El Papa se encuentra con los Movimientos
Populares: El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la
doctrina social de la Iglesia.
El evento que cerró ayer la jornada
del Papa en Santa Cruz de la Sierra fue su participación en el II Encuentro
Mundial de los Movimientos Populares, organizado en colaboración con el
Pontificio Consejo Justicia y Paz y la Pontificia Academia de las Ciencias
Sociales al que asisten delegados de los movimientos populares de todo el
mundo: trabajadores precarios y de la economía informal, campesinos sin
tierras, ''villeros'' (habitantes de los barrios pobres), indígenas,
inmigrantes, además de representantes de movimientos sociales.
También estaban presentes el cardenal
Peter Kodwo AppiahTurkson, Presidente de Justicia y Paz y monseñor Marcelo
Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia. El primer Encuentro tuvo
lugar en el Vaticano en octubre de 2014 y a él asistió el Presidente de Bolivia
Evo Morales que ayer también pronunció un discurso en el recinto de la Expo
Feria, sede del evento en el que participaron tres mil personas.
Texto
integro del discurso pronunciado por el Papa Francisco
''Hace algunos meses nos reunimos en
Roma y tengo presente ese primer encuentro nuestro. Durante este tiempo los he
llevado en mi corazón y en mis oraciones. Y me alegra verlos de nuevo aquí,
debatiendo los mejores caminos para superar las graves situaciones de
injusticia que sufren los excluidos en todo el mundo. Gracias Señor Presidente
Evo Morales por acompañar tan decididamente este Encuentro.
Aquella vez en Roma sentí algo muy
lindo: fraternidad, garra, entrega, sed de justicia. Hoy, en Santa Cruz de la
Sierra, vuelvo a sentir lo mismo. Gracias por eso. También he sabido por medio
del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que preside el Cardenal Turkson, que son
muchos en la Iglesia los que se sienten más cercanos a los movimientos
populares. ¡Me alegra tanto! Ver la Iglesia con las puertas abiertas a todos
Ustedes, que se involucre, acompañe y logre sistematizar en cada diócesis, en
cada Comisión de Justicia y Paz, una colaboración real, permanente y
comprometida con los movimientos populares. Los invito a todos, Obispos,
sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones sociales de las periferias
urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro.
Dios permite que hoy nos veamos otra
vez. La Biblia nos recuerda que Dios escucha el clamor de su pueblo y quisiera
yo también volver a unir mi voz a la de Ustedes: las famosas tres ''t'',
tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dije y lo
repito: son derechos sagrados. Vale la pena, vale la pena luchar por ellos. Que
el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra.
Primero de todo. Empecemos reconociendo
que necesitamos un cambio. Quiero aclarar, para que no haya malos entendidos,
que hablo de los problemas comunes de todos los latinoamericanos y, en general,
también de toda la humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy
ningún Estado puede resolver por sí mismo. Hecha esta aclaración, propongo que
nos hagamos estas preguntas:
- ¿Reconocemos, en serio, que las
cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas
familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas
en su dignidad?
- ¿Reconocemos que las cosas no andan
bien cuando estallan tantas guerras sin sentido y la violencia fratricida se
adueña hasta de nuestros barrios? ¿Reconocemos que las cosas no andan bien
cuando el suelo, el agua, el aire y todos los seres de la creación están bajo
permanente amenaza?
Entonces, si reconocemos esto,
digámoslo sin miedo: necesitamos y queremos un cambio.
Ustedes -en sus cartas y en nuestros
encuentros- me han relatado las múltiples exclusiones e injusticias que sufren
en cada actividad laboral, en cada barrio, en cada territorio. Son tantas y tan
diversas como tantas y diversas sus formas de enfrentarlas. Hay, sin embargo,
un hilo invisible que une cada una de las exclusiones. No están aisladas, están
unidas por un hilo invisible. ¿Podemos reconocerlo? Porque no se trata de esas
cuestiones aisladas. Me pregunto si somos capaces de reconocer que esas
realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global.
¿Reconocemos que este sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a
cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la
naturaleza?
Si esto es así, insisto, digámoslo sin
miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este
sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los
trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los Pueblos? Y
tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra como decía San Francisco.
Queremos un cambio en nuestras vidas,
en nuestros barrios, en el pago chico, en nuestra realidad más cercana; también
un cambio que toque al mundo entero porque hoy la interdependencia planetaria
requiere respuestas globales a los problemas locales. La globalización de la
esperanza, que nace de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir
esta globalización de la exclusión y de la indiferencia.
Quisiera hoy reflexionar con Ustedes
sobre el cambio que queremos y necesitamos. Ustedes saben que escribí
recientemente sobre los problemas del cambio climático. Pero, esta vez, quiero
hablar de un cambio en el otro sentido. Un cambio positivo, un cambio que nos
haga bien, un cambio ?podríamos decir? redentor. Porque lo necesitamos. Sé que
Ustedes buscan un cambio y no sólo ustedes: en los distintos encuentros, en los
distintos viajes he comprobado que existe una espera, una fuerte búsqueda, un
anhelo de cambio en todos los Pueblos del mundo. Incluso dentro de esa minoría
cada vez más reducida que cree beneficiarse con este sistema reina la
insatisfacción y especialmente la tristeza. Muchos esperan un cambio que los
libere de esa tristeza individualista que esclaviza.
El tiempo, hermanos, hermanas, el
tiempo parece que se estuviera agotando; no alcanzó el pelearnos entre
nosotros, sino que hasta nos ensañamos con nuestra casa. Hoy la comunidad
científica acepta lo que hace ya desde mucho tiempo denuncian los humildes: se
están produciendo daños tal vez irreversibles en el ecosistema. Se está
castigando a la tierra, a los pueblos y a las personas de un modo casi salvaje.
Y detrás de tanto dolor, tanta muerte y destrucción, se huele el tufo de eso
que Basilio de Cesarea ?uno de los primeros teólogos de la Iglesia- llamaba
''el estiércol del diablo''. La ambición desenfrenada de dinero que gobierna.
Ese es ''el estiércol del diablo''. El servicio para el bien común queda
relegado. Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los
seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema
socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en
esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y,
como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común, la hermana y madre
tierra.
No quiero extenderme describiendo los
efectos malignos de esta sutil dictadura: ustedes los conocen. Tampoco basta
con señalar las causas estructurales del drama social y ambiental
contemporáneo. Sufrimos cierto exceso de diagnóstico que a veces nos lleva a un
pesimismo charlatán o a regodearnos en lo negativo. Al ver la crónica negra de
cada día, creemos que no hay nada que se puede hacer salvo cuidarse a uno mismo
y al pequeño círculo de la familia y los afectos.
¿Qué puedo hacer yo, cartonero,
catadora, pepenador, recicladora frente a tantos problemas si apenas gano para
comer? ¿Qué puedo hacer yo artesano, vendedor ambulante, transportista,
trabajador excluido si ni siquiera tengo derechos laborales? ¿Qué puedo hacer
yo, campesina, indígena, pescador que apenas puedo resistir el avasallamiento
de las grandes corporaciones? ¿Qué puedo hacer yo desde mi villa, mi chabola,
mi población, mi rancherío cuando soy diariamente discriminado y marginado?
¿Qué puede hacer ese estudiante, ese joven, ese militante, ese misionero que
patea las barriadas y los parajes con el corazón lleno de sueños pero casi sin
ninguna solución para sus problemas? Pueden hacer mucho. Pueden hacer mucho.
Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y
hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran
medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas
creativas, en la búsqueda cotidiana de ''las tres t'', ¿de acuerdo? (trabajo,
techo, y tierra) y también, en su participación protagónica en los grandes procesos
de cambio, cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se
achiquen!
Segundo. Ustedes son sembradores de
cambio. Aquí en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: ''proceso de
cambio''. El cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso
tal o cual opción política o porque se instauró tal o cual estructura social.
Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de
una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la
corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazón.
Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por
sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la
ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados
inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios .Cada
uno de nosotros no es más que parte de un todo complejo y diverso interactuando
en el tiempo: pueblos que luchan por una significación, por un destino, por
vivir con dignidad, por ''vivir bien'', dignamente, en ese sentido.
Ustedes, desde los movimientos
populares, asumen las labores de siempre motivados por el amor fraterno que se
revela contra la injusticia social. Cuando miramos el rostro de los que sufren,
el rostro del campesino amenazado, del trabajador excluido, del indígena
oprimido, de la familia sin techo, del migrante perseguido, del joven
desocupado, del niño explotado, de la madre que perdió a su hijo en un tiroteo
porque el barrio fue copado por el narcotráfico, del padre que perdió a su hija
porque fue sometida a la esclavitud; cuando recordamos esos ''rostros y esos
nombres'' se nos estremecen las entrañas frente a tanto dolor y nos conmovemos,
todos nos conmovemos? Porque ''hemos visto y oído'', no la fría estadística
sino las heridas de la humanidad doliente, nuestras heridas, nuestra carne. Eso
es muy distinto a la teorización abstracta o la indignación elegante. Eso nos
conmueve, nos mueve y buscamos al otro para movernos juntos. Esa emoción hecha
acción comunitaria no se comprende únicamente con la razón: tiene un plus de
sentido que sólo los pueblos entienden y que da su mística particular a los
verdaderos movimientos populares.
Ustedes viven cada día, empapados, en
el nudo de la tormenta humana. Me han hablado de sus causas, me han hecho parte
de sus luchas, ya desde Buenos Aires, y yo se los agradezco. Ustedes, queridos
hermanos, trabajan muchas veces en lo pequeño, en lo cercano, en la realidad injusta
que se les impuso y a la que no se resignan, oponiendo una resistencia activa
al sistema idolátrico que excluye, degrada y mata. Los he visto trabajar
incansablemente por la tierra y la agricultura campesina, por sus territorios y
comunidades, por la dignificación de la economía popular, por la integración
urbana de sus villas y asentamientos, por la autoconstrucción de viviendas y el
desarrollo de infraestructura barrial, y en tantas actividades comunitarias que
tienden a la reafirmación de algo tan elemental e innegablemente necesario como
el derecho a ''las tres t'': tierra, techo y trabajo.
Ese arraigo al barrio, a la tierra, al
oficio, al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del
día a día, con sus miserias, porque las hay, las tenemos, y sus heroísmos
cotidianos, es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas
o conceptos sino a partir del encuentro genuino entre personas, necesitamos
instaurar esta cultura del encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se
aman, nadie ama un concepto, nadie ama una idea; se aman las personas. La
entrega, la verdadera entrega surge del amor a hombres y mujeres, niños y
ancianos, pueblos y comunidades? rostros, rostros y nombres que llenan el
corazón. De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las
periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por
subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán árboles grandes, surgirán
bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo.
Veo con alegría que ustedes trabajan
en lo cercano, cuidando los brotes; pero, a la vez, con una perspectiva más
amplia, protegiendo la arboleda. Trabajan en una perspectiva que no sólo aborda
la realidad sectorial que cada uno de ustedes representa y a la que felizmente
está arraigado, sino que también buscan resolver de raíz los problemas
generales de pobreza, desigualdad y exclusión.
Los felicito por eso. Es
imprescindible que, junto a la reivindicación de sus legítimos derechos, los
Pueblos y sus organizaciones sociales construyan una alternativa humana a la
globalización excluyente. Ustedes son sembradores del cambio. Que Dios les dé
coraje, les de alegría, les de perseverancia y pasión para seguir sembrando.
Tengan la certeza que tarde o temprano vamos de ver los frutos. A los
dirigentes les pido: sean creativos y nunca pierdan el arraigo a lo cercano,
porque el padre de la mentira sabe usurpar palabras nobles, promover modas
intelectuales y adoptar poses ideológicas, pero si ustedes construyen sobre bases
sólidas, sobre las necesidades reales y la experiencia viva de sus hermanos, de
los campesinos e indígenas, de los trabajadores excluidos y las familias
marginadas, seguramente no se van a equivocar.
La Iglesia no puede ni debe estar
ajena a este proceso en el anuncio del Evangelio. Muchos sacerdotes y agentes
pastorales cumplen una enorme tarea acompañando y promoviendo a los excluidos
de todo el mundo, junto a cooperativas, impulsando emprendimientos,
construyendo viviendas, trabajando abnegadamente en los campos de la salud, el
deporte y la educación. Estoy convencido que la colaboración respetuosa con los
movimientos populares puede potenciar estos esfuerzos y fortalecer los procesos
de cambio.
Y tengamos siempre en el corazón a la
Virgen María, una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia
de un gran imperio, una madre sin techo que supo transformar una cueva de
animales en la casa de Jesús con unos pañales y una montaña de ternura. María
es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que
brote la justicia Yo rezo a la Virgen María, tan venerada por el pueblo
boliviano se confía con fervor, para que permita que este Encuentro nuestro sea
fermento de cambio.
Tercero. Por último quisiera que
pensemos juntos algunas tareas importantes para este momento histórico, porque
queremos un cambio positivo para el bien de todos nuestros hermanos y hermanas,
eso lo sabemos. Queremos un cambio que se enriquezca con el trabajo mancomunado
de los gobiernos, los movimientos populares y otras fuerzas sociales, eso
también lo sabemos. Pero no es tan fácil definir el contenido del cambio,
podría decirse, el programa social que refleje este proyecto de fraternidad y
justicia que esperamos, no es fácil de definirlo. En ese sentido, no esperen de
este Papa una receta. Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la
interpretación de la realidad social ni la propuesta de soluciones a problemas
contemporáneos. Me atrevería a decir que no existe una receta. La historia la
construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan
buscando su propio camino y respetando los valores que Dios puso en el corazón.
Quisiera, sin embargo, proponer tres
grandes tareas que requieren el decisivo aporte del conjunto de los movimientos
populares.
La
primera tarea es poner la economía al servicio de los Pueblos: Los seres
humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero. Digamos NO a una
economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa
economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la Madre Tierra.
La economía no debería ser un
mecanismo de acumulación sino la adecuada administración de la casa común. Eso
implica cuidar celosamente la casa y distribuir adecuadamente los bienes entre
todos. Su objeto no es únicamente asegurar la comida o un ''decoroso
sustento''. Ni siquiera, aunque ya sería un gran paso, garantizar el acceso a
''las tres t'' por las que ustedes luchan. Una economía verdaderamente
comunitaria, podría decir, una economía de inspiración cristiana, debe
garantizar a los pueblos dignidad, ''prosperidad sin exceptuar bien alguno''
.Esta última frase la dijo el Papa Juan XXIII hace cincuenta años. Jesús dice
en el Evangelio que aquél que le dé espontáneamente un vaso de agua al que
tiene sed, le será tenido en cuenta en el Reino de los Cielos. Esto implica
''las tres t'', pero también acceso a la educación, la salud, la inovación, las
manifestaciones artísticas y culturales, la comunicación, el deporte y la
recreación. Una economía justa debe crear las condiciones para que cada persona
pueda gozar de una infancia sin carencias, desarrollar sus talentos durante la
juventud, trabajar con plenos derechos durante los años de actividad y acceder
a una digna jubilación en la ancianidad. Es una economía donde el ser humano en
armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y
distribución para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren
un cauce adecuado en el ser social. Ustedes, y también otros pueblos, resumen
este anhelo de una manera simple y bella: ''vivir bien'', que no es lo mismo de
''pasarla bien''.
Esta economía no es sólo deseable y
necesaria sino también es posible. No es una utopía ni una fantasía. Es una
perspectiva extremadamente realista. Podemos lograrlo. Los recursos disponibles
en el mundo, fruto del trabajo intergeneracional de los pueblos y los dones de
la creación, son más que suficientes para el desarrollo integral de ''todos los
hombres y de todo el hombre''. El problema, en cambio, es otro. Existe un
sistema con otros objetivos. Un sistema que además de acelerar
irresponsablemente los ritmos de la producción, además de implementar métodos
en la industria y la agricultura que dañan a la Madre Tierra en aras de la ''productividad'',
sigue negándoles a miles de millones de hermanos los más elementales derechos
económicos, sociales y culturales. Ese sistema atenta contra el proyecto de
Jesús, contra la Buena Noticia que trajo Jesús.
La distribución justa de los frutos de
la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral. Para
los cristianos, la carga es aún más fuerte: es un mandamiento. Se trata de
devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. El destino
universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la
Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada. La propiedad, muy en
especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de
las necesidades de los pueblos. Y estas necesidades no se limitan al consumo.
No basta con dejar caer algunas gotas cuando lo pobres agitan esa copa que
nunca derrama por si sola. Los planes asistenciales que atienden ciertas
urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca
podrían sustituir la verdadera inclusión: ésa que da el trabajo digno, libre,
creativo, participativo y solidario.
Y en este camino, los movimientos
populares tienen un rol esencial, no sólo exigiendo y reclamando, sino
fundamentalmente creando. Ustedes son poetas sociales: creadores de trabajo,
constructores de viviendas, productores de alimentos, sobre todo para los
descartados por el mercado mundial.
He conocido de cerca distintas
experiencias donde los trabajadores unidos en cooperativas y otras formas de
organización comunitaria lograron crear trabajo donde sólo había sobras de la
economía idolátrica. Y vi que algunos están aquí. Las empresas recuperadas, las
ferias francas y las cooperativas de cartoneros son ejemplos de esa economía
popular que surge de la exclusión y, de a poquito, con esfuerzo y paciencia,
adopta formas solidarias que la dignifican. Y ¡qué distinto es eso a que los
descartados por el mercado formal sean explotados como esclavos!
Los gobiernos que asumen como propia
la tarea de poner la economía al servicio de los pueblos deben promover el
fortalecimiento, mejoramiento, coordinación y expansión de estas formas de
economía popular y producción comunitaria. Esto implica mejorar los procesos de
trabajo, proveer infraestructura adecuada y garantizar plenos derechos a los
trabajadores de este sector alternativo. Cuando Estado y organizaciones
sociales asumen juntos la misión de ''las tres T'' se activan los principios de
solidaridad y subsidiariedad que permiten edificar el bien común en una
democracia plena y participativa.
La
segunda tarea es unir nuestros Pueblos en el camino de la paz y la justicia.
Los pueblos del mundo quieren ser
artífices de su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la
justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al
más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y
tradiciones religiosas sean respetados. Ningún poder fáctico o constituido
tiene derecho a privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía
y, cuando lo hacen, vemos nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente
las posibilidades de paz y de justicia porque ''la paz se funda no sólo en el
respeto de los derechos del hombre, sino también en los derechos de los pueblos
particularmente el derecho a la independencia''. Los pueblos de Latinoamérica
parieron dolorosamente su independencia política y, desde entonces llevan casi
dos siglos de una historia dramática y llena de contradicciones intentando
conquistar una independencia plena.
En estos últimos años, después de
tantos desencuentros, muchos países latinoamericanos han visto crecer la
fraternidad entre sus pueblos. Los gobiernos de la Región aunaron esfuerzos
para hacer respetar su soberanía, la de cada país, y la del conjunto regional,
que tan bellamente, como nuestros Padres de antaño, llaman la ''Patria
Grande''. Les pido a ustedes, hermanos y hermanas de los movimientos populares,
que cuiden y acrecienten esta unidad. Mantener la unidad frente a todo intento
de división es necesario para que la región crezca en paz y justicia.
A pesar de estos avances, todavía
subsisten factores que atentan contra este desarrollo humano equitativo y
coartan la soberanía de los países de la ''Patria Grande'' y otras latitudes
del planeta. El nuevo colonialismo adopta diversas fachadas. A veces, es el
poder anónimo del ídolo dinero: corporaciones, prestamistas, algunos tratados
denominados de ''libres libre comercio'' y la imposición de medidas de
''austeridad'' que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los
pobres. Los obispos latinoamericanos lo denunciamos con total claridad en el
documento de Aparecida cuando se afirman que ''las instituciones financieras y
las empresas transnacionales se fortalecen al punto de subordinar las economías
locales, sobre todo, debilitando a los Estados, que aparecen cada vez más
impotentes para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus
poblaciones'' . En otras ocasiones, bajo el noble ropaje de la lucha contra la
corrupción, el narcotráfico o el terrorismo ?graves males de nuestros tiempos
que requieren una acción internacional coordinada? vemos que se impone a los
Estados medidas que poco tienen que ver con la resolución de esas problemáticas
y muchas veces empeora las cosas.
Del mismo modo, la concentración
monopólica de los medios de comunicación social que pretende imponer pautas
alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural es otra de las formas que
adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico. Como dicen los
Obispos de Africa, muchas veces se pretende convertir a los países pobres en
''piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco''
Hay que reconocer que ninguno de los
graves problemas de la humanidad se puede resolver sin interacción entre los
Estados y los pueblos a nivel internacional. Todo acto de envergadura realizado
en una parte del planeta repercute en el todo en términos económicos,
ecológicos, sociales y culturales. Hasta el crimen y la violencia se han
globalizado. Por ello ningún gobierno puede actuar al margen de una
responsabilidad común. Si realmente queremos un cambio positivo, tenemos que
asumir humildemente nuestra interdependencia, es decir, nuestra sana
interdependencia. Pero interacción no es sinónimo de imposición, no es
subordinación de unos en función de los intereses de otros. El colonialismo,
nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia
prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas y
todos los males que vienen de la mano? precisamente porque al poner la
periferia en función del centro les niega el derecho a un desarrollo integral.
Y eso, hermanos es inequidad y la inequidad genera violencia que no habrá
recursos policiales, militares o de inteligencia capaces de detener.
Digamos NO, entonces, a las viejas y
nuevas formas de colonialismo. Digamos SÍ al encuentro entre pueblos y
culturas. Felices los que trabajan por la paz.
Y aquí quiero detenerme en un tema
importante. Porque alguno podrá decir, con derecho, que ''cuando el Papa habla
del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia''. Les digo, con
pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios
de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el
CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano y también quiero decirlo. Al igual
que san Juan Pablo II pido que la Iglesia - y cito lo que dijo él- ''se postre
ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos''..
Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido
humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los
crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de
América. Y junto, junto a este pedido de perdón y para ser justos, también
quiero que recordemos a millares de sacerdotes, obispos, que se opusieron
fuertemente a la lógica de la espada con la fuerza de la Cruz. Hubo pecado,
hubo pecado y abundante, pero no pedimos perdón, y por eso pedimos perdón, y
pido perdón, pero allí también, donde hubo pecado, donde hubo abundante pecado,
sobreabundó la gracia a través de esos hombres que defendieron la justicia de
los pueblos originarios.
Les pido también a todos, creyentes y
no creyentes, que se acuerden de tantos Obispos, sacerdotes y laicos que
predicaron y predican la buena noticia de Jesús con coraje y mansedumbre,
respeto y en paz -dije obispos, sacerdotes, y laicos, no me quiero olvidar de
las monjitas que anónimamente patean nuestros barrios pobres llevando un
mensaje de paz y de bien-, que en su paso por esta vida dejaron conmovedoras
obras de promoción humana y de amor, muchas veces junto a los pueblos indígenas
o acompañando a los propios movimientos populares incluso hasta el martirio. La
Iglesia, sus hijos e hijas, son una parte de la identidad de los pueblos en
latinoamericana. Identidad que tanto aquí como en otros países algunos poderes
se empeñan en borrar, tal vez porque nuestra fe es revolucionaria, porque
nuestra fe desafía la tiranía del idolo dinero. Hoy vemos con espanto como en
Medio Oriente y otros lugares del mundo se persigue, se tortura, se asesina a
muchos hermanos nuestros por su fe en Jesús. Eso también debemos denunciarlo:
dentro de esta tercera guerra mundial en cuotas que vivimos, hay una especie -fuerzo
la palabra- de genocidio en marcha que debe cesar.
A los hermanos y hermanas del
movimiento indígena latinoamericano, déjenme trasmitirle mi más hondo cariño y
felicitarlos por buscar la conjunción de sus pueblos y culturas, eso -conjunción
de pueblos y culturas- eso que a mí me gusta llamar poliedro, una forma de
convivencia donde las partes conservan su identidad construyendo juntas una
pluralidad que no atenta, sino que fortalece la unidad. Su búsqueda de esa
interculturalidad que combina la reafirmación de los derechos de los pueblos
originarios con el respeto a la integridad territorial de los Estados nos
enriquece y nos fortalece a todos.
Y
la tercera tarea, tal vez la más importante que debemos asumir hoy, es defender
la Madre Tierra.
La casa común de todos nosotros está
siendo saqueada, devastada, vejada impunemente. La cobardía en su defensa es un
grave pecado. Vemos con decepción creciente como se suceden una tras otras las
cumbres internacionales sin ningún resultado importante. Existe un claro,
definitivo e impostergable imperativo ético de actuar que no se está
cumpliendo. No se puede permitir que ciertos intereses ?que son globales pero
no universales? se impongan, sometan a los Estados y organismos
internacionales, y continúen destruyendo la creación. Los Pueblos y sus
movimientos están llamados a clamar a movilizarse, a exigir ?pacifica pero
tenazmente? la adopción urgente de medidas apropiadas. Yo les pido, en nombre
de Dios, que defiendan a la Madre Tierra. Sobre éste tema me he expresado
debidamente en la Carta Encíclica Laudato si?, que creo que les será dada al
finalizar.
Para finalizar, quisiera decirles
nuevamente: el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los
grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente
en manos de los Pueblos; en su capacidad de organizarse y también en sus manos
que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio. Los acompaño.
Digamos juntos Y cada uno, repitámonos desde el corazón: ninguna familia sin
vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún
pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia,
ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Sigan
con su lucha y, por favor, cuiden mucho a la Madre Tierra. Créanme, y soy
sincero, de corazón les digo: rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero
pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de
su amor y los defienda en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos
mantiene en pie: esa fuerza es la esperanza. Y una cosa importante: la
esperanza que no defrauda, gracias. Y, por favor, les pido que recen por mí. Y
si alguno de ustedes no puede rezar, con todo respeto, le pido que me piense
bien y me mande buena onda. Gracias''.
Hoy viernes,
10 de julio, el Santo Padre visitará a los reclusos de la cárcel de Palmasola y
encontrará en privado a los obispos de Bolivia. A las 12, 45 (hora local, 18,45
hora italiana) llegará al aeropuerto de Viru Viru en Santa Cruz de la Sierra
desde donde tomará el avión que lo lleva a la última etapa de su viaje
apostólico: Paraguay.
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