"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

sábado, 20 de agosto de 2011

Tú eres el enviado por Dios para dar la salvación a la humanidad

Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC 

Domingo 21 de tiempo ordinario
-21 de agosto de 2011-

Vivimos en una sociedad en la que hay libertad de expresión. Cada persona puede pensar y decir lo que quiera. Y, por eso, hay tantas opiniones sobre cualquier cosa; y también sobre Dios, la Iglesia, Jesucristo, y sobre todo lo relacionado con la religión. La libertad de expresión la valoramos como algo positivo, como un regalo de Dios. La libertad es algo que Dios ha dado a cada persona. Cada persona debe pensar y hacer, no lo que le dicen los demás, sino lo que, en conciencia cree que debe pensar y hacer. Cada persona se merece el respeto más grande, piense lo que piense, y haga lo que haga, siempre que no perjudique a los demás. Dios ha dado la libertad a cada persona y no se la quita nunca, por muchas faltas que cometa. Dios tiene paciencia con cada persona, haga lo que haga. Por eso, si Dios respeta de esta manera a cada ser humano, los que creemos en él, hemos de respetar y aceptar a todos como lo hace Dios. Vamos a ver hoy las opiniones sobre Jesús.

Hoy en el Evangelio, Mateo 16, 13-20, Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es él. Y aparecen muchas opiniones: Unos dicen que Jesús es Juan Bautista que había resucitado, otros dicen que es Elías, otros dicen que es Jeremías, otros piensan que es uno de los antiguos profetas. Eso es lo que pensaba la gente sobre Jesús. Posiblemente habría más opiniones que no están escritas en el Evangelio. Como entonces, hoy también hay muchas opiniones o ideas sobre la personas de Jesús. Pero lo que le interesaba a Jesús era saber lo que pensaban sus mismos discípulos. Y por eso les dice: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Entonces Pedro le contestó: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Lo que le dijo Pedro era lo más grande que se podía decir de una persona en Israel y en todo el mundo. Mesías, significa el ungido, enviado y encargado por Dios para dar la salvación a la humanidad. Hijo de Dios, significa, en este caso, el que tiene la misma naturaleza de Dios, el que es igual a que Dios. Y era muy importante lo que le dijo Pedro a Jesús, porque todo el mundo en Israel estaba esperando la venida del Mesías. La nación estaba bajo la dominación romana, que les cobraba unos impuestos por encima de sus posibilidades. La gente sufría mucho y esperaban a alguien, anunciado por todos los profetas, que cambiara aquella situación, de tanto sufrimiento, que tenía Israel. Decir Mesías en aquel tiempo era como hoy decir que una persona puede acabar con el paro, arreglar la economía, acabar con el hambre y las guerras en todo el mundo y traer a la humanidad un tiempo de paz y de vida digna y feliz para todos.


Esto es lo que esperaba la gente. Pero Dios quería hacer algo más, mucho más que solucionar los problemas materiales. Por eso Jesús, después de hablar Pedro y de aceptar lo que Pedro había dicho, les advirtió a todo el grupo que no dijeran a nadie que él era el Mesías, porque todos tenían una idea equivocada de lo que iba a hacer el Mesías. El pueblo sólo pensaba en lo material y en lo político. Tampoco los discípulos, incluido Pedro, comprendían bien lo que Jesús iba a hacer en este mundo. Todos ellos pensaban que iba a ser un buen jefe político, el mejor, y nada más. Y se arrimaron a él porque pensaban sacar algo. Pero lo que Jesús pensaba ofrecer al mundo era mucho más.

Hoy es una buena ocasión para que, los cristianos, los que nos reconocemos como cristianos, nos preguntemos quién es para nosotros Jesús.

Y no de una forma teórica, no lo que hemos aprendido en el Catecismo, o lo que hemos leído en algún libro, sino lo que supone para nosotros la persona de Jesús cada día, el lugar que ocupa esta persona en nuestro corazón y en nuestra vida, hasta qué punto influye Jesús en nuestras decisiones y en nuestra forma de actuar, a la hora de trabajar, de gastar nuestro dinero y de administrar todos nuestros bienes, a la hora de relacionarnos y de tratar a los demás.

Es importante que veamos qué significa Jesús y su mensaje para nosotros, si es nuestro camino y la base de nuestra vida; y si nos preguntamos a cada paso, en nuestra vida, cómo actuaría Jesús en este momento y en estas circunstancias, si somos sus seguidores. Y sobre todo si lo encontramos presente, además de reconocerlo en la Eucaristía y en la Biblia,  en cada persona, especialmente en los pobres, en los marginados, en los parados y en todos los que sufren. No sólo reconocerlo en la celebración que tenemos el domingo dentro del templo, sino también fuera, en la calle, en los lugares de trabajo, y en cualquier relación que tengamos con las personas. Y que no caigamos en la tentación de arrimarnos a Jesús para sacar nuestros intereses adelante, o para buscar un refugio, como le pasaba a sus discípulos antes de comprender bien quién era esta persona.

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