Si observamos las medidas
económicas que para afrontar la crisis están adoptando en Europa los distintos
gobiernos, con independencia de su color político, podríamos llegar a la
conclusión de que lo que se está haciendo es lo único que
se puede hacer.
Si por otro lado leemos los
análisis y valoraciones con que economistas de reconocido prestigio nos vienen
día tras día obsequiando a los que somos legos en materia económica, también
podríamos llegar a la conclusión de que nada se puede hacer distinto a lo
que se está haciendo.
La coincidencia entre quienes
tiene responsabilidades de gobierno y quienes acumulan experiencia y sabiduría
en materias económicas a la hora de plantear soluciones nos podría llevar a la
conclusión de que las soluciones propuestas o propugnadas son
científicamente irrebatibles o lo que es igual que no hay otro
modelo económico posible que el liberal.
Desde estas premisas los
defensores de este sistema nos dicen por
ejemplo que para reactivar la economía hay que congelar salarios
y desregularizar el mercado de trabajo. Y aquí es donde empezamos
a percibir que las recetas propuestas como científicamente irrebatibles son más
bien propuestas de tinte ideológico que no se corresponden con la realidad.
Porque a ver quien nos explica cómo
reduciendo salarios se puede reactivar la economía, siendo así que a
menor salario menor poder adquisitivo y a menor poder adquisitivo menor demanda
de productos de consumo, y así sucesivamente.
Y si para crecer
necesitamos un mercado menos rígido, o más desregularizado, cómo se
explica que en España con un mercado incluso más rígido que el actual (el
anterior a la reforma de septiembre de 2010), se creció como nunca en el
período de tiempo comprendido entre 1996 y 2007 tanto con gobiernos del PP como
del PSOE. O cómo se explica que un país como Irlanda, con el mercado de trabajo
más desregularizado de la Unión Europea, tengan pese a esa circunstancia tan grata a
los gurús del sistema la situación económica que conocemos.
Frente a estas soluciones
políticas y propuestas teóricas, que parten de aceptar lo que pueden ser
opciones respetables como verdades científicamente irrebatibles, cabe en opinión de otros expertos un modelo económico
distinto que permita salir de la crisis sin socavar el estado de bienestar.
Para ello habría que ir hacia un
modelo económico más respetuoso con la naturaleza y el medio ambiente, que
permitiese conciliar la vida laboral con la familiar, que arbitrara unas leyes
de comercio justas y acabaran con el escándalo de que, en un mundo con recursos
suficientes, la mayoría de la población mundial carezca de los más elemental
para llevar una vida digna y con el agravante de que la mayoría de las materias
primas proceden de áreas donde más necesidad se pasa. ¿Qué diríamos si, con las
naranjas que se cosechan en nuestra tierra, el ochenta por ciento de los
ciudadanos de la Vega Baja del Segura no hubiéramos probado en nuestra vida una
naranja o un zumo extraído de alguna de ellas? Pues eso ocurre por ejemplo en
Costa de Marfil que, siendo el mayor país productor de cacao en el mundo, la
mayoría de sus niños no saben lo que es una pastilla de chocolate.
Es posible otro modelo económico
donde la economía financiera vuelva a ser un medio al servicio de la economía
productiva, que es la que genera empleo y riqueza, y deje de ser un fin en si
misma que es en lo que se ha convertido actualmente con las consecuencias por
todos conocidas y sufridas.
Y sobre todo es posible y
necesario que los poderes económicos se sometan a control democrático, o lo que
es igual que la política recupere el papel que le corresponde y abandone su
actual sumisión a las exigencias insaciables de quienes llevados por su codicia
no sólo no admiten su responsabilidad en la crisis sino que tratan de
aprovecharla para, siendo una ínfima minoría, someter a la mayoría de la
humanidad a sus caprichos y exigencias.
Pero nada de eso será posible si
la ciudadanía no toma conciencia de la necesidad de oponerse al actual estado
de cosas. Para cambiar no hemos de mover.
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