"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

lunes, 23 de enero de 2012

LA PALABRA QUE LIBERA

Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 4º de tiempo ordinario
- 29 de enero de 2012 -

Dice el Evangelio de este domingo, Marcos 1,21-28, que Jesús enseñaba con autoridad. Vivía lo que decía. Entre su vida y su palabra no había ninguna diferencia. Era una persona “de una pieza”. Y se notaba que, su palabra, no era simplemente humana, sino que tenía toda la fuerza de Dios, porque cuando hablaba liberaba a las personas de los problemas que tenían. Y la gente se quedaba asombrada de lo que decía y de lo que hacía. Todos se daban cuenta de que Jesús era la persona que todos, aún sin saberlo, estaban esperando. El mundo en el que apareció Jesús tenía un montón de problemas. Habían aparecido muchos que hablaban mucho, pero dejaban los problemas sin resolver; decían cosas muy bonitas, pero las cosas se quedaban igual que antes; prometían mucho pero hacían muy poco o nada de lo que prometían; los que hablaban ante pueblo, lo tenían todo claro, pero sólo en teoría.
Jesús no era así. Jesús hacía lo que decía. Todos se daban cuenta de que, escuchando y siguiendo a Jesús, encontraría todo lo que necesitaban, lo encontraría todo. Todos estaban convencidos de que Jesús era la persona que necesitaba la humanidad. Es como si, hasta la venida de Jesús, todos hubieran vivido en la oscuridad; y, al venir Jesús, hubiera amanecido el sol más radiante y esplendoroso. Veían que algo, totalmente nuevo, había aparecido en el mundo, algo que no habían visto jamás, algo que superaba todos sus deseos y expectativas. Es posible que alguna vez hubieran soñado algo parecido, pero aquello superaba todos sus sueños. En Israel todos pensaban que algún día aparecería un profeta extraordinario que sería como Moisés, y que sacaría al pueblo de las esclavitudes y sufrimientos en los que se encontraba; y que además, daría una libertad y una paz que durarían para siempre. De esto precisamente habla la primera lectura, Deuteronomio 18,15-20. También esperaban en Israel que, algún día, Dios se haría presente en medio del pueblo. Al ver a Jesús todos estaban seguros de que él era el profeta que tenía que venir, y que en su persona Dios se había hecho presente en medio de ellos, porque veían que Jesús tenía más fuerza que todos los problemas y sufrimiento que oprimían a las personas.

En ese Jesús es precisamente en el que creemos nosotros los que nos hemos reunido hoy aquí. Y no creemos que Jesús es una persona del pasado, o que está en el cielo, o que no actúa ante los sufrimientos de la humanidad. No. Creemos que Jesús está vivo, que vive entre nosotros, que nos acompaña en nuestro caminar, que está actuando en todas las personas que confían y creen en él; que es el único que puede solucionar, con nuestra colaboración y nuestro compromiso, todos los problemas que tiene hoy la humanidad. No quiere hacer las cosas él solo, no quiere quitarnos nuestro papel en el mundo; pero es él junto con nosotros, y nosotros junto con él, quien sacará a la humanidad de la situación de sufrimiento en la que se encuentra actualmente. Sólo hace falta que creamos de verdad en él, que le escuchemos y le sigamos; que estemos totalmente seguros de que todos nuestros problemas desaparecen cuando le escuchamos, le seguimos y elegimos su estilo de vida; que no caigamos en la tentación de pensar que sólo la técnica, o sólo las cosas que el mundo nos ofrece, van a llenar nuestra vida o darnos la felicidad que durará para siempre. El único que puede llenar nuestra vida y ponernos en marcha en camino que nos llevará a  encontrar la felicidad es Jesús. Esta es nuestra fe, con el respeto más grande a las personas que piensen otra cosa, con las que colaboraremos para hacer un mundo distinto del que tenemos.

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