Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 7º de tiempo ordinario
- 19 de febrero de 2012 -
Durante mucho tiempo, para educar a los niños y jóvenes,
se ha empleado el método de culpabilizar, es decir, el hacer ver que, el que
había cometido una falta, era culpable, y se tenía que sentir culpable. Más que
ayudar a descubrir el error cometido y a poner solución, se insistía en hacer
ver la culpa. Hasta, algunas veces, se le decía al niño que Dios lo iba a
castigar, se utilizaba a Dios para dominar y meter miedo a los menores. Todavía
queda mucho de esta forma de educar, sobre todo en la familia, aunque ahora
muchos padres y educadores, se han pasado al extremo contrario, y no ayudan lo
suficiente, a niños y jóvenes, a reconocer sus equivocaciones y no apoyan, lo
que debieran, a los hijos, para que piensen y aprovechen sus defectos para ir
madurando.
Sin embargo, parece que vamos viendo que, una cosa es
corregir, de forma sana y equilibrada, y otra cosa muy distinta es culpabilizar
y agobiar al que está bajo nuestra responsabilidad, o la persona que vemos que
comete una falta. El corregir con paciencia y con respeto, ayuda a crecer y a
madurar. El culpabilizar, crea en los hijos, y en cualquier persona, el
complejo de culpabilidad, enferma y los
hace caer en la depresión; o hace que se reboten y pierdan la comunicación y la
buena relación con los padres. Y otra cosa que puede culpabilizar son los
castigos demasiado duros o injustos, o los malos tratos físicos o sicológicos,
o el exceso de reproches; o el hacer ver sólo lo negativo del comportamiento,
el estar esperando que se haga una cosa mal para reprocharla.
Con todo esto no estoy diciendo, ni mucho menos, que
educar sea una casa fácil, y menos hoy en día. Mi intención es ver lo mejor
para educar.
También los que gobiernan, con sus actuaciones, tratan de
corregir a la sociedad. Y, casi siempre, lo hacen sin contar y sin dialogar, lo
suficiente, con la gente. Una corrección muy actual son “los recortes” que se
están llevando a cabo, sin el suficiente diálogo y comunicación con los
interlocutores sociales y con los representantes del pueblo.
Ante estas medidas, muchas personas se resignan y las
aceptan, con la idea de que “estamos en crisis” y tenemos que apretarnos, lo
más posible, el cinturón, porque no hay más remedio. Es una forma de
culpabilizarse. Piensan que estamos pagando lo que hemos “abusado”, y puede que
haya algo de esto; pero eso, no es todo la verdad, cuando los recortes afectan
a necesidades básicas como la comida, la educación, la atención sanitaria, y
muchas otras cosas más. Otras personas, las más afectadas, o las que ven claramente
que, en los recortes, hay gran parte de injusticia, no se culpabilizan, y optan
por movilizarse, y por perder la confianza en los que gobiernan.
A la hora de movilizarse conviene pensar, y actuar con
mucho conocimiento de causa y con mucha responsabilidad. Pero parece una
postura sana, el reaccionar (de forma pacífica, claro está) ante lo que se ve
que es injusto, no resignarse ante la injusticia. Es importante que el pueblo
manifieste su opinión con energía, que siempre podrá ayudar, a los que
gobiernan, a equilibrar sus decisiones; y a pensar que los recortes no han de
ser siempre, ni principalmente, para los mismos, para los más débiles, que son
los que menos han contribuido en provocar la crisis; y que, además de los
recortes, puede haber otras soluciones.
En este domingo hemos leído el Evangelio, Marcos 2,1-12,
y en él, vemos a Jesús, en primer lugar, perdonando a un hombre que estaba
paralítico. A este paralítico lo habían puesto delante de Jesús, abriendo un
boquete en el techo de la casa donde estaba; y descolgando la camilla con el
enfermo. Eran un poco atrevidos los que levaban al enfermo. Por lo visto,
Jesús, les inspiraba una gran confianza, y por eso se atrevieron. Y la actitud
de Jesús no es reprochar, ni culpabilizar, sino todo lo contrario, transmitir
confianza, dar a entender que, el Dios en el que nosotros creemos, no es un
Dios de castigo y de venganza, sino un Dios de amor y de perdón. Y como todos
los presentes, o casi todos, tenían una imagen totalmente distinta, por no
decir contraria, de Dios, reaccionaron en contra, pensando que Jesús estaba,
nada más, ni nada menos, que blasfemando. Jesús quería el perdón para todos,
para poner todas las personas al mismo nivel, no que unos fueran considerados
como justos y otros como culpables, pues todos somos pecadores. Y Jesús, para
dejar bien claro que Dios no castiga, sino que perdona, como el mejor de los
padres, le dijo al paralítico que se levantara, que cargara con su camilla y
que se fuera a su casa.
Con esto Jesús dejó bien claro que, el Dios en el que
nosotros creemos, no es el Dios que castiga, que reprocha, y que culpabiliza;
sino el que perdona, el que ayuda a corregirse de los errores, o de los fallos
cometidos, y el que levanta al ser humano de sus caídas para que camine con
libertad y con paz, consciente de su dignidad. Dios es justo, pero sobre todo,
Dios es amor. La justicia de Dios va encaminada a salvarnos, no a condenarnos.
En algún otro pasaje del Evangelio, Lucas 18,14, Jesús
dice que “el se eleva lo abajarán, y al que se abaja lo elevarán”. Esto quiere
decir que Dios no quiere culpabilizar a nadie, pero tampoco quiere que unas
personas estén por encima de otras. El Plan de Dios es que todos estemos al
mismo nivel, o parecido. No es voluntad de Dios que unos sufran los recortes, y
otros vivan a sus anchas. Que si nos tenemos que apretar el cinturón, que
seamos todos, no unos pocos.
No que unos estén en lo más hondo del agobio y de la
miseria; y otros vivan en la abundancia y se aferren en amontonar miles de
millones, por el mero placer de tener dinero, sin hacer nada de provecho con
él.
A todos, sin excluir a nadie, nos dice hoy Jesús: “Tus
pecados te son perdonados, levántate y camina con dignidad en tu vida”. Y eso
es lo que Jesús quiere para toda la sociedad, que no culpabilicemos unos a
otros, que nadie se culpabilice a sí mismo, que nadie la culpabilice a la
sociedad, que aprendamos de los errores y de los fallos, que la sociedad y
todos nos levantemos de todas las
crisis, y que vivamos en paz, que para eso nos ha traído Dios a este mundo.
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