Juan Masiá, teólogo
Tenía diez años el niño Angelo Roncalli cuando resonó en el mundo entero, y también en la parroquia de Sotto il Monte, el aldabonazo del Papa León XIII pidiendo justicia para el mundo obrero. Así lo recordaba él setenta años después, convertido ya entonces en el Papa Juan XXIII, el Bueno. “Estábamos, dice, en el primer curso de latín. Nos hablaron de la encíclica social y la comentamos en círculo de estudio”.
Hoy hace medio siglo: el 1 de mayo de 1961, un año antes del Concilio, anunciaba el hoy Beato Juan la publicación de su encíclica Mater et Magistra. Conmemorando el setenta aniversario de la Rerum novarum, quería darla a la luz el mismo 14 de mayo. Por dificultades de traducción (¿o por estrategia de los curialistas?) se retrasó hasta el 15 de Julio; pero el Papa anticipó y explicó su contenido en el discurso del 14 de mayo ante la Reunión Internacional de Trabajadores Cristianos: solidaridad fue la palabra clave.
Como escribe el especialista en Doctrina Social de la Iglesia P. Rafael Sanz de Diego, “Mater et Magistra refleja la personalidad del Papa Roncalli: hijo de campesinos, piensa y escribe con los pies en la tierra; hombre de Dios, se enfrenta a los problemas con una sobrenaturalidad, en él natural, que tiene como consecuencia para él un optimismo hondo… Se abre a la mundialización de los problemas y se acerca a otras ideologías… Una de las aportaciones más conocidas es su definición del Bien Común…” (Una nueva voz para nuestra época, UP Comillas, 2000, p.57).
Como nota su biógrafo P. Hebblethwaite (cf. Juan XXIII; Papa del Concilio, PPC, 2000, p.463), en el contesto político-eclesiástico de entonces Aldo Moro y sus amigos se sintieron alentados, mientras que el ala conservadora del cardenal Siri y sus secuaces analizaban el texto con lupa y se apresuraban a matizar que “socialización” no significa “socialismo”.
La encíclica preocupó a la CIA, que temía al rumor de una apertura a sinistra (Años más tarde, con otro Papa muy diferente en la sede de Pedro, la CIA de Regan, en connivencia con la Secretaría de Estado, informaría desfavorablemente contra la teología de la liberación, sembraría prejuicios contra Monseñor Romero –que hubo de salir llorando tras la fría indiferencia de la entrevista papal– y teledirigiría el asesinato de Ellacuría y compañeros mártires…).
El papa Juan se congratulaba por los “avances en las relaciones sociales” y el “desarrollo de la vida social humana”, llamando a este proceso “socialización”, palabra tomada de Teilhard de Chardin, que veía en perspectiva cristiana la interdependencia planetaria.
Lo típico de Juan era que no hablaba con el ceño adusto de algunos cardenales biliosos, empeñados siempre en adoctrinar y castigar. Dos años antes, había dicho a los obispos italianos en la alocución del 10 de febrero de 1959: “Tenéis que recordar que sois llamados a fortalecer a vuestros hermanos, y no a… (aquí hace una pausa para provocar efecto en el auditorio, y prosigue) … y no a aterrorizarlos”.
El título Mater et Magistra lo puso inspirándose en una frase de Inocencio III al IV Concilio de Letrán, que el perito historiador Roncalli reinterpretaba así: “La Iglesia tiene que ser madre antes que maestra, y aun cuando tenga que actuar como maestra, deberá hacerlo como una madre, y no como un juez”.
A la altura del 2011, dadas las radiaciones que traen los vientos desde las cúpulas eclesiásticas, resultan refrescantes y tonificadores estos recuerdos del pasado conciliar. Contra el vicio de la involución, la virtud de la memoria histórica…
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