"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

jueves, 16 de febrero de 2012

JESÚS NOS INVITA A CAMINAR CON LA DIGNIDAD DE LOS HIJOS DE DIOS

Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 7º de tiempo ordinario
- 19 de febrero de 2012 -
Durante mucho tiempo, para educar a los niños y jóvenes, se ha empleado el método de culpabilizar, es decir, el hacer ver que, el que había cometido una falta, era culpable, y se tenía que sentir culpable. Más que ayudar a descubrir el error cometido y a poner solución, se insistía en hacer ver la culpa. Hasta, algunas veces, se le decía al niño que Dios lo iba a castigar, se utilizaba a Dios para dominar y meter miedo a los menores. Todavía queda mucho de esta forma de educar, sobre todo en la familia, aunque ahora muchos padres y educadores, se han pasado al extremo contrario, y no ayudan lo suficiente, a niños y jóvenes, a reconocer sus equivocaciones y no apoyan, lo que debieran, a los hijos, para que piensen y aprovechen sus defectos para ir madurando.

Sin embargo, parece que vamos viendo que, una cosa es corregir, de forma sana y equilibrada, y otra cosa muy distinta es culpabilizar y agobiar al que está bajo nuestra responsabilidad, o la persona que vemos que comete una falta. El corregir con paciencia y con respeto, ayuda a crecer y a madurar. El culpabilizar, crea en los hijos, y en cualquier persona, el complejo de culpabilidad,  enferma y los hace caer en la depresión; o hace que se reboten y pierdan la comunicación y la buena relación con los padres. Y otra cosa que puede culpabilizar son los castigos demasiado duros o injustos, o los malos tratos físicos o sicológicos, o el exceso de reproches; o el hacer ver sólo lo negativo del comportamiento, el estar esperando que se haga una cosa mal para reprocharla.
Con todo esto no estoy diciendo, ni mucho menos, que educar sea una casa fácil, y menos hoy en día. Mi intención es ver lo mejor para educar.
También los que gobiernan, con sus actuaciones, tratan de corregir a la sociedad. Y, casi siempre, lo hacen sin contar y sin dialogar, lo suficiente, con la gente. Una corrección muy actual son “los recortes” que se están llevando a cabo, sin el suficiente diálogo y comunicación con los interlocutores sociales y con los representantes del pueblo.
Ante estas medidas, muchas personas se resignan y las aceptan, con la idea de que “estamos en crisis” y tenemos que apretarnos, lo más posible, el cinturón, porque no hay más remedio. Es una forma de culpabilizarse. Piensan que estamos pagando lo que hemos “abusado”, y puede que haya algo de esto; pero eso, no es todo la verdad, cuando los recortes afectan a necesidades básicas como la comida, la educación, la atención sanitaria, y muchas otras cosas más. Otras personas, las más afectadas, o las que ven claramente que, en los recortes, hay gran parte de injusticia, no se culpabilizan, y optan por movilizarse, y por perder la confianza en los que gobiernan.
A la hora de movilizarse conviene pensar, y actuar con mucho conocimiento de causa y con mucha responsabilidad. Pero parece una postura sana, el reaccionar (de forma pacífica, claro está) ante lo que se ve que es injusto, no resignarse ante la injusticia. Es importante que el pueblo manifieste su opinión con energía, que siempre podrá ayudar, a los que gobiernan, a equilibrar sus decisiones; y a pensar que los recortes no han de ser siempre, ni principalmente, para los mismos, para los más débiles, que son los que menos han contribuido en provocar la crisis; y que, además de los recortes, puede haber otras soluciones.
En este domingo hemos leído el Evangelio, Marcos 2,1-12, y en él, vemos a Jesús, en primer lugar, perdonando a un hombre que estaba paralítico. A este paralítico lo habían puesto delante de Jesús, abriendo un boquete en el techo de la casa donde estaba; y descolgando la camilla con el enfermo. Eran un poco atrevidos los que levaban al enfermo. Por lo visto, Jesús, les inspiraba una gran confianza, y por eso se atrevieron. Y la actitud de Jesús no es reprochar, ni culpabilizar, sino todo lo contrario, transmitir confianza, dar a entender que, el Dios en el que nosotros creemos, no es un Dios de castigo y de venganza, sino un Dios de amor y de perdón. Y como todos los presentes, o casi todos, tenían una imagen totalmente distinta, por no decir contraria, de Dios, reaccionaron en contra, pensando que Jesús estaba, nada más, ni nada menos, que blasfemando. Jesús quería el perdón para todos, para poner todas las personas al mismo nivel, no que unos fueran considerados como justos y otros como culpables, pues todos somos pecadores. Y Jesús, para dejar bien claro que Dios no castiga, sino que perdona, como el mejor de los padres, le dijo al paralítico que se levantara, que cargara con su camilla y que se fuera a su casa.
Con esto Jesús dejó bien claro que, el Dios en el que nosotros creemos, no es el Dios que castiga, que reprocha, y que culpabiliza; sino el que perdona, el que ayuda a corregirse de los errores, o de los fallos cometidos, y el que levanta al ser humano de sus caídas para que camine con libertad y con paz, consciente de su dignidad. Dios es justo, pero sobre todo, Dios es amor. La justicia de Dios va encaminada a salvarnos, no a condenarnos.
En algún otro pasaje del Evangelio, Lucas 18,14, Jesús dice que “el se eleva lo abajarán, y al que se abaja lo elevarán”. Esto quiere decir que Dios no quiere culpabilizar a nadie, pero tampoco quiere que unas personas estén por encima de otras. El Plan de Dios es que todos estemos al mismo nivel, o parecido. No es voluntad de Dios que unos sufran los recortes, y otros vivan a sus anchas. Que si nos tenemos que apretar el cinturón, que seamos todos, no unos pocos.
No que unos estén en lo más hondo del agobio y de la miseria; y otros vivan en la abundancia y se aferren en amontonar miles de millones, por el mero placer de tener dinero, sin hacer nada de provecho con él.
A todos, sin excluir a nadie, nos dice hoy Jesús: “Tus pecados te son perdonados, levántate y camina con dignidad en tu vida”. Y eso es lo que Jesús quiere para toda la sociedad, que no culpabilicemos unos a otros, que nadie se culpabilice a sí mismo, que nadie la culpabilice a la sociedad, que aprendamos de los errores y de los fallos, que la sociedad y todos nos  levantemos de todas las crisis, y que vivamos en paz, que para eso nos ha traído Dios a este mundo.

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