Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 32 de tiempo ordinario
- 6 de noviembre de 2011 -
Vemos muchas parejas que piensan con ilusión en casarse, pero no
piensan en prepararse para el matrimonio. Todo lo más que hacen es preparar el
piso, el convite, y ver a dónde van a ir de viaje. Pocos se preparan personalmente
para dar ese paso. Vemos que más importante que el piso, el convite, el traje y
el viaje, es plantearse en profundidad cómo tienen que vivir y qué les exige la
vida de matrimonio.
Muchas personas se presentan como candidatos para las elecciones, y, en
la campaña y precampaña, hacen mucha propaganda, se mueven mucho, salen en la
prensa, la radio, la televisión y en la red. Por lo que se ve, no ponen tanto
empeño en prepararse para desempañar la responsabilidad, o el cargo, para el que
van a ser elegidos. Tampoco piensan si
tienen la categoría moral, si van a ser capaces de actuar con honradez y con
limpieza para estar de verdad al servicio del pueblo. Se pone mucho empeño en
dar buena imagen, pero no hay tanto es fuerzo por la preparación como personas.
Hoy Jesús en el Evangelio, Mateo 25,1-13, nos habla de la preparación
personal. Y para esto cuenta una costumbre que había cuando se celebraba una
boda. Un grupo de chicas jóvenes, doncellas, salían con lámparas a esperar al
novio. En nuestras bodas la que tarda es la novia. En aquel tiempo el que se
hacía de esperar era el novio. En una ocasión, diez doncellas salieron a
recibir al novio. Entre ellas había cinco responsables y bien preparadas; y
otras cinco descuidadas, nada responsables. Las primeras, al coger las
lámparas, se llevaron alcuzas con aceite. En cambio las descuidadas, llevaron
las lámparas, pero se dejaron el aceite. El novio tardaba. Sentadas con sus
lámparas, les entró sueño a todas, y se durmieron. A media noche, se oyó una
voz que decía: ¡Que viene el novio! Las muchachas se pusieron a preparar sus
lámparas. Y las descuidadas dijeron a las responsables: Dadnos de vuestro
aceite que se nos apagan las lámparas. A lo que respondieron las sensatas: no
tenemos para vosotras y nosotras; mejor es que vayáis a comprarlo. Mientras
fueron a por el aceite, llegó el novio; y las que estaban preparadas entraron
con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también
las otras, y a gritos pedían al novio que les abriera, pero él les dijo: No os
conozco. Se cerró la puerta y no
entraron al banquete junto con las otras.
Está claro que Jesús nos está planteando, a través de esta pequeña
historia, la importancia que tiene la preparación para afrontar todas las circunstancias
y retos que la vida nos va presentando. Y otra cosa que aparece clara es, y que
quiere dar a entender Jesús, es el valor de la vigilancia, el ser conscientes,
el poner nuestro cinco sentidos en cada una de las cosas que hacemos. Para él
vivir es poner toda la carne en el asador, en todos los momentos de nuestra
vida. No llevar aceite aquí, es ser una persona superficial, no estar a la
altura de las circunstancias, no esterarnos de lo que llevamos entre manos. Y
lo más importante de este texto evangélico es cómo nos enseña Jesús a ver la vida, el
sentido que tiene nuestra vida. Para un seguidor de Jesús, vivir es esperar al “NOVIO”
para entrar con él en el banquete de bodas. Y, en el tiempo de la espera,
nuestra tarea es preparar el banquete y estar bien dispuestos para participar
en él. Desde la fe, los cristianos descubrimos que Jesús, va llegando, y se
va haciendo presente en cada momento de la vida. Hay ocasiones en las que su presencia se hace más palpable. La
presencia de Jesús y la celebración de su banquete, no coincide siempre, o casi
nunca, con nuestro bienestar, o nuestra forma de ver las cosas. Sobre todo nos
encontramos con Jesús y disfrutamos de los bienes que él nos ofrece, en las
experiencias de solidaridad y en el trabajo y la lucha para que la solidaridad
y la comunión (la común unión económica, cultural y política) en el mundo sea
una realidad. Trabajamos por su venida cuando hacemos todo lo que podemos, y un
poco más, para que desaparezcan los muros que nos separan, las desigualdades
económicas, y las discriminaciones; y todo aquello que nos enfrenta e impide
que, la humanidad entera, pueda entrar en el banquete que Jesús ha venido a
establecer en este mundo para todos. Este compromiso por preparar el banquete y
este vivir siempre esperando al “NOVIO”, será lo que llene nuestras alcuzas de
aceite y hará que no fracasemos cuando aparezca Jesús. La señal y la
experiencia de ese banquete y ese encuentro con Jesús es la Eucaristía que
celebramos cada domingo. Esta celebración es la que llena y da sentido a
nuestra vida. Y la vida vivida desde la fe en Jesús, nos prepara para vivir la
Eucaristía con todo su alcance. Aquí, en la Eucaristía, aprendemos a construir el mundo nuevo que
todos deseamos. Y si no es así ya no la Eucaristía, o la Cena del Señor.
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