Han pasado 29 años y persiste su rabiosa actualidad. El 14 de Septiembre del año 81 Juan Pablo II firmaba la que posiblemente haya sido su encíclica mas polémica, la Laborem Exercens, que motivó la publicación de un libro con el sugerente título «¿Está Dios contra la economía?: Carta a Juan Pablo II».
El pasado mes de septiembre ha sido un mes de huelga general. De llamamiento y apoyo a la huelga, por parte de los sindicatos y de los trabajadores que padecemos el zarpazo de la reforma laboral; de acoso y derribo a los sindicatos, por quienes han abrazado las tesis del liberalismo más radical.
Dios ha querido que coincidan en el tiempo el 29 aniversario de la encíclica, la aprobación de la reforma laboral y la convocatoria y desarrollo de la huelga general. Estos tres hechos tienen una misma raíz: son profundamente antropológicos, porque lo que está en juego es el mismo ser del hombre, varón y mujer.
La encíclica empieza con una afirmación que se ha convertido en un lema: «El hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia». Esta afirmación de la Iglesia implica que el pobre, el empobrecido, tiene que ser, de hecho, el centro de la preocupación de la Iglesia porque sólo así se puede verificar que todo hombre es nuestro camino.
Una vez sentada la primacía del hombre sobre todo, la encíclica señala la primacía del hombre sobre los medios de producción, la primacía del trabajo sobre el capital y la primacía de la ética sobre la técnica. Años más tarde, el Cardenal Ratzinger afirmaba: «A partir de aquí se esclarecen las grandes cuestiones actuales de la problemática social en contraposición crítica tanto con el marxismo como con el liberalismo».
La encíclica señala que la pobreza tiene una raíz estructural (LE.8) y que el trabajo, la confrontación entre capital y trabajo, sigue siendo la clave de la cuestión social (LE 3). Son muchos los criterios que se proponen para humanizar el trabajo, destacamos dos: La prioridad del trabajo sobre el capital (LE 12), prioridad que es efectiva en la medida que el capital está al servicio del trabajo; de donde se desprende, segundo criterio, que el derecho de propiedad no es absoluto, está limitado por el destino universal de los bienes y por el derecho a la propiedad de todos (LE 14). El derecho de propiedad pierde su legitimidad cuando no sirve al bien común y cuando impide que todos los seres humanos y sus familias posean lo necesario para tener una vida digna. De estos criterios se deducen unos derechos cuya defensa deben asumir los sindicatos.
Estas enseñanzas de la Iglesia tienen su origen en una reflexión teológica sobre la persona que le otorga la preeminencia sobre todas las cosas, pero son tan radicalmente humanistas que ninguna sociedad puede soslayarlas sin cometer un grave atentado contra el mismo hombre. Deberían avergonzarnos, por tanto, todas las campañas que han pretendido boicotear la huelga desprestigiando a los sindicatos, porque es tanto lo que nos jugamos, en términos de humanismo, que todos los esfuerzos son pocos para hacernos reflexionar sobre el sentido y la orientación del caminar del hombre y de la humanidad a que nos aboca la reforma laboral y el modelo de organización social que se está construyendo.
Creemos que la Iglesia hemos perdido una buena ocasión para hacer oír con más fuerza la voz peculiar, genuina y única que constituye nuestra doctrina social, para decirle a todos que Dios no está contra la economía, es la economía la que está contra Dios porque está contra la persona.
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