismo Benito
Mussolini quien días antes se había quejado ante Pío XI de que los jóvenes
universitarios italianos excedieran los límites del apostolado por incidir en
la política.
Aquella
participación de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia distaba
muy mucho de cómo entendemos hoy el apostolado en la Acción Católica. En los seminarios durante los años cincuenta y sesenta
del pasado siglo se manejaba un “Compendio
de teología moral”, cuyos autores eran los Jesuitas Arregui y Zalba. En el
apartado dedicado a las virtudes, y más en concreto a la caridad, se menciona
como un ejercicio de la misma la Acción
Católica. En el punto 137 de
aquel Compendio se define la AC en sentido amplio como “cualquier apostolado
ejercido en bien de las almas, trabajando por fundar, extender e intensificar
el Reino de Dios, tanto entre los individuos como en las corporaciones de la
sociedad”, y en sentido
estricto según la definió Pío XI como “el
apostolado de los fieles que consagran su actividad a la Iglesia y de algún
modo la ayudan a cumplir su oficio pastoral”.[1]
La simple lectura de esta
definición de la A.C. formulada por el propio Papa impulsor de la
misma, nos indica que hablamos de una A.C.
distinta de la que hoy conocemos. Fieles
que con su consagración a la
actividad de la Iglesia, de algún modo
la ayudan a cumplir…….
De la lectura de la definición se
desprende que la misión de la Iglesia corresponde al Ministerio Pastoral y que
los laicos (entonces llamados seglares) de
algún modo simplemente ayudaban. Para
confirmar esta afirmación, basta con leer la nota explicativa de los padres
Arregui y Zalba: “La participación de
los seglares en el apostolado jerárquico, de que habló varias veces Pío XI, se
debe entender no de un elemento integrante de ese apostolado con alguna
intervención en el poder de la Jerarquía delegado a ellos en cuanto al ejercicio, sino de la mera
cooperación que han de prestar al apostolado jerárquico, como instrumentos de
ejecución.
Es más que evidente que en este
caso, como tantas veces suele ocurrir, los padres Zalba y Arregui eran “más papistas que el Papa”.
Aquella Acción Católica respondía
a un tipo de eclesiología, derivada del Vaticano I, y que se caracterizaba por
su excesivo juridicismo (Iglesia como
sociedad perfecta), por una visión desigual según fueses clérigo o laico (“Cristo constituyó la Iglesia como sociedad de
desiguales, constituida por la jerarquía y el pueblo; por institución divina en
la Iglesia los clérigos son distintos de los laicos” (Canon 107), y por la exclusividad (fuera de la Iglesia no hay salvación).
El Vaticano II propició a través
de la Constitución Dogmática Lumen gentium
una eclesiología totalmente distinta. A la concepción excesivamente
jurídica anterior se opondría una concepción más pastoral (Iglesia Misterio, Iglesia Pueblo de Dios, Iglesia Sacramento de unión
entre Dios y los hombres), de la
dicotomía clérigos-laicos se pasaría al binomio comunidad-ministerios
resaltando más lo que nos une a todos (por
el bautismo participamos del sacerdocio, la realeza y el profetismo de Cristo),
y la anterior exclusividad daría paso a
considerar que Dios no hace acepción de personas pues “en todo tiempo y lugar es grato a Dios quien le teme y practica la
justicia” (Hechos 10,35))
Como se puede observar, la visión
es totalmente distinta. Gracias a esa nueva eclesiología se ha podido decir en
la Christifideles laici que los
laicos tienen la misma dignidad que los clérigos en la Iglesia-Misterio (capítulo 1) porque la dignidad
nos viene dada a todos por el bautismo (nº 10); que los laicos participamos en la Iglesia-Comunión (capítulo 2) pues la comunión se configura por la “simultánea
presencia de la diversidad y de la complementariedad de vocaciones, condiciones
de vida, ministerios, carismas y responsabilidades (nº 20); y que los laicos somos corresponsables en la Iglesia-Misión (capítulo 3), corresponsabilidad que se
explicita en la “promoción de la dignidad humanan” (punto 37), la “ veneración al respeto a la vida” en todo momento
y circunstancia (punto 38), la “libertad
para invocar a Dios” (punto 39),
trabajando en la familia como “primer campo en el compromiso social” (punto 40), con la “caridad como alma y
apoyo de la solidaridad” (punto 41),
siendo “todos destinatarios de la política” sin que sean excusa las acusaciones que contra ella se hacen de
arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción…. (punto 42),
situando “la persona en el centro de la vida económico-social” (punto 43), y “evangelizando la cultura
y las culturas” (punto 44)
Desde esta eclesiología ya no
somos los militantes de Acción Católica instrumentos de ejecución que meramente cooperan de algún modo para que la
jerarquía pueda cumplir su oficio pastoral.
Desde Apostolicam actuositatem 20,
sabemos que ser Acción Católica es tener como fin inmediato el fin apostólico
de la Iglesia, (nota a); asumir la responsabilidad en la dirección de
la AC (nota b); trabajar unidos para que se manifiesta mejor
la comunión eclesial (nota c), y todo ello “bajo la superior dirección de la
propia jerarquía (nota d).
La simple enumeración de las
cuatro notas, resumidas brevemente para su mejor memorización, nos pueden hacer
perder matices de gran importancia, por lo que puede ser necesario un examen
más detallado. Y es que la nota a) no sólo determina que el fin inmediato de la
AC es el fin apostólico de la Iglesia, sino que al explicitar ese fin
apostólico nos dice que es “evangelizar
y santificar a los hombres, formando cristianamente su conciencia, de suerte
que puedan imbuir de espíritu evangélico las diversas comunidades y los
diversos ambientes” No es difícil
deducir de la evangelización de las comunidades la A.C. General, y de la
evangelización de los ambientes la A.C. especializada.
Y de la nota b) no sólo se deduce que los seglares asumen la dirección de sus movimientos, sino que también
al realizar esa misión desde su
experiencia colaboran “en
el examen cuidadoso de las condiciones en que ha de ejercerse la acción
pastoral de la Iglesia y en la elaboración y desarrollo de los programas de
trabajo.” Reconociendo lo mucho que se ha avanzado en la Iglesia, creo que
este aspecto del examen de las condiciones y elaboración y desarrollo de
programas de trabajo, aún hay mucho que profundizar y avanzar.
Pero aún reconociendo esas
carencias, nadie puede negar que la Acción Católica ha pasado gracias al
Vaticano II de la simple colaboración a
la corresponsabilidad.
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