Leonardo Boff, teólogo
Goza de plena actualidad esta frase de Einstein: «el pensamiento que ha creado la crisis no puede ser el mismo que va a solucionarla». Es demasiado tarde para hacer sólo reformas, éstas no cambian el pensamiento. Necesitamos partir de otro pensamiento, fundado en principios y valores que puedan sustentar un nuevo ensayo de civilización. O si no, tendremos que aceptar un camino que nos lleva al precipicio. Los dinosaurios ya lo recorrieron.
Mi sentimiento del mundo me dice que hay cuatro principios y cuatro virtudes capaces de garantizar un futuro bueno para la Tierra y la vida. Aquí solamente voy a enunciarlos, sin espacio para profundizar en ellos, cosa que he hecho en varias publicaciones en los últimos años.
El primero es el cuidado. El cuidado es una relación de no agresión y de amor a la Tierra y a cualquier otro ser. El cuidado se opone a la dominación que caracteriza el viejo paradigma. El cuidado regenera las heridas pasadas y evita las futuras. Retarda la fuerza irrefrenable de la entropía y permite que todo pueda vivir y durar más. Para los orientales lo equivalente al cuidado es la compasión; por ella nunca se deja abandonado al que sufre; se camina, se solidariza y se alegra uno con él.
El segundo es el respeto. Cada ser posee un valor intrínseco, independientemente de su uso humano. Expresa alguna potencialidad del universo, tiene algo que revelarnos y merece existir y vivir. El respeto reconoce y acoge al otro como otro y se propone convivir pacíficamente con él. Ético es respetar ilimitadamente todo lo que existe y vive.
El tercero es la responsabilidad universal. Por ella, el ser humano y la sociedad se dan cuenta de las consecuencias benéficas o funestas de sus acciones. Ambos tienen que cuidar la cualidad de las relaciones con los otros y con la naturaleza para que no sean hostiles sino amigables hacia la vida. Con los medios de destrucción ya fabricados, la humanidad, por falta de responsabilidad, puede autoeliminarse y dañar la biosfera.
El cuarto principio es la cooperación incondicional. La ley universal de la evolución no es la competición en la que gana el más fuerte, sino la interdependencia de todos con todos. Todos cooperan entre sí para coevolucionar y para asegurar la biodiversidad. Por la cooperación de unos con otros, nuestros antepasados se volvieron humanos. El mercado globalizado está gobernado por la más rígida competición, sin espacio para la cooperación. Por eso, campean el individualismo y el egoísmo que subyacen a la crisis actual y que han impedido hasta ahora cualquier consenso posible frente a los cambios climáticos.
Estos cuatro principios deben venir acompañados de cuatro virtudes, imprescindibles para la consolidación del nuevo orden.
La primera es la hospitalidad, virtud primordial, según Kant, para la república mundial. Todos tenemos el derecho de ser acogidos, lo que se corresponde con el deber de acoger a los otros. Esta virtud será fundamental frente al flujo de los pueblos y los millones de refugiados climáticos que surgirán en los próximos años. No debe haber, como hay, extra-comunitarios.
La segunda es la convivencia con los diferentes. La globalización del experimento hombre no anula las diferencias culturales con las cuales tenemos que aprender a convivir, a intercambiar, a complementarnos y a enriquecernos con los intercambios mutuos.
La tercera es la tolerancia. No todos los valores y costumbres culturales son convergentes y de fácil aceptación. De ahí se impone la tolerancia activa de reconocer el derecho del otro de existir como diferente y garantizarle su plena expresión.
La cuarta es la comensalidad. Todos los seres humanos deben tener acceso solidario y suficiente a los medios de vida, y seguridad alimentaria. Deben poder sentirse miembros de la misma familia que comen y beben juntos. No sólo es la nutrición necesaria, se trata de un rito de confraternización.
Todos los esfuerzos serán en balde si la Río+20 de 2012 se limita solamente a discutir medidas prácticas para mitigar el calentamiento global, sin discutir otros principios y valores que pueden generar un consenso mínimo entre todos y dar así sostenibilidad a nuestra civilización. En caso contrario, la crisis continuará su acción corrosiva hasta transformarse en una tragedia. Tenemos medios y ciencia para alcanzar esta sostenibilidad. Sólo nos falta voluntad y amor a la vida, la nuestra y la de nuestros hijos y nietos. Que el Espíritu que preside la historia no nos falte.
Koinona
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