Francisco
visitó a primera hora de la tarde de ayer el Centro Astalli en Roma, para la
acogida y el servicio a los que piden asilo y a los refugiados, que administra
el Servicio de los Jesuitas para los Refugiados. El Papa llegó al centro
durante los turnos de comedor y saludó a los comensales y a los voluntarios que
servían la mesa. Después fue a la capilla del centro para rezar unos momentos y
desde allí pasó a la iglesia del Gesú donde encontró a quinientas personas,
todas miembros de esa institución, tanto operadores, como voluntarios, amigos y
residentes y escuchó, antes de pronunciar un discurso, las palabras de dos
refugiados, un sudanés y una mujer siria.
”Cada
uno de vosotros, queridos amigos - ha afirmado el Papa- trae una historia de
vida que nos habla de los dramas de las guerras, de los conflictos, a menudo
vinculados a las políticas internacionales. Pero cada uno de vosotros es
portador de una riqueza , sobre todo, una riqueza humana y religiosa que debe
ser acogida y no temida. Muchos de vosotros sois musulmanes, de otras religiones,
llegados de diferentes países y situaciones diversas. ¡No debemos tener miedo
de las diferencias! La fraternidad nos hace descubrir que son un tesoro, un
regalo para todos”.
Francisco
ha recordado que Roma, después de Lampedusa y de otros lugares suele ser la
“segunda etapa de un viaje difícil, agotador, a veces violento... con el fin de
asegurar un futuro a los hijos y la esperanza de una vida diferente para ellos
y para la familia”. Así, Roma debería ser “la ciudad que permite encontrar una
dimensión humana, para empezar a sonreír. ¿Cuántas veces , sin embargo, aquí,
como en todas partes, muchas personas que llevan escrito "protección
internacional" en su permiso de residencia, se ven obligadas a vivir en
situaciones difíciles, a veces degradantes, sin la posibilidad de iniciar una
vida digna, de pensar en un nuevo futuro?”.
Refiriéndose
a continuación a la labor de los jesuitas con los refugiados ha hablado de cómo
San Ignacio de Loyola deseaba que en su residencia de Roma hubiera un local
para dar cabida a los más pobres y de que el Padre Arrupe , en 1981, fundó el
Servicio Jesuita para los Refugiados, y quiso que la sede romana estuviera en
el corazón de la ciudad. “Y pienso -ha añadido- en la despedida espiritual del
Padre Arrupe en Tailandia, justo en un centro de refugiados”.
Para
el Santo Padre hay tres palabras para definir el programa de trabajo de los
jesuitas y sus colaboradores: servir, acompañar, defender.
Servir
“significa dar cabida a la persona que llega y tenderle la mano... sin
cálculos, sin miedo...trabajar al lado de los más necesitados y establecer con
ellos, ante todo relaciones humanas y vínculos de solidaridad; significa
reconocer y acoger las exigencias de justicia y de esperanza y buscar juntos...
caminos concretos de liberación”.
Acompañar
no es sólo acogida. “No basta dar un bocadillo si no va acompañado de la
oportunidad de aprender a caminar con los propios pies. La caridad que deja al
pobre tal cual es no es suficiente. La misericordia verdadera, la que Dios nos
da y nos enseña, requiere justicia; requiere que los pobres encuentran la
manera de dejar de serlo. Pide a - la Iglesia y nos pide a nosotros, ciudad de
Roma, y a las instituciones - que ya no necesiten un comedor, un techo
improvisado, un servicio de asistencia legal para ver reconocido su propio
derecho a la vida y al trabajo, a ser plenamente persona”.
Servir
y acompañar también quiere decir defender, significa “tomar partido por los más
débiles ... ¿Cuántas veces no sabemos o no queremos hacernos eco de la voz de
los que han sufrido y están sufriendo , de los que han visto pisotear sus
derechos, de los que han sufrido una violencia tan grande que ha sofocado en
ellos el deseo de justicia?”.
El
Santo Padre ha subrayado que si para toda la Iglesia es importante que la recepción
de los pobres y la promoción de la justicia no sean confiadas sólo a los
"especialistas", sino que constituya el centro de toda labor
pastoral, esta responsabilidad puede atañer aún más de cerca a los institutos
religiosos que deben leerla como un “signo de los tiempos”.
“El
Señor -ha dicho- nos llama a vivir con más coraje y generosidad la acogida en
las comunidades, en las casas, en los conventos vacíos. Los conventos vacíos no
sirven a la iglesia para transformarlos en hoteles y ganar dinero. Los
conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo, que son los
refugiados... Desde luego, no es algo simple, se necesita criterio,
responsabilidad, pero también se necesita coraje. Hacemos mucho, quizás estamos
llamados a hacer todavía más.... acogiendo y compartiendo con decisión lo que
la Providencia nos ha dado para servir”.
Finalizado el
discurso, el Santo Padre, acompañado de dos refugiados ha llevado un ramo de
flores a la tumba del Padre Arrupe, sepultado en esa iglesia y ha regresado al
Vaticano .
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