La reforma laboral sigue su proceso dispuesta a producir una segunda «gran transformación» de nuestras condiciones de vida y trabajo y del modelo social que hemos vivido. Las consecuencias se verán a medio y largo plazo, pero la semilla ya se ha plantado y arraigado. Estamos, por tanto, en un momento muy importante que los sindicatos deben valorar con sumo cuidado porque se están jugando su futuro y el de los trabajadores.
En la década de los setenta, los sindicatos mayoritarios tomaron la opción de considerar al sistema capitalista como el único viable y de concretar la acción sindical en la mejora de las condiciones de trabajo del mayor número de trabajadores a través de la negociación colectiva. Sin tener plena conciencia de ello se adoptó un viejo principio liberal: «el mayor bien para el mayor número», pero este principio es profundamente insolidario y falso, porque el mayor bien de unos sólo puede conseguirse con el menor bien de otros: los pobres. Además, suponía una renuncia a la tradición de la lucha obrera que había buscado «el bien posible para todos». El resultado ha sido un mundo obrero y del trabajo fragmentado y precarizado y unas organizaciones sindicales muy tecnificadas, burocratizadas y alejadas de los sectores más pobres y débiles del mundo obrero. Por ello, algunos han cuestionado que se haya realizado una Huelga General por la reforma laboral cuando no se ha hecho por solidaridad con los nueve millones de pobres.
Esta opción implicó otra de mayor calado: la sustitución del militante por el técnico. El militante tenía y vivía un proyecto humanizador y era un «apóstol» del mismo. No buscaba sólo mejores condiciones de trabajo y vida, buscaba otro modelo de persona y de sociedad que él ya vivía y testimoniaba. Muchos militantes han permanecido, pero ello no ha impedido la ruptura entre ser y hacer, entre vida y praxis, que ha desembocado en la escisión de «cuadros» profesionalizados y base obrera.
Ahora, cuando «los mercados» han dado jaque mate a la socialdemocracia y el gobierno defiende justamente lo contrario que defendía hace unos meses, sin que nadie dimita, y tratándonos a todos como si fuésemos analfabetos integrales, los sindicatos se han quedado sin proyecto y tienen dos salidas: secundar las tesis del gobierno y repetir sus argumentos, u oponerse y plantear una alternativa. Lo que no pueden hacer es oponerse y no plantear una alternativa.
El dilema que nos encontramos es: la subordinación de la persona, la familia, la moral, la ética, la política, la democracia, el derecho… al mercado, o la subordinación del mercado a todo ello. El indicador clave de este proceso son los pobres, los que en estos años de abundancia han quedado atrás como denuncia viva de que su futuro no está sólo en la creación de riqueza, está en la justicia. Sólo si los sindicatos se ponen al servicio de los pobres podremos estar alumbrando las respuestas que el presente nos exige para que el futuro sea otro. Porque pobres y capitalismo no pueden conciliarse, los pobres son el combustible del sistema, y como cada día funciona más rápido necesita más «combustible». Y porque a los pobres sólo se pueden acercar con credibilidad los apóstoles, no los técnicos.
«El mayor bien para el mayor número» nos ha traído hasta aquí. «El bien posible para todos» es el camino para salir. Antes se llamaba SOLIDARIDAD.
(Editorial de Noticias Obreras, número 1515, del 1 al 15 de Noviembre de 2010)
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