Hoy a mediodía, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.
El Papa comentó la lectura del profeta Isaías que, consolando a Jerusalén, afligida por las desgracias, dice: "¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara yo no te olvidaré".
Esa frase es "una invitación a confiar en el indefectible amor de Dios", como lo es la página del Evangelio de Mateo, en que Jesús exhorta a sus discípulos a "confiar en la providencia del Padre celestial, que alimenta a las aves del cielo y viste los lirios del campo y que conoce toda necesidad nuestra. Por lo que el Maestro dice: "No andéis preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer? (...) ¿Con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados".
"Ante la situación de tantas personas, cercanas o lejanas, que viven en la miseria -explicó el Santo Padre- esas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o incluso evasivas. En realidad, el Señor quiere hacer entender claramente que no se puede servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. El que cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su Reino, de su voluntad. Todo lo contrario del fatalismo (...) porque la fe en la Providencia no dispensa de la fatigosa lucha por una vida digna, pero libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana".
"Está claro que esta enseñanza de Jesús, aunque sea siempre válida y verdadera para todos, se aplica de diversas formas según las distintas vocaciones. Un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su mujer y sus hijos. Sin embargo, en todo caso, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celeste, como fue para Jesús", que "nos ha demostrado qué significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo, y, al mismo tiempo, teniendo el corazón en el Cielo, inmerso en la misericordia de Dios".
Por último, el Papa invocó la intercesión de la Virgen "para que todos aprendamos a vivir según un estilo más sencillo y sobrio, en cotidiana laboriosidad y en el respeto de la Creación, que Dios nos ha encomendado para que la custodiemos".
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