González Faus concluye su diatriba contra el capitalismo reprochando a la Iglesia, que tanto presume de magisterio moral, que no sepa decirnos nada sobre la inmoralidad de la usura. Me recuerda a Guillermo Rovirosa, el fundador de las HOAC, que lamentaba que los moralistas católicos, después de (fieles a la Biblia y a la tradición patrística más de mil años) condenar como pecado la usura, se hubieran reconciliado con el capitalismo naciente y transigieran hasta decir que sólo era pecado si el interés era muy elevado o las condiciones leoninas. Así es como ha pasado a los códigos penales modernos el delito de usura.
“Usura”, como el propio nombre dice, es cobrar, aunque sea poco, por el “uso” del dinero. La esencia del capitalismo es percibir una ganancia, los intereses, no por el trabajo o la producción de un valor, sino simplemente por ceder el uso de un capital. Pecunia pecuniam non parit, decía un axioma clásico: el dinero no engendra dinero.
Observaba Rovirosa que lo que se cobra con los intereses no es el dinero, porque el dinero se devuelve íntegro. Lo que se cobra es el tiempo, y el tiempo es un don de Dios, que Él nos da gratis. La conclusión de Rovirosa era que el castigo de Dios por cobrar este don de Dios que es el tiempo es que cada vez tenemos menos tiempo.
Esperaríamos que con el capitalismo y el progreso económico y técnico de las sociedades más desarrolladas debería bastarnos con menos tiempo para producir lo suficiente para atender a nuestras necesidades, y así nos quedaría más tiempo libre, pero ha sucedido al revés.
En los pueblos primitivos, o en los ambientes rurales de nuestro propio pueblo, sobraba tiempo para convivir en familia y transmitir creencias y tradiciones, mientras que en las sociedades más ricas, y en las personas más ricas de nuestras sociedades, la agenda está cargadísima, el ritmo de vida es inhumano y se cae en el estrés.
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