Encarnita junto a otros participantes en el Proyecto Tierra |
Volver a la tierra para combatir la pobreza
En un pequeño pueblo de la Vega Baja de
Alicante, cinco familias con dificultades económicas llenan ahora
parte de su despensa con las cosechas de las tierras que ellos mismos cultivan.
Gracias al impulso del grupo de Cáritas de la Parroquia San Juan
Bautista, un terreno baldío se ha transformado en una huerta para el
autoabastecimiento.
Para explicar el éxito de Finlandia, modelo de
bienestar y modernidad económica, se suele recurrir como uno de los fáctores de
su progreso al «apego a la tierra». El prestigioso arquitecto finlandés Juhani
Pallasmaa lo justifica por una razón histórica: «La pobreza tras la guerra
prolongó la relación con el campo. Había cerdos en las ciudades por la escasez
de carne. Se cultivaban verduras en los jardines».
También Encarna Cartagena,
militante de la HOAC y miembro de Cáritas de la Parroquia, tiene muy presente
el pasado: «Las personas mayores como yo recordamos lo dura que fue la
post-guerra, un tiempo en que faltaba el trabajo y en el que el cultivo de un
trozo de tierra de huerta evitaba que se pasara hambre, pues con algún jornal
que se sacaba a la semana y los productos que obteníamos cultivando esa tierra
podiamos sobrevivir».
Cox es un pequeño pueblo de Alicante de menos de 7.000 habitantes. Antes,
la gran mayoría de sus habitantes se dedicaban a la agricultura. Pero con el
paso del tiempo, ante la escasez de agua y la poca rentabilidad que dejaba la
tierra, optaron por otras salidas. Preferentemente, el almacenamiento y
distribución de frutas y hortalizas, favorecida por su estrátegia situación
como encrucijada entre Alicante, Albacete y Murcia. Abundan los autónomos, los
venderores ambulantes y los transportistas, aunque en la época del boom inmobiliario,
la construcción daba empleo a numerosos trabajadores por cuenta ajena. El
trabajo en los almacenes de frutas recaía, entonces, en los inmigrantes,
llegados en general, del norte de África y de Latinoamérica.
Pero la Gran Recesión llegó también a este enclave
alicantino y se acabó su situación de casi pleno empleo. Las solicitudes de
ayuda se multiplicaron y cambiaron su naturaleza. Si antes, los solicitantes de
ayuda eran inmigrantes que buscaban trabajo, alojamiento y acogida, ahora
llegaban también los autóctonos y las peticiones se ampliaron a las necesidades
básicas. «Ante esta situación, el grupo de Cáritas nos paramos a pensar y a
orar para ver por dónde debíamos caminar, para ver qué nos pedía el Señor»,
dice, echando la vista atrás, Encarna Cartagena. Las ocho mujeres y un hombre
que forman el equipo se inspiraron en la encíclica de Benedicto XVI, «Caritas
in Veritate», en concreto en la cita que dice: «La crisis nos obliga a
revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de
compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las
negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y
proyecto de un modo nuevo».
Cuenta Encarna Cartagena que sintieron que debían
ser «creativos», más aún cuando «la labor de Cáritas no es solo de
asistencia, sino ayudar a ganarse la vida dignamente». A sus ojos, los
parados, los expulsados por las reglas de hierro de la economía actual,
formaban parte de ese pueblo al que se refiere el Evangelio de Mateo, en el
capítulo nueve, versículo 36: «Viendo al gentío, le dio lástima de ellos,
porque andaban maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor».
Curiosamente, la solución imaginativa se fraguó
recurriendo al vivo pasado agrícola. Hace ahora más de dos años, empezaron a
tantear las posibilidades de dar respuesta a esta pregunta: «¿Por qué no
ofrecer tierra a las personas para que cultiven sus productos y contribuir así
a la economía familiar». Algunos inmigrantes, especialmente de Ecuador, se
interesaron por el proyecto. Habían sido agricultores y echaban de menos
algunos cultivos propios de su tierra. «En el pueblo hay cultura del
arrendamiento de tierras, pero no a cederlas para su cultivo sin más. Nos
preguntamos de dónde sacar las tierras, quién nos las prestaría…», explica
Encarna Cartagena.
Hablaron con el secretario del Sindicato de Riegos
de Cox, Antonio Gallego, para presentarles el proyecto y pedirle colaboración
para encontrar un propietario altruista dispuesto a ceder a cambio de nada
tierra no cultivada. También acudieron al alcade para informarle de sus
intenciones y pedirle colaboración. Pasaron cinco meses hasta que por fin se
rompió el silencio. Había alguien dispuesto a ceder tierras. No era otro que el
mismo secretario que había empleado todo ese tiempo tanto en difundir la
petición que le habían hecho entre los propietarios de tierra como en acordar
con su familia la cesión que tenía en mente. «El Señor le debió tocar el
corazón. Es un hombre honrado que, aunque no es creyente, tiene gran amor por
la tierra y debió pensar que era una buena idea», relata Encarna
Cartagena.
Hubo que redactar un documento de cesión para que
quedaran claros los términos de la colaboración, en el que se especificaban
también los deberes que asumían los beneficiados. También fue labor del grupo
de Cáritas hablar con los dueños de las tierras conlindantes a las cinco
«tahullas» (alrededor de 6.000 metros cuadrados) entregadas a cinco familias de
inmigrantes ecuatorianos para evitar recelos. Las tierras llevaban tiempo
abandonadas, por lo que precisaban una labor previa de acondicionamiento: «Había
que quitar las hierbas, labrar la tierra para ‘desapelmazarla’, abonarla y
poner a punto el riego. Eso significaba una inversión inicial que no podían
afrontar las familias», relata esta militante de la HOAC, casada con un
antiguo maestro, también militante de la HOAC y apasionado de la agricultura.
Encarnita presentando el proyecto en los Cursos de Verano de la HOAC (Avila) |
El equipo hoacista al que pertenece Encarna
Cartagena, como no podía ser de otra manera, estaban informados de las andanzas
y desventuras del grupo parroquial de Cáritas y consideraron la ocasión como un
momento propicio para «practicar la comunión de vida», a pesar de que algunas
personas se encontraban en paro. Después de todo, «la comunión de bienes,
como expresión social del amor es esencial en el Plan de Dios». Pusieron
dinero para comprar los fertilizantes y Antonio Serrano, el marido de Encarna,
les dio una motocultora y una bomba de riego, para que pudieran poner a punto
la tierra.
El terreno fue dividido en cinco partes entre
aquellos que expresaron su voluntad de trabajar la tierra. «Son familias
con hijos, familias estructuradas, a pesar de las penurias que están pasando,
ilusionadas con ponerse a cultivar», comenta Encarna Cartagena, quien
añade que «por el momento van cultivando a su aire, cada familia tiene sus
necesidades y realidades, pero entre ellos se ve colaboración, gestos de
solidaridad y armonía». Ya han sembrado y recogido maíz, calabacines,
tomates, ñoras, pimientos, judías, forraje para conejos y patatas. Incluso han
llegado a tener excedentes de este tubérculo que han comercializado con la
ayuda de voluntarios de Cáritas de Cox y de la vecina Callosa del Segura. Se
plantean ampliar los cultivos de patatas para su venta. «Con los jornales
que sacan trabajando en los naranjales y limoneros de otros y lo que sacan de
sus cosechas, estas familias van tirando», expone Encarna Cartagena.
La experiencia ha corrido como la espuma entre los habitantes del
pueblo. Dos jóvenes, uno parado y el otro propietario de un almacén que ve
posibilidades de ampliar los márgenes de venta si tiene productos propios, se
han puesto en contacto con Encarna Cartagena para explorar la posibilidad de
cultivar juntos. También hay otros propietarios dispuestos a ceder terrenos. «Es
verdad que la tierra hay que trabajarla duro para que dé algo. No es tan
rentable como otras actividades, pero resulta muy gratificante, te permite
entender toda la cadena de trabajo hasta ver el resultado…», dice
esta inquieta mujer de 73 años. Las noticias han llegado a la Facultad Agrónoma
de Orihuela y hay alumnos que han llegado a plantearse colaborar para promover
la agricultura ecológica y el consumo responsable, al margen de los circuitos
comerciales. «Pero todo eso son sueños e ilusiones», zanja
Encarna Cartagena, a pesar de reconocerse «una idealista que se ilusiona
rápido». Ella ahora está centrada en «acompañar y ayudar a crear lazos entre el
grupo», en «sembrar y ver si el Señor hace que alguna semilla dé
frutos».
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