Para reaccionar como seres humanos, para oponernos a la destrucción de la naturaleza humana
Todos estamos convocados para elegir a nuestros representantes en los municipios y en la mayoría de las comunidades autónomas. Convocatoria que nos llega cuando la imagen de los partidos políticos y los políticos es una fuente inagotable de corrupción, de incumplimiento de las promesas electorales, de afloramiento de lo más bajo y ruin que hay en el proceder humano. Sorprende y angustia que ante las acusaciones de corrupción que se lanzan unos a otros, la respuesta sea «y vosotros más», como si la corrupción ajena justificara la propia. Y debería hacernos reflexionar que, según el barómetro del CIS del pasado febrero, la clase política y los partidos políticos sean el tercer problema para los ciudadanos, precedido sólo por la crisis económica y el paro.
Esta visión no sería completa si no caemos en la cuenta de que en la decisión electoral de los ciudadanos se ha instalado un proceder perverso: los corruptos vuelven a ser elegidos abrumadoramente, como si recibieran un premio por su corrupción.
En este contexto nos llaman a votar y en este contexto nos preguntamos: ¿para qué? Nuestra respuesta es que hay que participar y votar.
Esta visión no sería completa si no caemos en la cuenta de que en la decisión electoral de los ciudadanos se ha instalado un proceder perverso: los corruptos vuelven a ser elegidos abrumadoramente, como si recibieran un premio por su corrupción.
En este contexto nos llaman a votar y en este contexto nos preguntamos: ¿para qué? Nuestra respuesta es que hay que participar y votar.
Estamos convencidos de que no tenemos conciencia del momento histórico que estamos viviendo. La historia se referirá a él como la era del triunfo del mercado, como el proceso en que todo fue sometido a la racionalidad del mercado. La racionalidad del mercado consiste en dos cosas: una, todo se puede comprar y vender. Dos, todo tiene un solo objetivo: la eficiencia económica. Y se está construyendo siguiendo distintas fases.
En la primera, se ha convencido a los Gobiernos de que era necesario eliminar todo control sobre la actividad económica. El resultado ha sido la mayor crisis económica de la historia; los culpables: el poder financiero y los Gobiernos.
En la segunda, han uniformado el quehacer político de los Gobiernos haciendo desaparecer las diferencias entre los distintos proyectos políticos. El resultado ha sido la entrega al mercado de los sindicatos y de la clase obrera convenientemente atada y amordaza; los recortes sociales, la privatización de servicios básicos y la disminución progresiva del Estado del Bienestar. Los culpables: el poder político, los Gobiernos.
En la tercera, que es en la que estamos, se pretende romper definitivamente la confianza entre los ciudadanos, la política y los políticos; lograr la desafección total entre los ciudadanos y la política. Angustia y acongoja que, según el mismo barómetro y sorprendentemente, la corrupción y el fraude sólo es un problema para el 3%, y la crisis de valores para el 2,5%. Es decir, para nadie.
El resultado es el sometimiento de todo al mercado: economía frente a mercado; política frente a mercado; individuo frente a mercado en aras de una eficiencia económica que, se olvidan de señalar, es sólo para unos pocos; que condena al hambre a miles de millones de seres humanos; que ha destrozado el planeta; que, cada vez más, necesita de conflictos bélicos permanentes para mantenerse, y que precisa destruir todo vestigio moral, ético y religioso que pueda suponer una limitación para la hegemonía del mercado. Todo esto supone una nueva concepción, del mundo y del hombre, profundamente materialista, amoral, economicista, perversa y antihumana. Esta concepción es uno de los principales problemas que tenemos la Iglesia para que el Evangelio sea tenido en cuenta como propuesta de vida plena y definitiva.
La respuesta a la pregunta «¿Elecciones, para qué?» es: para reaccionar como seres humanos, para oponernos a la destrucción de la naturaleza humana; para recuperar el sentido de la honradez, la moral y la ética; para construir un mundo en que los seres humanos podamos ser felices. La política, otra política, es el principal instrumento que tenemos para liberar a la economía, a la política y al hombre de la tiranía del mercado.
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