"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

domingo, 2 de enero de 2011

Sin democracia económica no hay democracia política

Cristianisme i Justícia,
15 de noviembre de 2010

La alternativa que plantea nuestro título se parece mucho a la que hace siglos planteaba el libro bíblico del Deuteronomio al pueblo de Israel: «Pongo ante ti la vida y la muerte; a ti te toca elegir» (vg. 30, 15 ss). Con ella abrimos esta reflexión porque el año pasado, en nuestra declaración de fin de año, esperábamos que la crisis que nos afecta fuera una ocasión de aprendizaje y de crecimiento. Al acabar este año tememos sinceramente que no esté siendo así. Estas reflexiones pretenden animarnos a cobrar conciencia de nuestra responsabilidad humana y ciudadana, cuando todavía estamos a tiempo de evitar una caída en picado.

Como hemos de ser breves, reduciremos estas reflexiones a los tres campos que nos parecen más salientes del pasado año: una crisis política en la que el último cambio de gobierno ha sido sólo la punta del iceberg; una serie de medidas y peripecias económicas como la ley de reforma laboral, la escandalosa cifra de parados y la huelga general de septiembre. Y finalmente la venida del papa a España a principios de noviembre.

1. La crisis política es general

En este campo, y en todos los países (como muestran las recientes elecciones americanas), se respira una especie de hastío hacia los políticos, que resulta más triste porque hay entre ellos personas excelentes y entregadas.

En nuestro país el factor fundamental de ese desencanto es doble: por un lado, la sensación de que a los políticos no les importa nada el pueblo al que dicen representar, sino mantenerse ellos en el poder, o conquistarlo, a toda costa y a base de manipular todo lo que ocurre para que sirva a ese objetivo.

Por otro lado, la extensión de la corrupción que es fruto de una cultura del egoísmo: una cultura tan extendida que la misma corrupción, más que rechazo absoluto, suele suscitar envidia.

2. La crisis económica continúa

Si por un lado tenemos la idolatría del poder, por otro tenemos la idolatría del dinero que la refuerza y la sostiene. Este año hemos asistido a una reforma de la ley laboral que desencadenó la consabida huelga general. Una huelga que debe ser considerada como justa, aunque quepa discutir si era oportuna y si será eficaz. Ello debe ser objeto de nuestra segunda reflexión.

Según la Biblia, la más seria justificación del poder político reside en lo que canta un salmo: «Librará el pobre que suplica, al afligido que no tiene protección, se apiadará del humilde e indigente y salvará la vida de sus pobres» (Ps 72, 12-13). Comparemos este programa con las consideraciones que siguen.

2.1. Desmonte del estado del bienestar

Por un lado, la salida de la crisis no se vislumbra pese a las promesas de los políticos. Y esa crisis la están pagando casi exclusivamente, o en mayor proporción, los más pobres. Resulta incomprensible que nuestros políticos no perciban que nos encaminamos sistemáticamente hacia un desmonte del estado del bienestar: se proponen como interinas medidas que en buena parte serán ya definitivas. Desde 1994 todas las reformas laborales que se han hecho han sido para disminuir los derechos de los trabajadores. Y no se distingue entre aquellas medidas que, bien negociadas, pueden tener pleno sentido (como puede ser el retraso de la edad de jubilación en una época en que la esperanza de vida ha crecido significativa-mente), y las que contribuyen a reforzar y acrecentar ese “ejército de reserva” que tan útil resulta a lo más sórdido de nuestro sistema. Todo entra en un mismo paquete de aceptación o rechazo global. Y, en contra de lo que interesadamente se dice, éste no es problema de un mal gobierno en un país concreto: el problema se repite (y genera el mismo descontento) en casi todos los países: USA, Francia, Inglaterra…

2.2. Un crecimiento injusto y desigual

Todos esos datos confirman que estamos en un sistema económico cuya eficiencia innegable se consigue siempre mediante la injusticia, la cual crece en proporción directa a la eficiencia. Este matrimonio nefasto e indisoluble de eficiencia e injusticia lleva a un crecimiento cada vez mayor de las fortunas de unos pocos ricos, y otro crecimiento cada vez mayor de la pobreza de más seres humanos. Ello configura una situación tremendamente inestable que puede estallar por cualquier sitio: terrorismos, migraciones, pérdida de la conciencia política y ciudadana… Y a su vez, esos estallidos provocan reacciones de pánico que se expresan en recortes de las libertades (en aras de la seguridad), en racismos que van incubándose y en que la carrera de armamentos se acelere en lugar de frenarse. Toda esta situación inestable tiene una causa con nombre.

2.3. Los poderes fácticos

En los años de nuestra transición democrática se hablaba mucho de “los poderes fácticos”, como frenos que seguían actuantes e impedían la marcha hacia la verdadera democracia. Entonces, se decía, aquellos poderes fácticos eran el ejército y la Iglesia. Hoy el ejército ha sido meritoriamente transformado y la Iglesia ha perdido poder político. Pero los poderes fácticos subsisten y tienen un nombre, aunque pocos se atrevan a reconocerlo: son los mercados y los bancos. Ellos imponen y deponen a los gobiernos. Ellos dictan las políticas a los gobernantes, en nombre precisamente de la libertad: de “su” libertad que es la única existente. Y en una situación totalitaria de dictadura económica, se va volviendo cada vez más vacía y más meramente nominal la democracia política. Porque mercardos y bancos no son simples palabras abstractas: son personas y rostros muy concretos que se esconden detrás de esas palabras.

2.4. El papel del estado

En esta situación resulta muy importante y necesario el papel del estado. Pero debe quedar muy claro que no se trata en absoluto de un estado limosnero o beneficente. No es éste su papel, salvo quizá en circunstancias breves y excepcionales. Se trata de un estado promotor. Pero promotor de iniciativas no individuales sino colectivas, sociales, atentas sobre todo a los menos favorecidos de la sociedad. Creemos que si la sociedad no quiere (o no puede) crear puestos de trabajo digno, debe crearlos el estado (en lugar de endeudarse con prestaciones humillantes) y puede para ello recurrir a medidas excepcionales.

2.5. Dos mentalidades que se enfrentan

Finalmente, en este contexto, conviene cobrar conciencia de las dos mentalidades que se enfrentan en la sociedad de hoy y que no consiguen armonizar libertad y autoridad. Unos reclaman la máxima libertad (sin ninguna presencia estatal) en el campo de la economía; y la mínima libertad (con fuerte presencia estatal) en el resto de los campos de la vida social: seguridad ciudadana, moral pública, etc. Los otros reclaman la máxima presencia estatal en el campo de la economía, fundándose en razones sociales muy comprensibles, pero también la máxima libertad y la mínima presencia estatal en otros campos que afectan a la moral, la lengua, la cultura, etc.

Ambas posiciones deben encontrarse y equilibrarse, en lugar de descalificarse de entrada, sin ningún análisis y recurriendo a esas palabras “tabú” que toda sociedad posee y cuya sola pronunciación ya sirve para desautorizar toda una serie de principios sin necesidad de considerarlos. Sin esa armonía, será imposible construir una verdadera sociedad en paz y bienestar.

3. La visita papal

En tercer lugar, nuestro país ha recibido en los últimos meses de este año la visita del papa Benedicto XVI. Al margen de cuál sea en verdad el impacto real de esta visita, nos sentimos obligados, como católicos, a una doble reflexión.

3.1. Gratitud y dolor

Como simples ciudadanos, creemos deber expresar dos palabras. Una palabra de gratitud a las voces de la sociedad y de la iglesia catalana que han tenido el elemental gesto de cortesía y bienvenida al que viene a visitarnos. Otra palabra de dolor, y vergüenza ajena porque siga habiendo políticos y fuerzas mediáticas que convierten lo que podría ser una crítica sensata, y necesaria siempre, en una demagogia al servicio de intereses personales o una descalificación absoluta hecha de adjetivos totalmente desproporcionados.

3.2. Viajes sí, pero no así

Como cristianos, nos creemos en el deber de decir que viajes tan rápidos y mediáticos no permiten al sucesor de Pedro conocer y contactar de veras con las iglesias que visita. Los enormes gastos, sólo en medidas de seguridad, no nos parecen evangélicos (cf. Mt 10, 9-14): nos parece claro que ni Jesús ni Pablo viajarían así. Y la respuesta de quienes pretenden alegar que esos viajes reportan beneficio económico nos parece sencillamente reprobable: no puede haber “negocio espiritual”, allá donde hay un “negocio material”.

Entendemos que los viajes del sucesor de Pedro deberían parecerse más a la semilla, que es pequeña pero contiene una fuerza que la hacer crecer por sí sola, que a la espuma (del cava o de la cerveza) que en cuanto desaparece descubre casi vacío al vaso que parecía estar lleno.

Que los papas viajaran fue un importante paso innovador, allá por el pontificado de Pablo VI. Pero hoy entendemos que esos viajes deberían ser de otro modo, más evangélico. Y más evangélico de hecho, no sólo de palabra. Para ello, un factor imprescindible debería ser que el papa viajara sólo como un líder-servidor de los creyentes y no como un poder político o jefe de estado. Estos condicionamientos trastruecan todas las virtualidades evangélicas de los viajes papales.

Y cuando nos sentimos criticados no conviene pensar siempre que la crítica procede de la maldad del otros, sino que es más evangélico preguntarse antes: ¿hemos hecho algo mal? Sabiendo que el amor no consiste en la alabanza incondicional del otro sino en quererlo a pesar de sus defectos.

Conclusión

De ningún modo se trata, en las anteriores observaciones, de una crítica sistemática y hecha por principio. Se trata a nuestro entender de que una enfermedad sólo puede curarse si empezamos por reconocerla. Si se la oculta y no se la reconoce, la enfermedad prosigue su camino inexorablemente. Si se la reconoce y se le da nombre, estamos en el mejor punto de partida para combatirla y superarla, contando con las fuerzas de la vida, de la salud y del saber.

Y esas fuerzas existen entre nosotros: ciudadanos entregados, abnegados, solidarios, creyentes o no creyentes y en todos los campos de la vida. Que soportan muchas veces la soledad, el desprecio o la sensación de fracaso. Que siguen luchando a pesar de todo y que, aunque no puedan paladear la satisfacción de muchas metas conseguidas, evitan quizás el que nos desplomemos del todo en su nadar contra la corriente. A ellos sobre todo quisiéramos dirigir estas reflexiones para que no cejen. A ellos y a todos los demás, para que tengamos el coraje de apoyarlos e imitarlos en los valores que configuran sus vidas.

Para los creyentes concluimos evocando una cita del profeta Isaías. En momentos de crisis política, se quejaba el pueblo de que Dios está ciego y no nos ve, o sordo y no nos oye. Y el profeta pone en labios del Señor esta respuesta: «¿Quién está ciego sino mi pueblo y sordo sino los mensajeros que le envío?». El pueblo reconoce entonces su ceguera: «¿Quién nos entregó al saqueo sino el pecar contra el Señor y no querer seguir sus caminos?». A lo cual responde Dios por boca del profeta: «Cuando cruces las aguas yo estaré contigo, cuando pases el fuego no te quemarás… porque eres de gran precio a mis ojos, eres valioso y yo te amo» (Is 42, 18.24; 43 ,2.4).

Algo de esto hemos querido decir al hablar de la necesidad de reconocer la enfermedad para poder sanarla.

Suplemento del Cuaderno núm. 171 de CJ - (n. 206) - Noviembre, 2010 Roger de Llúria, 13, 08010 Barcelona -Tel. 93 317 23 38, fax 93 317 10 94 info@fespinal.com - www.cristianismeijusticia.net

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