Ante la celebración de
la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, el día 7 de octubre,
estas palabras recientemente pronunciadas por el Papa Francisco, adquieren un
profundo significado y una llamada a toda la Iglesia y a toda la sociedad:
“Es necesario reafirmar
que el trabajo es una realidad esencial para la sociedad, para las familias
y para los individuos, y que su principal valor es el bien de la persona
humana, ya que la realiza como tal, con sus actitudes y sus capacidades
intelectuales, creativas y manuales. De esto se deriva que el trabajo no
tenga sólo un fin económico y de beneficios, sino ante todo un fin que
atañe al hombre y a su dignidad. ¡Y si no hay trabajo esa dignidad
está herida!”. (A los dirigentes y obreros de
las fábricas de acero de Terni, 20 de marzo de 2014)
“El problema es no
llevar el pan a la casa, esto quita la dignidad. El problema más grave es
la dignidad por esto tenemos que trabajar y defender la dignidad que nos da el
trabajo”. (Encuentro con trabajadores y
estudiantes del sector de la industria. Molise, 5 de julio 2014).
Estamos inmersos en una
realidad que ha sufrido y está sufriendo profundas transformaciones en todos
los ámbitos de la vida de las personas. Una de las mayores es la
manera de entender y organizar el trabajo humano. La forma en que
hoy se organiza el trabajo no es compatible con la vida digna a la que estamos
llamados.
Tener o no trabajo,
tener un salario suficiente para poder vivir, realizar el trabajo en
condiciones dignas o no, son condiciones que posibilitan el crecimiento
y el desarrollo de las personas o lo impiden.
Basta ilustrar esta
realidad con algunos datos en el ámbito mundial:
- más de doscientos millones de mujeres y hombres están desempleados.
- casi mil millones de mujeres y hombres trabajan, pero sus ingresos no les permiten superar el umbral de la pobreza de los 2 dólares al día por persona en sus hogares.
- más de doscientos millones de niñas y niños se ven obligados a trabajar en condiciones infrahumanas o de explotación.
- el desempleo de los jóvenes alcanza niveles alarmantes en muchos países del sur de Europa y África.
- se da de hecho una mercantilización e instrumentalización del trabajo y la negación práctica del derecho al mismo para millones de personas.
Si descendemos a nuestro
país:
- más de 5,6 millones de desempleados/as (EPA, 2º trimestre 2014)
- más de 1.300.000 familias donde ninguno de sus miembros percibe ningún tipo de ingreso.
- hoy de hecho, se puede tener trabajo y ser pobre.
- las sucesivas reformas laborales han contribuido a la precarización del trabajo y a extenderla a todos los sectores de producción.
- se han reducido enormemente los derechos laborales que tantos esfuerzos y luchas costaron a las trabajadoras y los trabajadores.
- se han incrementado la pobreza y, mucho más que en el resto de los países de la UE, la desigualdad entre ricos y pobres.
Desde el año 1999, la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), con participación de gobiernos, y
asociaciones empresarias y sindicales, impulsa el objetivo de lograr un trabajo
decente como elemento fundamental para combatir el
empobrecimiento y como camino hacia una sociedad decente, más justa y humana.
También la Iglesia,
desde la Doctrina Social (DSI), llama la atención y promueve que se
impulse el trabajo decente. Movimientos de creyentes, como el MMTC
(Movimiento Mundial de trabajadores cristianos), Caritas Internacionalis, Iustitia y Pax, Pax Romana y cientos de
otros grupos representativos de congregaciones, asociaciones y movimientos, han
hecho suya esta reivindicación como símbolo de la lucha contra el desempleo, la
subocupación y la precariedad laboral.
También en nuestro país
somos muchas las personas y organizaciones que nos preguntamos ¿qué está
pasando con el ser humano, con el trabajo y con la sociedad que se está
configurando?
Organizaciones sociales
como sindicatos, asociaciones de todo tipo, asambleas de parados…
organizaciones eclesiales como parroquias, comunidades, Cáritas, Justicia y
Paz, y movimientos apostólicos… estamos trabajando por construir un nuevo
mundo donde el trabajo decente sea una prioridad que nos permita vivir con
dignidad, construir nuestra humanidad y crear lazos sociales tan
necesarios para construir la fraternidad universal.
Como iglesia no podemos
permanecer callados y pasivos cuando las condiciones sociales dificultan que el
ser humano pueda vivir con arreglo a su dignidad de hijo de Dios.
Nuestra preocupación por
la vida humana, y especialmente por los pobres en los que vemos a Jesucristo, nos
debe llevar a ocuparnos y preocuparnos por la realidad del trabajo. No
olvidemos que “los pobres son en muchos casos el resultado
de la violación del trabajo humano, bien porque se limitan sus
posibilidades (desocupación, subocupación) bien porque se devalúan los derechos
que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la
seguridad de la persona del trabajador y su familia” (Caritas in veritate, 63).
Como iglesia, nos
comprometemos a asumir la llamada que nos hace el documento preparatorio del Sínodo extraordinario de los Obispos sobre la Familia
en su número 71: “En diálogo con el Estado y las entidades públicas, se
espera de parte de la Iglesia una acción de apoyo concreto para un empleo digno,
para salarios justos, para una política fiscal en favor de la familia, así como
la activación de una ayuda para las familias y los hijos”.
Invitamos a las organizaciones
sociales y eclesiales y a todas las personas de buena voluntad, a celebrar
este año la Jornada mundial por el trabajo decente reflexionando sobre lo
que está aconteciendo en el mundo laboral y descubrir y denunciar las causas
que propician el sufrimiento de tantas trabajadoras y trabajadores, familias y
pueblos.
Con esperanza invitamos
a continuar detectando y apoyando las iniciativas que muchas personas,
organizaciones y colectivos están desarrollando en el campo del trabajo
cooperativo, de empresas de inserción laboral, del trabajo social, del
reconocimiento del trabajo no productivo como trabajo necesario para la
sociedad; la reivindicación de un ingreso familiar mínimo con el que poder
vivir; la banca ética; la economía de comunión. Todas ellas son manifestaciones
de que es posible organizar el trabajo desde otros valores y criterios donde
las personas y las familias sean el centro y fin de la producción, de la
actividad económica y de la sociedad y no meras herramientas de producción
o mercancías a merced de los mercados.
Sigamos potenciando las
que existen y construyendo otras experiencias nuevas que vayan tejiendo redes
de solidaridad y formas de construir nuestra humanidad, donde la actividad
humana y el trabajo decente posibiliten la realización de las personas y estén al
servicio de la comunión social.
Como hombres y mujeres
creyentes, creemos que la buena noticia del Evangelio pasa por
ser buena noticia para el mundo del trabajo. La alegría del Evangelio debe ser también alegría del
Evangelio para el mundo del trabajo, para los trabajadores y
trabajadoras.
Firman: HOAC y JOC
Apoyan: Acción
Católica General, Acción Católica Obrera, Acción Social Empresarial,
CONFER, Cáritas Española, Foro de Laicos, Frater España, Hermandades del
Trabajo, Justicia y Paz, Juventud Estudiante Católica, Movimiento
Rural Cristiano, Movimiento de Jóvenes Rurales Cristianos, y Profesionales
Cristianos .
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