"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

miércoles, 12 de septiembre de 2012

EL CENTRO DE TODO EL CAMINO CRISTIANO

Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 24 de tiempo ordinario
-16 septiembre 2012-
María Luisa es la tercera hija de una familia de cuatro hermanos. A lo largo de la vida de esta familia, los padres, han demostrado el cariño más grande a los hijos. A pesar de que no tenían muchos bienes, no han escatimado medios, ni sacrificios para que todos los hijos estudiaran, sacaran buenas carreras y encontraran un buen puesto de trabajo. La que más relación afectiva ha tenido con sus padres, ha sido María Luisa que, al casarse, fue a vivir a casa de los padres.  Hace dos años que murió su padre. Y su madre, ya mayor, quizá afectada por la muerte de su padre, ha caído en una depresión, y, al parecer, se le están detectando síntomas de Alzheimer. Estas circunstancias por las que está pasando, Luisa, su madre, están poniendo a prueba el cariño que María Luisa le ha tenido siempre; porque hasta ahora todo había sido muy bonito y agradable. Ahora es muy difícil la comunicación con Luisa. Tiene que repetirle las cosas mil veces, y al final no consigue nada. No se la puede dejar sola en casa. Para afrontar esta situación, se le presentan estas alternativas: o buscar una persona que se quede con la madre mientras ella trabaja, o renunciar al trabajo y quedarse en casa para cuidarla; o llevarla a una residencia; o que cada hermano la tenga una temporada; pero con esto, los hermanos no están de acuerdo. Aunque el marido, de María Luisa gana lo suficiente para vivir (sin lujos), ella no tiene claro dejarse el trabajo. Buscar una persona para que cuide de ella, no resuelve el problema del todo, porque, cuando la mujer que la cuida se va por la noche, la convivencia con Luisa, le resulta difícil a la hija. Están barajando la posibilidad de llevarla a una residencia. Esto hecho están poniendo de manifestó que el cariño de María Luisa y de sus hermanos, hacia su madre, no era tan grande como parecía. Hay muchos motivos para que, tanto ella como sus hermanos, la tengan en casa y la cuiden, aceptando todos los sacrificios que se vayan presentando, siempre menores a los que la madre ha hecho por ellos. Pero María Luisa dice que dedicarse de lleno a su madre, sería renunciar a demasiadas cosas y no disfrutar de lo que todo el mundo está disfrutando; sería, algo así como firmar su sentencia de muerte. El resultado ha sido que su madre ya está mes y medio en una residencia. Las razones que da esta persona y sus hermanos para tomar esta decisión, es quela vida no nos la tenemos que complicar, que no hemos de darle demasiadas vueltas al amor a los padres, que hay que ser más prácticos, y disfrutar de la vida lo más posible.

Por lo que se ve, el amor, para que sea verdadero, no debe escatimar sacrificios, debe comprometer toda la vida de la persona y, ese compromiso, es algo así como dar un cheque en blanco, no se sabe hasta dónde puede llegar.
Hoy Jesús, el Evangelio, Marcos 8,27-35, después de preguntar a sus discípulos “quién era él para ellos” y quedar claro que Jesús es el Mesías (el Salvador que todos esperaban), les comunica que su objetivo es dar la vida por su pueblo y por toda la humanidad, que no se quiere quedar sólo en hacer milagros y en tener buenos detalles con la gente, “pasando por el mundo haciendo el bien”; quiere ir más lejos, darlo todo, morir entregando su vida por amor a la humanidad. Ante este planteamiento que comunica a sus discípulos y a toda la gente que le acompañaba, se revuelve Pedro con todas sus fuerzas, lo llama aparte, y le dice a Jesús “que no exagere”, que para salvar al mundo no hace falta comprometer ni entregar la vida y menos de forma sangrienta, y que eso no le podía pasar de ninguna manera. Pero Jesús reacciona con más fuerza todavía y le dice a Pedro “que piensas como los hombres, (confundes la salvación con la “buena vida”) no como Dios” (que quiere para nosotros la verdadera felicidad, la felicidad del amor). Y, a continuación dice a todos: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue  a sí mismo (que renuncie a su egoísmo) que cargue con su cruz (que asuma sus responsabilidades) y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida (de forma egoísta, como lo hace todo el mundo) la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio (por crear un mundo distinto, un mundo nuevo) la salvará (experimentará lo que es vivir de verdad). Jesús nos llama a una amor incondicional y gratuito, nos llama a un amor que sea capaz de darlo todo, no porque quiera hacernos unos “héroes”, sino porque sólo en el amor que compromete toda nuestra vida, se encuentra la felicidad.
Hoy normalmente (a pesar de la crisis) se habla de bienestar, de calidad de vida, de disfrutar, de pasarlo bien, de experimentar todo lo que la vida puede dar sí, comprando cosas, consumiendo, haciendo viajes, cruceros,  participando en espectáculos…. Todo eso merece un respeto muy grande, cada persona puede hacer lo que crea en conciencia. No mucha gente aspira y busca la felicidad del amor que sabe renunciar a todo por el ben de los demás, la felicidad de las Bienaventuranzas. Pero sí que hay gente que viaja y pasa sus vacaciones trabajando en hospitales de países pobres, o aportando su dinero y colaborando en construir casas para los que no tienen, o comprando muchas cosas, no para disfrutarlas ellos, sino para compartirlas con los demás. Otras personas se van a ejercer la medicina en países que están en guerra, exponiendo su vida. Y otras personas que no se van a ningún sitio, pero llevan una vida austera, pasan con lo menos posible para solidarizarse con los parados y con los que no tienen nada para vivir. Todavía hay miles y millones de personas que aspiran y buscan la felicidad del amor gratuito que llega hasta el final, hasta dar la vida y no caen en la trampa de la “felicidad” del consumo y de la vida fácil.
Hoy, en esta Eucaristía, celebramos la muerte de Jesús hasta darlo todo por amor a nosotros. Nos unimos a él para hacer lo que hizo él. 

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