(Estudio de Evangelio, compartido con los voluntarios de Cáritas de Vicaría 3ª)
En el mes pasado vimos nuestra vocación de
laicos/as, cómo Dios nos llama a nosotros, a qué nos llama, la misión que nos encarga en este mundo. Hoy
vamos a ver cómo Dios llama a los pobres, a qué los llama y cuál es el papel
que les da en la construcción de su Reino. Es muy importante que veamos la idea
que Dios tiene de los pobres, cómo los mira, cómo los valora, y a qué los
destina en este mundo y en el otro, para que nosotros aprendamos a situarnos
ante ellos, como se sitúa Dios.
No vamos a mirar toda la Sagrada Escritura;
sólo veremos un poco de los evangelios, algún pasaje del libro de los Hechos y
de la 1ª carta a los Corintios.
¿A qué llama Dios a los pobres?
A ser los que preparen el camino al
Señor:
Tenía Juan su vestido hecho de pelos de
camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y
miel silvestre. (Mateo 3,4) Juan, para anunciar y preparar la
venida del Señor, se hizo pobre, cumplió la misión que Dios le había encargado
desde la pobreza. Normalmente, son los pobres los que anuncian y preparan la
venida del Señor al mundo, aún sin darse cuenta.
Dios llama a los pobres a poseer la
verdadera felicidad y a ser los dueños
de su Reino:
« Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. (Mateo 5,1) Sólo los pobres
(pobres de dinero y pobres de corazón, las personas que están libres del apego
a cualquier cosa), o los que se hacen pobres, pueden recibir y experimentar el
Reino de Dios, y transmitirlo a otros.
A recibir las promesas del enviado de
Dios al mundo: “Jesús les
respondió:
« Id y contad a Juan lo que oís y veis:
los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos
oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y
dichoso aquel que no halle escándalo en mí!
(Mateo 11,4-5) Sólo los
pobres son los depositarios de las promesas de Dios a la humanidad, los que
reciben los dones que Dios quiere entregar a la humanidad.
A recibir los
secretos y la revelación de Dios, y a ser aliviados por el Señor: En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra,
dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y se las has revelado a pequeños.
Sí, Padre, pues así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi
Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien
nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
« Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.
Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera. (Mateo 11,25-30).A los que ya saben
mucho les cuesta dejarse enseñar por Dios. Los que viven cómodamente y bien, no
necesitan, o creen que no necesitan, que Dios los consuele
A manifestar el Reino de Dios en este
mundo:
Otra parábola les propuso: « El Reino de
los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en
su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece
es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves
del cielo vienen y anidan en sus ramas. (Mateo
13,31-32) El Reino de Dios, la presencia y el amor de Dios se hacen
presentes en los pequeños, en aquellas personas que para el mundo son
irrelevantes, de poco valor, como un grano de mostaza, una de las semillas más
pequeñas.
A poseer el tesoro del Reino: « El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro
escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por
la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. (Mateo13, 44)
Está claro quela persona que ha descubierto
el Reino y quiere disfrutar de él, renuncia a todo, se libera de todo. Y aquel
que no tiene nada está más preparado, tiene más fácil descubrir y disfrutar del
Reino y del amor de Dios, por no estar atado/a a nada.
A representar a Dios en este mundo: “Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid,
benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros
desde la creación del mundo. Porque tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero,
y me acogisteis; estaba desnudo, y me
vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme."
Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y
te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o
desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a
verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a
unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mateo (25,31-46) Por lo que nos dice
este texto de San Mateo, vemos claro que los pobres, los necesitados, los que
sufren, representan a Dios en este mundo de una forma especial. En ellos
encontramos a Dios de forma más real.
Los pobres son tan importantes que Jesús
los pone en el centro de la asamblea y pone “el Sábado” a su servicio: Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí
un hombre que tenía la mano paralizada.
Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice
al hombre que tenía la mano seca: « Levántate ahí en medio. » Y les dice: « ¿Es lícito en sábado hacer el
bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla? » Pero ellos
callaban. Entonces, mirándoles con ira,
apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: « Extiende la mano. » El
la extendió y quedó restablecida su mano.
En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos
contra él para ver cómo eliminarle. (Marcos 3,1-6). En una celebración de
la liturgia de los judíos, en el Sábado, el día más sagrado en Israel, Jesús
dedica una atención especial a un hombre que tenía la mano paralizada, lo pone
en el centro de aquella reunión y lo cura, aunque todos pensaban que estaba
prohibido curar en Sábado.
Dios pone a los
pobres en el lugar más alto y los sacia de bienes: Derribó a los potentados de sus tronos y
exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos
sin nada. (Lucas 1, 52-53). En esta ocasión es María, la madre de Jesús, la
que nos dice que Dios pone a los pobres, a los sencillos, por encima de los
poderosos de este mundo y los colma de todos sus bienes. El Plan de Dios es
todo lo contrario de lo que hace el
mundo y de la organización de este mundo.
Jesús aparece en el mundo, nace, en el
lugar de los pobres y de los marginados: “Y
sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del
alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le
acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento”. (Lucas 2,6-7). Jesús no nació en
un pesebre por casualidad. Él es el dueño de todo el universo y podía haber
elegido otro lugar, pero eligió el sitio más pobre, el de los marginados, nació
en una cuadra entre los animales. Desde su nacimiento quiso ser pobre y estar
al lado de los no tienen nada en este mundo, ni bienes, ni fama, ni poder. Al
comienzo de su vida pública renunciará también a estas tres cosas, cuando el
enemigo le proponga un camino distinto al de la voluntad del Padre.(Mateo
4,1-10)
Los pobres son los
primeros que van a ver a Jesús cuando nace: “Había
en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno
durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del
Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: « No temáis, pues os anuncio
una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la
ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de
señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. » Y
de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que
alababa a Dios, diciendo: « Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a
los hombres en quienes él se complace. » Y sucedió que cuando los ángeles,
dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: « Vayamos,
pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. »
Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el
pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel
niño; y todos los que lo oyeron se
maravillaban de lo que los pastores les decían”. (Lucas
2,8-15). Los que estaban bien acomodados y pegados a sus bienes,
difícilmente hubieran abandonado su casa y sus seguridades materiales, para ir
a la cuadra y arrodillarse ante el pesebre. Además, las personas de buena
posición, tienen muchas cosas que hacer, están muy ocupadas en defender lo que
tienen, y saben ya demasiado. Los sencillos, los que tienen poco que perder,
están más preparados para escuchar la llamada de Dios y seguirla.
Sólo pueden anunciar
el Evangelio los pobres, o los que se hacen pobres. Ellos son los más
dispuestos para recibir el Evangelio y para transmitirlo: “Y les dijo: « No toméis nada para
el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada
uno. Cuando entréis en una casa, quedaos
en ella hasta que os marchéis de allí”.
(Lucas 9,3-4). Por lo que vemos, el anuncio del Evangelio no puede
llevarse a cabo, desde los bienes y seguridades de este mundo. Sólo puede estar
disponible para transmitir la Buena Noticia, el/la que está liberado/a, de
todas aquellas cosas que la organización de este mundo nos propone como
imprescindibles y totalmente necesarias.
Dios llama a los pobres a ser los más importantes y los modelos en la comunidad cristiana: “Se suscitó una discusión entre
ellos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en
su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: « El que reciba a
este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel
que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor. (Lucas 9,46-48). El niño, en tiempos de
Jesús, no significaba nada. Otra vez vemos que Jesús pone en el centro de su
comunidad y de la vida a los que son nada, ni tienen ninguna importancia ene
este mundo..
Dios quiere que los pobres, los que son como la escoria y el desecho de la
humanidad, sean las mediaciones para encontrarnos con él y darle el verdadero
culto: “Pero un
samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y,
acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole
sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día
siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de
él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva." ¿Quién de estos
tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? » El
dijo: « El que practicó la misericordia con él. » Díjole Jesús: « Vete y haz tú
lo mismo. (Lucas 10,33-37) Jesús nos deja bien claro que la persona que dio
el verdadero culto a Dios, no fue el sacerdote y el levita. Quien se encontró
con Dios no fueron estos dos, sino el samaritano, que se compadeció y acogió al
que estaba maltrecho en la orilla del camino, y comprometió su vida y sus
bienes en ayudarle.
Quiere que ellos, los pobres, llenen la sala de su banquete: “El dueño de la casa, dijo a su
siervo: "Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar
aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos." Dijo el siervo:
"Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio." Dijo el señor al siervo: "Sal a los
caminos y cercas, y obliga a entrar a todos, hasta que se llene mi casa."
Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena”. (Lucas 14,21-24) Los dueños de los bienes
de este mundo, mientras no se desprendan de lo que tienen o se consideren como
meros administradores de lo que Dios ha puesto en sus manos, ya “les sobra” con sus posesiones, les parece
que no necesitan de Dios. Los pobres tienen más posibilidades, están en mejor
situación de escuchar, y seguir la voz que les llama al banquete del Reino.
Y a sentarse a su mesa en el paraíso: “Sucedió, pues, que murió el pobre y fue
llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue
sepultado. (Lucas 16,22) En la parábola del rico y Lázaro el mendigo, vemos
más claro quién se sienta en la mesa del Reino de Dios. Aquí se cumplen también
las palabras de María, la madre de Jesús: “A
los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”
A ocupar el lugar más alto que todos, a ser valorados más que todos: Alzando la mirada, vio a unos ricos
que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí
dos moneditas, y dijo: « De verdad os
digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo
de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo
cuanto tenía para vivir. (Lucas 21,1-4)
Vemos que Dios no mira la cantidad sino el corazón y el amor. Lo importante no
es dar mucho, sino darlo todo, no dar sino darse.
A recibir la luz que trae el Mesías y a que en ellos se manifieste la
gloria de Dios: Vio, al pasar,
a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: « Rabí,
¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego? » Respondió Jesús: «
Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios.
Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día;
llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy
luz del mundo. (Juan 9,1-4)
La gente pensaba que un ciego, que además estaba pidiendo limosna, estaba
en esa situación porque había cometido algún pecado él o sus padres, y Dios
había descargado sobre él todas las maldiciones. Pero no era así. Aquella
persona, como todos los que están en su misma situación, estaba en el mundo
para que se manifieste en él, y en todos los que están en una situación
semejante, las obras de Dios.
Por lo que vemos en el evangelio y en la actuación de los seguidores de
Jesús, parece que Dios no quiere que los pobres reciban sólo limosnas, sino,
ante todo, que se les ofrezca la
liberación de todo lo que les impide ser personas para vivir una vida digna
como hijos suyos: “Pedro y Juan
subían al Templo para la oración de la hora nona. Había un hombre, tullido desde su nacimiento,
al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada
Hermosa para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo. Este, al ver
a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió una limosna. Pedro
fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: « Míranos. » El les miraba
con fijeza esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: « No tengo plata ni
oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareo, ponte a
andar. » Y tomándole de la mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza
sus pies y tobillos, y de un salto se
puso en pie y andaba. Entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando
a Dios. Todo el pueblo le vio cómo
andaba y alababa a Dios; le reconocían,
pues él era el que pedía limosna sentado junto a la puerta Hermosa del
Templo. (Hechos 3.1-9) Pedro y Juan,
no le dieron dinero al paralítico, le devolvieron su dignidad de persona, lo
pusieron a la altura de todos. Y, sobre todo, le dieron la fe en Jesucristo, lo
pusieron en contacto con la fuente de la vida. Es una lección importante para
darnos cuenta de lo que tenemos que hacer y cómo hemos de tratar a los pobres.
Los pobres son aquellos que Dios escoge para formar su familia aquí en la
tierra y para ponerlos como referente y ejemplo a todo el mundo: “¡Mirad, hermanos, quiénes habéis
sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni
muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para
confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir
lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es,
para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la
presencia de Dios”. (1 Corintios
1,26-29)
Los primeros cristianos, o eran pobres, o se hacían pobres al entrar en la
comunidad cristiana, porque ponían sus bienes a disposición de lo que
necesitaba la comunidad. Y, cuando la cuando la comunidad cristiana, dejó de
poner sus bienes en común, nacieron las comunidades de religiosos, o
comunidades monacales, en las que, sus miembros, lo tenían todo en común, nadie
consideraba suyo nada de lo que había en la comunidad, y todos/as hacían voto
de pobreza, además de castidad y de obediencia.
Cuando el Hijo de Dios vino a este mundo, desde su nacimiento, incluso
antes de nacer eligió, la vida de los pobres, quiso ser pobre, viviendo la
pobreza más grande. Si él escogió esta vida es, en primer lugar porque estaba
lleno del amor del Padre, y además porque vio que era la más adecuada, la mejor
para vivir como Dios Padre quería que vivamos en este mundo, para poder llenarnos
de su amor; y también porque es la mejor manera de encontrar la felicidad y de
hacer felices a otros. No todas las personas comprenden esta forma que Dios
tiene de ver las cosas y de vivir. No todos llegamos a comprender, ni siquiera
los cristianos, que los pobres son los privilegiados ante Dios, ni siempre los
tratamos como nuestros maestros, y como aquellos que nos enriquecen con su
pobreza y nos pueden hacer mejores, los que nos pueden liberar de nuestra
esclavitud del dinero y de otras cosas.
Al darnos cuenta de cómo Dios mira a los pobres, (los parados, los
inmigrantes, los ignorantes, los enfermos, los drogadictos, las prostitutas,
los de países subdesarrollados…) y en lugar que los sitúa, podemos ver claro
cómo hemos de tratarlos y cómo debemos situarnos delante de ellos, en nuestro
trato y nuestra relación con ellos.
Pero hay otra cosa más importante todavía. Es muy difícil que nosotros experimentemos
el amor de Dios, y comprendamos a los pobres si no vivimos lo que ellos viven;
o, por lo menos, si no intentamos vivir, todo lo que podamos, la pobreza. Es
muy difícil que Jesús hubiera comprendido a los pobres si no hubiera vivido su
misma vida.
No sólo hemos de optar por los pobres, sino sobre todo, hemos de optar por
la pobreza. Y si vivimos como los pobres, no hemos de pensar que es un
sacrifico que hacemos, y que todos nos tienen que reconocer que hacemos algo
grande. De eso nada. El vivir como los pobres es un regalo de Dios, es una
gracia, es la mejor manera de encontrar la felicidad, es la mejor forma de
humanizarnos y de ser verdaderas personas. Llegamos a encontrar “el tesoro”, el
Reino, la felicidad completa y verdadera, no sólo cuando somos pobres, sino
sobre todo cuando, ayudados por el Espíritu del Señor, elegimos ser pobres. Al
Hablar de pobreza, tenemos claro que no hablamos de miseria ni de humillación
indigna de personas, contra las que tenemos que luchar con medios no violentos,
sino de libertad total de nuestro corazón para amar y entregarnos a Dios y a
los demás. Hablamos de pobreza como una manifestación del amor.
CUESTIONARIO PARA LA
REFLEXIÓN
- De
todo lo que he escuchado, ¿qué cosas me han llamado más la atención?
- ¿Qué
me enseña Jesús en su pobreza y en su manera de situarse y de relacionarse
con los pobres?
- ¿Cómo
suelo situarme ante los pobres? ¿Cómo los valoro? ¿Cómo los considero?
- ¿Qué
cosas aprendo de los pobres? ¿De qué manera ellos enriquecen mi vida?
- ¿Cómo
puedo superar mi sentimiento de superioridad antes los pobres?
- No
puedo dejar que los pobres me engañen pero ¿de qué forma puedo descubrir
su dignidad y la presencia de Dios en ellos? ¿Cómo puedo llegar a hacerme
discípulo de los pobres?
- ¿Puedo
participar bien en la Eucaristía si no descubro y experimento la dignidad
que Dios ha dado a los pobres? ¿Por qué?
- ¿Cómo
puedo convertir la vivencia de la Navidad en la fiesta de la sencillez, la
pobreza y la alegría verdadera?
- ¿Cómo
puedo vivir la experiencia de los pastores y los magos que fueron a
encontrarse con Jesús en la pobreza del pesebre?
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