
Es, pues,
necesario un debate social que debería comenzar por dialogar qué entendemos por
educación y para qué es el sistema educativo. En el Anteproyecto del Gobierno
se dice: «La educación es el motor que promueve la competitividad de la
economía y el nivel de prosperidad de un país. El nivel educativo de un país
determina la capacidad de competir con éxito en la arena internacional y de
afrontar los desafíos que se plantean en el futuro. Mejorar la alta
cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por
conseguir ventajas competitivas en el mercado global». Realmente, ¿queremos que
la educación sea esto? Porque las cosas se pueden plantear de forma bien
distinta. La Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis de la CEE plantea así
el sentido de la escuela: «La escuela no puede renunciar a su condición de ser
un lugar señalado para la formación integral del hombre»; o Juan Pablo II: «La
educación consiste en ser el hombre cada vez más hombre; en que él pueda ser
más y no solamente que pueda tener más; y en consecuencia a través de todo lo
que tiene, todo lo que posee, sepa él cada vez más plenamente ser hombre».
Obviamente,
no queremos decir que en la posición del Gobierno se ignoren totalmente otras
dimensiones de la educación, ni que en estos planteamientos de la Iglesia se
ignore la importancia de la vida económica. Pero los acentos y la orientación
de la educación que resultan son muy distintas: economicismo o humanismo.
Además de
dialogar qué queremos hacer con la educación, necesitamos un profundo diálogo
social para afrontar problemas de nuestro sistema educativo como, por ejemplo,
los siguientes: cómo prestar atención prioritaria a las necesidades de los
empobrecidos en el conjunto del sistema educativo y articular debidamente la
calidad educativa y la imprescindible función compensatoria y solidaria de la
escuela. Cómo atender mejor la diversidad de los alumnos. Cómo combatir la
creciente devaluación de los contenidos humanistas, éticos y religiosos en el
sistema educativo; y cómo educar en la responsabilidad económica y laboral
desde criterios no economicistas. Cómo hacer frente a la pérdida de relevancia
social de la escuela como institución educativa básica, frente a realidades
como el consumismo, la publicidad, los medios de comunicación social. Cómo
afrontar el debilitamiento de las familias como realidad educativa más
esencial, fomentar su participación y relación con el sistema educativo. Cómo
articular mejor en una escuela pública la iniciativa estatal y la iniciativa
social, etc.
Sin este
diálogo social, que necesita tiempo, condiciones y voluntad, corremos el riesgo
de perder el tiempo en debates partidistas en algo tan fundamental para las
personas, las familias y la sociedad como es el sistema educativo.
Editorial Noticias Obreras
No hay comentarios:
Publicar un comentario