Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 3º de tiempo ordinario
- 19 de enero de 2012 -
Vivimos en un mundo en el que las cosas están bastante difíciles en
todos los aspectos. Casi hemos llegado al convencimiento de que es imposible
que todas las personas tengan trabajo, que nadie tenga deudas, que nadie se vea
amenazado porque le van a rebajar la pensión. Creemos que es imposible que,
todo el mundo, pueda vivir sin agobios de ningún tipo. Repetimos la frase de
siempre: “Los pobres son cada vez más pobres, y los ricos son cada vez más
ricos” “quienes mandan son los que tienen dinero”.
Pero ¿es posible ese mundo en el que no exista el paro, el trabajo
precario, la inseguridad, y otras muchas cosas que nos complican la vida?
En este año leeremos el Evangelio de Marcos, es el Evangelio más
antiguo, y el más corto de todos. Nos presenta a Jesús de una forma sencilla.
Hoy en el Evangelio, Marcos 1,14-20, Jesús nos dice que ya ha llegado
ese mundo feliz para todos; que Dios ha venido a nuestro mundo para dar a
todos, la paz y la felicidad. Y también nos dice Jesús que, para disfrutar de
ese mundo feliz, hemos de cambiar, y cambiar, no sólo por fuera, sino sobre
todo por dentro. Si somos egoístas, aunque Dios quiera darnos la paz y la
felicidad, nosotros no podremos experimentarlas, porque pensaremos que la
felicidad depende de nosotros y trataremos de amontonar cosas innecesarias, aunque
sea a costa de los demás.
Todos estamos de acuerdo en que, en el mundo, sobra de todo para vivir
todos. Lo que impide que vivamos dignamente, los que formamos la humanidad, es
el egoísmo, el querer ser más que los demás, el dejarnos llevar por nuestros
caprichos sin pensar en los demás. Por eso Jesús dice que para vivir todos
hemos de cambiar. La cosa es muy sencilla: si en una casa todos son egoístas;
y, en la lucha por sobrevivir, uno/a de la familia se apodera de todos los
bienes, sólo podrá vivir el que tiene todos los bienes, los demás estarán
pasando hambre. La solución es que todos cambien. Así ocurre en el mundo.
También nos cuenta Marcos, cómo Jesús llamó a los primeros discípulos,
y ellos, dejándolo todo, lo siguieron. Eran personas que siguieron a Jesús y
comprometieron toda su vida en construir ese mundo que Jesús anunciaba y que
Dios quiere para todos.
San Pablo en la segunda lectura, 1ª Corintios 7,29-31, nos dice que
empleemos toda nuestra vida en construir ese mundo nuevo que Jesús nos anuncia.
En la primera lectura, (que prepara el anuncio del Evangelio), Jonás
3,1-5.10, ocurre algo parecido. Nínive era una ciudad que había caído en una
corrupción generalizada. Ya no se podía vivir. En estas circunstancias aparece
Jonás diciendo: Dentro de cuarenta días Nínive será destruida.
Ante la predicación de Jonás los ninivitas, un pueblo pagano, que no
creía en el Dios de Israel, incluidos sus gobernantes, reaccionaron escuchando
y cambiando su vida, de tal manera que cambió la situación de la ciudad, y se
solucionaron todos los problemas.
Está claro que Dios no ha dejado el mundo de su mano, quienes nos
hacemos la vida imposible somos nosotros. Pero, también nosotros, con la ayuda de
Dios, podemos cambiar como cambiaron los ninivitas, y como han cambiado, y
están cambiando, tantas personas.
En esta semana que hemos terminado, y en la que empezamos hoy, estamos
celebrando el octavario de oración por la unión de los cristianos. Nos damos
cuenta de que los cristianos, si no estamos unidos, no podemos ser cristianos.
Y también tenemos claro que, para que la humanidad soluciones todos los
problemas, tiene ha de estar unida. Haciéndonos la guerra unos a otros, no
conseguimos más que complicarnos la vida y destruirnos. También ocurre esto
cuando una familia no está unida. Es importante que oremos y trabajemos todo lo
que podamos por conseguir la unidad entre nosotros y en toda la humanidad. Hoy
también celebramos la jornada de la Infancia Misionera. Es una jornada igual
que el Domund, pero dedicada a los niños. Desde pequeños, los niños, es bueno
que se den cuenta que, en este mundo, no todos vivimos igual. Y que, en nuestra
vida, hemos de tener en cuenta a los niños y personas que, aunque son personas
como nosotros, no tienen lo que nosotros tenemos, ni conocen a Dios como
nosotros, muchas veces porque carecen de lo más imprescindible para vivir.
Ayúdanos, Señor, a escuchar tu llamada, y a ponernos en marcha para
cambiar nuestro corazón y nuestra vida, para que así pueda cambiar el mundo en
que vivimos. Que no queramos cambiar el mundo sin cambiar nosotros. Que veamos
claro que el cambio del mundo comienza en nosotros, y en nuestro compromiso por
hacer todo lo que dependa de nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario