Desde hace muchos años vengo trabajando sobre la crisis de civilización que se ha abatido peligrosamente sobre la humanidad. No me he contentado con el análisis estructural de sus causas, sino que a través de muchos escritos he tratado de elaborar positivamente las posibles salidas en términos de valores y principios que den sostenibilidad real al mundo que ha de venir. Me ayudó mucho participar en la elaboración de la Carta de la Tierra, a mi modo de ver uno de los documentos más inspiradores para la presente crisis, que afirma: «el destino común nos convoca a buscar un nuevo comienzo. Nuevo comienzo que requiere un cambio en la mente y en el corazón, un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal».
Considero fundamentales para este nuevo comienzo dos valores: la sostenibilidad y el cuidado. La sostenibilidad, abordada en mi artículo anterior, significa el uso racional de los recursos escasos de la Tierra, sin perjudicar el capital natural, manteniéndolo en condiciones de reproducirse, con el fin de poder atender las necesidades de las generaciones futuras que también tienen derecho a un planeta habitable.
Se trata de una actividad que implica un tipo de economía respetuosa de los límites de cada ecosistema y de la propia Tierra, una sociedad que busca la equidad y la justicia social mundial y un medio ambiente suficientemente conservado para atender las demandas humanas.
Como se puede deducir, la sostenibilidad afecta a la sociedad, la política, la cultura, el arte, la naturaleza, el planeta y la vida de cada persona. Es fundamental garantizar las condiciones físico-químicas y ecológicas que sostienen la producción y la reproducción de la vida y de la civilización. Lo que en realidad constatamos cada vez con más claridad es que nuestro estilo de vida, hoy mundializado, no posee suficiente sostenibilidad. Es demasiado hostil a la vida y deja fuera a gran parte de la humanidad. Reina una perversa injusticia social mundial con sus terribles secuelas, hecho generalmente olvidado cuando se aborda el tema del calentamiento global.
La otra categoría, tan importante como la sostenibilidad, es el cuidado, sobre el cual tengo escrito varios estudios. El cuidado supone una relación amorosa, respetuosa y no agresiva, y por eso no destructiva, con la realidad. Presupone que los seres humanos son parte de la naturaleza y miembros de la comunidad biótica y cósmica, con la responsabilidad de protegerla, regenerarla y cuidarla. Más que una técnica, el cuidado es un arte, un paradigma nuevo de relación con la naturaleza, con la Tierra y con los seres humanos.
Si la sostenibilidad representa el lado más objetivo, ambiental, económico y social de la gestión de los bienes naturales y de su distribución, el cuidado denota su lado más subjetivo: las actitudes, los valores éticos y espirituales que acompañan todo ese proceso, sin los cuales la propia sostenibilidad no se da o no se garantiza a medio y largo plazo.
Sostenibilidad y cuidado deben ser asumidos conjuntamente para impedir que la crisis se transforme en tragedia y para dar eficacia a las prácticas que buscan fundar un nuevo paradigma de convivencia ser-humano-vida-Tierra. La crisis actual, con sus graves amenazas que pesan globalmente sobre todos, plantea una impostergable indagación filosófica: ¿que tipo de seres somos?, ¿somos capaces de depredar la naturaleza y de poner en peligro nuestra propia supervivencia como especie, o bien lo somos de cuidar y de responsabilizarnos por nuestro futuro común? ¿Cuál es, finalmente, nuestro lugar en la Tierra y cuál es nuestra misión? ¿No será la de cuidar y conservar esta herencia sagrada que el Universo y Dios nos entregaron, que es este Planeta vivo, que se autorregula, y de cuyo útero provenimos todos?
Y aquí, nuevamente, se recurre al cuidado como una posible definición operativa y esencial del ser humano. El cuidado incluye un cierto modo de estar-en-el-mundo-con-los-otros y una determinada praxis, protectora de la naturaleza. No sin razón, una tradición filosófica que viene de la antigüedad y que culmina en Heidegger y en Winnicott define la naturaleza del ser humano como un ser de cuidado. Sin el cuidado esencial él no estaría aquí, ni el mundo que le rodea. Sostenibilidad y cuidado, juntos, nos muestran el camino a seguir.
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