Antes del verano, reflexionaba sobre la doble situación
(sospechosos de heterodoxia en el interior de la iglesia y sospechosos de ingenuos
al interior de partidos, sindicatos y organizaciones sociales) que padecemos
los cristianos que, por exigencias de nuestra fe, hemos optado por tratar de
comprometernos en la sociedad haciendo uso de las mediaciones que nos ofrecen
partidos políticos de izquierdas, sindicatos de clase y organizaciones
populares.
Aquella reflexión, titulaba con un poco de ironía como “Tribulaciones de un cristiano de
izquierdas”, abogaba por un doble debate: uno al interior de las
organizaciones citadas para clarificar el papel de los cristianos en ellas y
evitar generalizaciones, y otro al interior de la Iglesia para, partiendo de
la evidente constatación de que es más lo que nos une que lo que nos separa,
cristianos de distinto compromiso social avanzáramos en conocimiento mutuo y
evitásemos también generalizaciones descalificadoras.
Aquella reflexión partía del presupuesto de que son muchos
más los cristianos que se confiesan de derechas que los que manifiestan sus
opciones por la izquierda, así como de la constatación de que la percepción
social presupone la vinculación cristiano-derecha como más natural que la
vinculación cristiano-izquierda. Percepción que, desde la óptica de los
cristianos que nos confesamos de izquierda, no compartimos en absoluto aunque
nunca hayamos pretendido que nuestra
opción se haya de convertir necesariamente en la opción, pretensión que por contra sí observamos en muchos
cristianos que se confiesan de derechas.
Sin embargo, mucho me temo que, tras la irrupción de la
corriente de aire fresco que se percibe en la Iglesia a partir de la
elección del Papa Francisco, la procesión ahora pase por otros barrios y los
que empiecen a sentirse un poco despistados y descolocados en la Iglesia sean nuestros
hermanos que se sienten, manifiestan e incluso militan como cristianos de
derechas.
Las palabras y
sobre todo los gestos de Francisco: presentarse más como Obispo de Roma que
como papa, negarse a residir en el palacio apostólico para residir en un lugar
más modesto y cercano al personal que trabaja o vive en el Vaticano, proclamar
que la Iglesia
ha de ser más un lugar de acogida y perdón que de juicio y condena, invitación
a que los cristianos salgan de los muros de la parroquia y que se impliquen en la política, el intento
serio y decidido de reformar la curia vaticana, por no hablar de su firme
propósito de sanear las escandalosas cuentas de la banca vaticana, creemos que
están resultando para mucho algo más que sorprendentes.
Y no albergamos
la menor duda de que todo este movimiento, por muy tímido que parezca a
algunos, está descolocando y desconcertando
a muchos cristianos. Ya se oyen voces que manifiestan ese desconcierto,
se van conociendo reacciones e inquietudes en muchos grupos que hasta hace poco
gozaban de gran predicamento en altas esferas de la Iglesia y que ahora
intuyen que esa época dorada llega a su
fin.
Buena prueba de
ello supone la publicación en Italia de un artículo, significativamente
titulado “este Papa no nos gusta”, que firman dos periodistas, Alessandro
Gnocchi y Mario Palmaro, colaboradores en la emisora Radio María. No es el momento de analizar este artículo, pero sirve
de ejemplo para patentizar que, si bien en gran parte de la Iglesia y de la sociedad
se observa con optimismo esperanzado lo que pueda dar de sí el pontificado del
Papa Bergoglio, no menos cierto es que tanto en la sociedad como en la Iglesia , no sólo en la
curia vaticana, los gestos y las palabras del pontífice están produciendo
desconcierto, desazón e incluso sentimiento de ir a la deriva.
A quienes se
encuentren en esta situación, desde la experiencia de quien se ha sentido
muchas veces considerado al interior de la Iglesia como un “bicho raro,” quiero
manifestarles mi comprensión. Si las expectativas que el comportamiento y las
palabras del Papa vienen creando se
consolidan, y yo deseo fervientemente que así sea, van a necesitar buena dosis
de paciencia y perseverancia. Amén de, como necesitamos todos, disponibilidad a
lo que el Espíritu vaya marcando a la Iglesia.
También les
diría que no me consuela nada que en la Iglesia la gente se sienta más o menos a gusto
según el barrio por donde pasa la procesión, aunque ahora tenga la sensación de
que pase por el mío. Sueño y deseo una Iglesia donde todos y todas, al margen
de ideas, sentimientos y opciones, se sientan acogidos y aceptados.
Por eso, pese a
estar en total y absoluto desacuerdo con el contenido del artículo antes
citado, no me ha gustado nada saber que sus dos autores han sido cesados
fulminantemente de la nómina de colaboradores en Radio
María.
Pepe Carmona
Guardamar, 16 de octubre de 2013
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