Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 27 de tiempo ordinario
- 2 de octubre de 2011 -
En un ayuntamiento han cambiado de alcalde; y el alcalde nuevo dijo
que, a partir de ahora el ayuntamiento será totalmente distinto de cómo había
sido anteriormente, que no se parecería en nada a como había sido antes, que no
tendría en cuenta, para nada, lo que había hecho el anterior alcalde, que, a
pasar de sus errores, había dejado bastantes cosas buenas, como es normal. El
nuevo alcalde, no lo decía, pero actuaba como si el ayuntamiento fuera suyo,
como si fuera su empresa particular. Es corriente que, las personas que
gobiernan, incluidos los sacerdotes, suelen hacerlo todo “por el pueblo y para
el pueblo”, pero, muchas veces, sin contar con el pueblo y sin tener en cuenta
al pueblo y sus verdaderas necesidades.
Parecer ser que éste es el defecto que tenemos todos los humanos.
Creemos que las cosas son nuestras. Tenemos la tendencia a pensar que somos
dueños absolutos de lo que somos y de los que tenemos, y que podemos hacer con
“lo nuestro”, lo que nos guste, o lo que nos convenga, sin tener en cuenta a
los demás, y menos a Dios. No pensamos que lo que tenemos, incluida la vida, es
de Dios, y que nosotros somos administradores de lo que él ha puesto en
nuestras manos, y que hemos de hacer, no lo que a nosotros nos venga en gana,
sino lo que quiere el dueño que nos lo ha entregado.
Y ¿qué quiere Dios que hagamos con los bienes que ha puesto en nuestras
manos y con nuestra vida? Nada más ni nada menos que, además de cubrir
razonablemente nuestras necesidades, (sin pasarnos) los pongamos al servicio de
los demás. Una empresa no es para bien exclusivo del empresario, sino sobre
todo para bien de todos los que forman la
empresa y de la sociedad. Dios lo ha puesto al frente de la empresa para
bien de su familia, de las familias de
los trabajadores que está en ella y para que preste un servicio a la sociedad
(sin contaminarla). Si el empresario, el dueño de un banco, o el director del
colegio, o del hospital, o el alcalde, o el ministro……. creen que lo que llevan
entre manos es suyo, además de suplantar al pueblo, están ocupando el lugar de
Dios. Las consecuencias de esta forma de actuar son las crisis económicas y
otros muchos problemas que padece la humanidad.
Hoy Jesús en Mateo 21,33-43, nos cuenta la historia de una viña que, un
dueño, arrendó a unos hombres, y después de la cosecha, el dueño, envió a sus
encargados, a pedir la parte que le correspondía. La reacción de los
arrendatarios fue negarse a dar la parte al dueño y maltratar a los encargados,
incluso mataron al hijo del dueño, que fue el último enviado. Los arrendatarios
se habían hecho dueños, se habían apoderado de la viña, y se negaban a
cualquier tipo de reconocimiento. La conclusión que saca Jesús es que, el dueño,
les iba a quitar la viña a los que la tenía arrendada, lo iban a perder todo.
“El que todo lo quiere todo lo pierde”.
La historia que cuenta Jesús nos recuerda a estos jefes de gobierno de
varias naciones, que durante muchos años han explotado a sus países, que
pensaban que la nación era suya; y al final han provocado la reacción del
pueblo y han sido expulsados del país, incluso sometidos a juicio.
A nivel familiar vemos con frecuencia que, el padre o la madre, que son
unos dictares, o unos déspotas, pierden la confianza de los hijos; lo mismo que
el hombre machista pierde la confianza y la buena relación con su mujer. Y la
persona que se cree dueña absoluta de su vida, que piensa que puede hacer con
su vida lo que quiere, y se lo permite todo, no llega a tener buenas
consecuencias.
Parece ser que es muy importante que no nos consideremos dueños
absolutos de nuestra vida, ni de nuestra familia, ni de nuestra empresa, ni de
nada; que reconozcamos que el dueño de todo es Dios, que no podemos ocupar su
lugar, porque si ocupamos su lugar (que no podemos de ninguna manera), lo
perderemos todo. Incluso una persona que no cree en Dios, no puede creerse
dueña absoluta de nada; su vida y sus capacidades pertenecen a la sociedad de
quien las ha recibido. Una vida egoísta no tiene ningún sentido, se crea o no
se crea en Dios. Lo único que tiene sentido es la solidaridad y el
reconocimiento de los demás, y para los cristianos, además de los otros,
reconocer a Dios.
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