Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 23 de tiempo ordinario
-9 septiembre 2012-

Hemos hablado del problema de escuchar y comprender. Hay
otro tema importante: es el expresar lo que pensamos y sentimos, sobre todo
expresar y comunicar lo mejor de nosotros mismos, porque expresar y decir
críticas negativas, que destruyen y hacen daño a los demás, eso lo hace
cualquiera, y normalmente todos lo hacemos. A veces se habla para quedar bien,
o para conseguir el poder, o para engañar, o para decir superficialidades o
rutinas, o para desahogarse, o por protagonismo. Muchas veces se dice lo que
conviene, no la verdad. De lo que se trata es de decir la verdad, aunque nos
resulte incómodo; y decir la verdad no para atacar o humillar a otras personas,
no utilizar la verdad como un arma, sino para ayudar y construir unas buenas
relaciones entre las personas, uniendo siempre la verdad y el amor. Si
separamos la verdad del amor, nos quedamos sin la una y sin el otro, destruimos
los dos. Para comunicarnos y ser personas abiertas, no es suficiente con
escuchar y comprender, sino también hemos de decir y expresar lo que llevamos
dentro, de forma que la otra persona lo pueda comprender, y en el momento, y en
lugar oportuno.
Si no se dan estas dos cosas (el escuchar y el compartir
lo que llevamos dentro), y las dos cosas movidas por el amor y la buena
voluntad, no hay comunicación.
Hoy al proclamar el Evangelio, Marcos 7,31-37, hemos
visto que Jesús cura a un sordo que también era mudo. En aquel tiempo estar
sordo y mudo era como estar muerto. El que no se comunica con nadie es porque
está muerto, está al margen de la vida, no participa en la vida de la
comunidad. Está cerrado como el que está enterrado en un sepulcro. Y Jesús lo
abre, le da la posibilidad de oír y escuchar; y de hablar y compartir lo que
lleva dentro, lo vuelve a la vida en plenitud y a la vida comunitaria, le da el
poder comunicarse con todos. Y entre todas las palabras y gestos que dice y
hace Jesús, el Evangelio de Marcos, resalta la de “effetá”, es decir, “ábrete”. Jesús hace que, aquella
persona que estaba cerrada, totalmente, en ella misma, se abriera a todos y a
todas. Y la gente valoró mucho aquel gesto (sencillo, pero muy significativo)
de Jesús, entendió lo que Jesús pretendía hacer con todas las personas. Y
además vio que, en Jesús se cumplía todo lo que habían anunciado los profetas,
y todo lo que esperaba el pueblo de Israel, hasta el punto de que comentaban: “todo
lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar”, en otras palabras: viene a
traer todo lo que le falta a la humanidad para que sea la verdadera humanidad.
A través del Evangelio vamos conociendo quién es y cómo
es Jesús y la misión que Jesús ha venido a cumplir en este mundo. Llegamos a
comprender que Jesús ha venido a este mundo para construir una verdadera
comunicación entre la personas y en toda la humanidad, ha venido a “abrir” a la
humanidad, a abrirnos a cada uno de nosotros y toda la humanidad, a todos los
pueblos, para que se comuniquen unos con otros, para que se complementen, se
enriquezcan y encuentren su plenitud, su total desarrollo en la comunicación y
en la solidaridad. Jesús ha venido a abrir, a derribar todos los muros que nos
separan y todo aquello que nos impide recibir y compartir lo que podemos
aportar para el bien de los demás.
Y si esa es la misión de Jesús, la misma es la que tienen
las personas que creemos en él. Estamos en el mundo para construir la buena
comunicación y la paz. Todos los medios de comunicación que hoy existen en el
mundo, los consideramos como dones que Dios nos concede a través de la
inteligencia humana y la técnica. Y queremos aprovechar esos medios para
construir la verdadera comunicación. No confundimos medios de comunicación con
la auténtica comunicación. Hoy Jesús, en este Eucaristía, en este encuentro con
él quiere abrirnos a todos nosotros, como abrió al sordomudo, para que nosotros
abramos a otros también.
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