Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 2º de Cuaresma
- 4 de marzo de 2012 -
En nuestra vida solemos decir que “obras son amores y no buenas
razones”. Una persona quiere a otra cuando está dispuesta a sacrificar por ella
lo que haga falta. Este amor solemos vivirlo en la familia. Por los padres, o
por los hijos, o por el esposo o la esposa, se sacrifica lo que haga falta. No
es tan fácil querer a otras personas que están fuera de la familia, aunque esté
muy necesitadas. Ahora, en nuestra sociedad encontramos a mucha gente que no
tiene trabajo, que se le ha acabado el paro, que no tiene para pagar la luz, o
el agua, o el alquiler… Son muchas personas que están en una situación de
sufrimiento. Dios, a través de esas personas, nos llama a que hagamos algo. Es
él quien está en esas personas. A veces nos preguntamos por qué Dios permite
que haya tanto sufrimiento en el mundo, y si no podría hacer algo para remediar
tanta necesidad. No nos damos cuenta de que, Dios, nos ha hecho a nosotros.
Nosotros somos los brazos y las manos de Dios. En el mundo hay medios para vivir
todos, sólo falta que nosotros queremos solucionar los problemas.
Hoy en la primera lectura, Génesis 22,1-18, vemos a Abrahán que estaba
dispuesto a sacrificar a su único hijo, porque él creía que Dios se lo había
pedido. Dios le paró las manos a Abrahán, y le dijo que, en lugar de su hijo,
matara un ternero que estaba enredado en unas zarzas. Abrahán estaba dispuesto
a todo por Dios. Hoy Dios no nos pide que sacrifiquemos a nadie, sino que
renunciemos a lo que no nos hace falta para que puedan vivir muchas personas.
Creemos en Dios, si matamos nuestro egoísmo que hace sufrir a los que viven con
nosotros, y si compartimos nuestras cosas con los que están necesitados, si no
hacemos esto, no creemos en nada.
Pero es difícil que nosotros seamos capaces de renunciar a muchas cosas
si no encontramos algo que nos llene, y que nosotros veamos, que vale más que
todas las cosas que tenemos. Cuando una persona encuentra a alguien que le
quiere de verdad, se siente tan feliz que, todo lo demás, le da lo mismo, se
siente llena, no necesita nada más para llenar su vida, vive llena de seguridad
y de confianza. Eso es precisamente lo que nos dice Pablo en la segunda
lectura, Romanos 8,31-34, que si Dios fue capaz de sacrificar a su propio Hijo
por nosotros, después de eso, nos dará todo lo que nos haga falta, ya no nos
faltará nada. Pablo se sentía muy feliz, muy lleno, porque había descubierto el
amor de Dios, a él y a toda la humanidad, ya no tenía miedo a nada, y podía dar
su vida al servicio de cualquier persona que la necesitaba.
Estamos en Cuaresma. Nos estamos preparando para la Pascua. En esa
Fiesta celebramos que Jesús nos amó y se entregó por nosotros a la muerte.
En su vida pública Jesús iba haciendo muchas cosas por los demás, pero
le quedaba la más importante: Darse él, entregarse él. Iba caminando a
Jerusalén para entregar su vida por amor a todos, para dejar, bien claro, lo
que nos quería. Eso de dar su vida, para sus compañeros, iba a ser algo muy
duro, porque más que valorar su amor, esperaban las ventajas materiales que
Jesús, pensaban ellos, les iba a traer. Y antes de llegar a Jerusalén, Jesús
quiso que ellos, por lo menos los que estaban más preparados, experimentaran
quién era él. Entonces subió a un monte con Pedro, Santiago y Juan, y allí les
manifestó quién era él. Aquellas tres personas tuvieron una maravillosa
experiencia de lo que era la persona de Jesús, hasta tal punto que no querían
bajar de aquel monte, querían quedarse allí para siempre. No sólo conocían a
Jesús por fuera; en el monte lo conocieron por dentro. Pero Jesús les dijo que
tenían que bajar, él tenía que dar su vida, y ellos, si querían ser sus amigos
de vedad, sus seguidores, también la tenían que entregar. Para eso les teína
que servir la experiencia que habían tenido en la montaña.
Hemos venido a la Eucaristía para tener una fuerte experiencia de
Jesús, como la tuvieron los apóstoles, y para seguir a Jesús en su compromiso
por la humanidad. Cualquier persona, sea crea en Dios o no crea, tal y como
están las cosas hoy en el mundo, tiene motivos más que suficientes para hacer
algo por los demás. Pero nosotros los cristianos tenemos unos motivos
especiales. Creemos en Aquel que, siendo Dios, se hizo hombre, y se sometió a
la muerte y una muerte de cruz, por todos: por los buenos y los malos, por los
de cualquier religión, raza, sexo o cultura. Venimos a encontrarnos con Jesús,
y a adorarlo en la Eucaristía, para, después, comprometernos por los más
pobres, compartiéndolo todo con ellos, y entregar nuestra vida como él, para
que nuestra fe no se quede en una teoría, o en una pura apariencia, sino que se
manifieste a través del amor. Hemos de subir al monte para experimentar quién
es Jesús. Pero no caigamos en la tentación de quedarnos en el monte, como
querían los apóstoles. Tenemos que bajar
y hacer lo que hizo Jesús.
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