"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

domingo, 18 de marzo de 2012

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA O LA RECONCILIACIÓN (PARA UNA REFLEXIÓN SOBRE NOSOTROS)

Este sacramento tiene una parte de reconciliación personal con Dios, y, al mismo tiempo, una parte de reconciliación con la comunidad (la familia, el grupo del que formo parte, el pueblo, la sociedad). Las dos partes son dos aspectos de la misma cosa, porque Dios está en las personas y en la sociedad. Para reconciliarnos con Dios, nos tenemos que reconciliar con las personas y con la sociedad en la que vivimos. Es por eso por lo que, en nuestras parroquias, normalmente, suele hacerse una celebración comunitaria de la Penitencia, en Cuaresma y en Adviento.


Y ¿de qué nos tenemos que arrepentir y confesar?

Nosotros creemos en Dios y en su Hijo y enviado Jesucristo. Y Dios nos ha dejado clara su voluntad en su Palabra, en las Sagradas Escrituras. Pero, además, Dios nos va hablando, en cada momento en nuestra vida, a través de nuestra conciencia, y de las cosas que van pasando en el mundo. Tenemos que ver hasta qué punto reconocemos y nos comprometemos con la presencia de Dios, con su Plan sobre el mundo y la historia, y con sus llamadas; hasta qué punto nos dejamos llevar del mundo (de lo que no es el Plan de Dios)  y de nuestras propias inclinaciones, más que de las llamadas que Dios nos hace en cada momento en nuestra vida y en la sociedad en que vivimos.

Hay cosas que nos impiden vivir desde Dios y desde Jesús, en Dios y en Jesús, como por ejemplo:

-     El estar cerrados en nosotros mismos, más o menos conscientemente, el no esforzarnos por escuchar y abrirnos a los demás. Cuando nos cerramos a los demás, nos cerramos a Dios que está en ellos.

-     Nuestra rutina y nuestra comodidad, el ser esclavos de nuestras costumbres, de nuestras ideas, de nuestros esquemas mentales, y a veces de nuestros pequeños o grandes vicios. Nuestra forma de ser y de ver la vida, nos puede ayudar, pero también nos puede impedir ver la realidad.

-     El creernos superiores a los demás, sobre todo a los que no piensan como nosotros. Pensamos que, lo nuestro, (nuestras ideas, nuestro partido, nuestro grupo) es mejor que todo lo demás. Con facilidad juzgamos y hasta descalificamos a los demás, porque no son como nosotros, o no piensan como nosotros, o porque no hacen lo que nosotros hacemos. Si nos descuidamos confundimos la verdad con lo que nosotros pensamos, o hacemos. Nos cuesta encontrar la parte buena de los que no son como nosotros. En alguna ocasión podemos confundir el espíritu crítico con la autosuficiencia.

-     A todo esto hay que sumar, en algunas ocasiones, nuestros rencores, resentimientos, prejuicios, distanciamientos, manías. El estar siempre criticando y exigiendo a los demás, y no el dar sin esperar nada a cambio. Todo eso nos hace daño, y hace daño a los demás; nos impide crecer y nos quita libertad. Hemos de aceptar, con sencillez, nuestra debilidad e inmadurez y, desde ahí, recurrir a Dios y plantearnos nuestra superación.

-     A veces caemos en la superficialidad, no nos tomamos la vida en serio: ni nuestra familia, ni nuestro grupo, ni nuestra comunidad cristiana, ni nuestro pueblo, ni nuestro partido, ni nuestro sindicato.

-     Hay momentos en que damos por perdidos a los demás, o a las realidades que vemos en la vida, y hasta a nosotros mismos; como si no tuvieran, o no tuviéramos remedio; nos falta esperanza, no creemos lo suficientemente en Dios, no miramos la vida con los ojos de Dios.

-     Nos aleja de Dios y de los demás, el tener una visión totalmente negativa de la vida; realmente esto es lo más cómodo. Jesús no dio el mundo por perdido; se encarnó y entregó su vida pidiendo perdón los sus verdugos.

-     Nosotros criticamos el materialismo del mundo, pero, a veces aceptamos ese materialismo en nuestra vida; nos permitimos muchas, o algunas cosas que se permite todo el mundo, sin darnos cuenta de que, lo que nos permitimos, sin necesitarlo, es lo que, a otras personas,  les está haciendo falta para poder vivir. Y además, nos privamos de la felicidad de ser pobres y sencillos: “dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Mateo 5,2.

-     También criticamos los programas de la tele (o del internet), pero, en muchas ocasiones, perdemos mucho tiempo delante de la pantalla, y nos dejamos otras muchas cosas importantes por hacer.

-     Estamos convencidos de que en este mundo, y en nuestra vida, hay muchas cosas, pero falta profundidad, falta espiritualidad, reflexión, lectura reposada de cosas interesantes, oración, meditación de la Palabra, espacios de discernimiento; pero se nos va pasando la vida, y tenemos tiempo para todo, menos para profundizar en lo que creemos importante. Necesitamos revisar (reflexionar a fondo, discernir, analizar) nuestra vida y la vida de nuestro pueblo; y todo esto hacerlo desde la esperanza y el amor, desde Dios. Vamos muy de prisa, si nos descuidamos no nos enteramos de nada, nos convertimos en autómatas.

-     Lo malo de nuestra vida, no es hacer cosas negativas. Posiblemente lo peor, es no hacer todo el bien que podemos. Tenemos que ver cómo organizamos nuestro tiempo y cómo lo aprovechamos, qué es para nosotros lo prioritario, cómo estamos viviendo nuestra fidelidad a los compromisos que tenemos a todos los niveles; y si estamos abiertos a avanzar y a crecer, a seguir madurando, porque siempre tenemos algunas asignaturas pendientes. Nuestra vida y nuestro tiempo no son nuestros, son de Dios, nosotros sólo somos administradores, Mateo 25,14-30.

-     Otra cosa muy importante es nuestra apertura a las correcciones que nos hacen. Dios nos llama a cambiar a través de las correcciones, o de la vida de los demás. A veces nosotros nos defendemos, o atacamos al que nos corrige. A veces, nos falta madurez y seguridad para aceptar las correcciones que nos hacen, no nos damos cuenta de que es Dios el que nos habla.

-     La sexualidad y la afectividad (como la salud, la fuerza física y psíquica etc.) son dones que Dios nos ha regalado, para encontrar nuestra plenitud y nuestra felicidad. El Plan de Dios es que estas facultades que él nos ha entregado las vivamos para manifestar y experimentar el amor y la entrega a los demás, y así encontremos nuestra felicidad; no empleándolas para nuestro egoísmo, utilizando o dominando a los demás. Es importante que analicemos nuestra afectividad y nuestra sexualidad, porque las dos cosas influyen en nuestra vivencia de la fe y en nuestro compromiso.

-     También son dones de Dios el trabajo, dinero y los bienes que él ha puesto en nuestras manos. Nos tenemos que plantear con mucha seriedad, desde nuestra fe, qué hacemos con nuestro trabajo (o con nuestra jubilación), con nuestro dinero, con los bienes que él nos ha dado (casa, coche, posibilidades….)

-     Los bienes, el trabajo, el dinero, las posibilidades de nuestra vida las tenemos que poner al servicio del amor y del Plan de Dios.

-     En todo lo anterior está presente la importantica que tenemos que dar a nuestras relaciones con todo el mundo, si valoramos el trato con la gente, con cada persona, si procuramos, por todos los medios, ser testigos de Jesús, si para nosotros es fundamental el transmitir la fe que tenemos en Jesús, que es lo que da sentido a nuestra vida, lo que nos da la felicidad y lo que creemos que puede hacer felices a los demás; si toda nuestra vida es evangelización, transmisión de la Buena Nueva, lo que todo el mundo espera, aún sin saberlo, lo que puede dar respuesta a todos los problemas de la Humanidad.

Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...