Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 24 de tiempo
ordinario
-16 septiembre 2012-
María Luisa es la
tercera hija de una familia de cuatro hermanos. A lo largo de la vida de esta
familia, los padres, han demostrado el cariño más grande a los hijos. A pesar
de que no tenían muchos bienes, no han escatimado medios, ni sacrificios para
que todos los hijos estudiaran, sacaran buenas carreras y encontraran un buen
puesto de trabajo. La que más relación afectiva ha tenido con sus padres, ha
sido María Luisa que, al casarse, fue a vivir a casa de los padres. Hace dos años que murió su padre. Y su madre,
ya mayor, quizá afectada por la muerte de su padre, ha caído en una depresión,
y, al parecer, se le están detectando síntomas de Alzheimer. Estas circunstancias
por las que está pasando, Luisa, su madre, están poniendo a prueba el cariño
que María Luisa le ha tenido siempre; porque hasta ahora todo había sido muy
bonito y agradable. Ahora es muy difícil la comunicación con Luisa. Tiene que
repetirle las cosas mil veces, y al final no consigue nada. No se la puede dejar
sola en casa. Para afrontar esta situación, se le presentan estas alternativas:
o buscar una persona que se quede con la madre mientras ella trabaja, o
renunciar al trabajo y quedarse en casa para cuidarla; o llevarla a una
residencia; o que cada hermano la tenga una temporada; pero con esto, los
hermanos no están de acuerdo. Aunque el marido, de María Luisa gana lo
suficiente para vivir (sin lujos), ella no tiene claro dejarse el trabajo.
Buscar una persona para que cuide de ella, no resuelve el problema del todo,
porque, cuando la mujer que la cuida se va por la noche, la convivencia con
Luisa, le resulta difícil a la hija. Están barajando la posibilidad de llevarla
a una residencia. Esto hecho están poniendo de manifestó que el cariño de María
Luisa y de sus hermanos, hacia su madre, no era tan grande como parecía. Hay
muchos motivos para que, tanto ella como sus hermanos, la tengan en casa y la
cuiden, aceptando todos los sacrificios que se vayan presentando, siempre
menores a los que la madre ha hecho por ellos. Pero María Luisa dice que
dedicarse de lleno a su madre, sería renunciar a demasiadas cosas y no
disfrutar de lo que todo el mundo está disfrutando; sería, algo así como firmar
su sentencia de muerte. El resultado ha sido que su madre ya está mes y medio
en una residencia. Las razones que da esta persona y sus hermanos para tomar
esta decisión, es quela vida no nos la tenemos que complicar, que no hemos de
darle demasiadas vueltas al amor a los padres, que hay que ser más prácticos, y
disfrutar de la vida lo más posible.
Por lo que se ve, el
amor, para que sea verdadero, no debe escatimar sacrificios, debe comprometer
toda la vida de la persona y, ese compromiso, es algo así como dar un cheque en
blanco, no se sabe hasta dónde puede llegar.
Hoy Jesús, el Evangelio,
Marcos 8,27-35, después de preguntar a sus discípulos “quién era él para ellos”
y quedar claro que Jesús es el Mesías (el Salvador que todos esperaban), les
comunica que su objetivo es dar la vida por su pueblo y por toda la humanidad, que
no se quiere quedar sólo en hacer milagros y en tener buenos detalles con la
gente, “pasando por el mundo haciendo el bien”; quiere ir más lejos, darlo
todo, morir entregando su vida por amor a la humanidad. Ante este planteamiento
que comunica a sus discípulos y a toda la gente que le acompañaba, se revuelve
Pedro con todas sus fuerzas, lo llama aparte, y le dice a Jesús “que no
exagere”, que para salvar al mundo no hace falta comprometer ni entregar la
vida y menos de forma sangrienta, y que eso no le podía pasar de ninguna
manera. Pero Jesús reacciona con más fuerza todavía y le dice a Pedro “que
piensas como los hombres, (confundes la salvación con la “buena vida”) no como
Dios” (que quiere para nosotros la verdadera felicidad, la felicidad del amor).
Y, a continuación dice a todos: “El que quiera venirse conmigo, que se
niegue a sí mismo (que renuncie a su
egoísmo) que cargue con su cruz (que asuma sus responsabilidades) y me siga.
Mirad, el que quiera salvar su vida (de forma egoísta, como lo hace todo el
mundo) la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio (por crear un
mundo distinto, un mundo nuevo) la salvará (experimentará lo que es vivir de
verdad). Jesús nos llama a una amor incondicional y gratuito, nos llama a un
amor que sea capaz de darlo todo, no porque quiera hacernos unos “héroes”, sino
porque sólo en el amor que compromete toda nuestra vida, se encuentra la
felicidad.
Hoy normalmente (a pesar
de la crisis) se habla de bienestar, de calidad de vida, de disfrutar, de
pasarlo bien, de experimentar todo lo que la vida puede dar sí, comprando
cosas, consumiendo, haciendo viajes, cruceros,
participando en espectáculos…. Todo eso merece un respeto muy grande,
cada persona puede hacer lo que crea en conciencia. No mucha gente aspira y
busca la felicidad del amor que sabe renunciar a todo por el ben de los demás,
la felicidad de las Bienaventuranzas. Pero sí que hay gente que viaja y pasa
sus vacaciones trabajando en hospitales de países pobres, o aportando su dinero
y colaborando en construir casas para los que no tienen, o comprando muchas
cosas, no para disfrutarlas ellos, sino para compartirlas con los demás. Otras
personas se van a ejercer la medicina en países que están en guerra, exponiendo
su vida. Y otras personas que no se van a ningún sitio, pero llevan una vida
austera, pasan con lo menos posible para solidarizarse con los parados y con
los que no tienen nada para vivir. Todavía hay miles y millones de personas que
aspiran y buscan la felicidad del amor gratuito que llega hasta el final, hasta
dar la vida y no caen en la trampa de la “felicidad” del consumo y de la vida fácil.
Hoy, en esta Eucaristía,
celebramos la muerte de Jesús hasta darlo todo por amor a nosotros. Nos unimos
a él para hacer lo que hizo él.
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