Pepe Lozano, consiliario diocesano de la HOAC
Domingo 4º de tiempo ordinario
- 29 de enero de 2012 -
Dice el Evangelio de este domingo, Marcos 1,21-28, que Jesús enseñaba
con autoridad. Vivía lo que decía. Entre su vida y su palabra no había ninguna
diferencia. Era una persona “de una pieza”. Y se notaba que, su palabra, no era
simplemente humana, sino que tenía toda la fuerza de Dios, porque cuando
hablaba liberaba a las personas de los problemas que tenían. Y la gente se
quedaba asombrada de lo que decía y de lo que hacía. Todos se daban cuenta de
que Jesús era la persona que todos, aún sin saberlo, estaban esperando. El
mundo en el que apareció Jesús tenía un montón de problemas. Habían aparecido
muchos que hablaban mucho, pero dejaban los problemas sin resolver; decían
cosas muy bonitas, pero las cosas se quedaban igual que antes; prometían mucho
pero hacían muy poco o nada de lo que prometían; los que hablaban ante pueblo, lo
tenían todo claro, pero sólo en teoría.
Jesús no era así. Jesús hacía lo que decía. Todos se daban cuenta de que, escuchando y siguiendo a Jesús, encontraría todo lo que necesitaban, lo encontraría todo. Todos estaban convencidos de que Jesús era la persona que necesitaba la humanidad. Es como si, hasta la venida de Jesús, todos hubieran vivido en la oscuridad; y, al venir Jesús, hubiera amanecido el sol más radiante y esplendoroso. Veían que algo, totalmente nuevo, había aparecido en el mundo, algo que no habían visto jamás, algo que superaba todos sus deseos y expectativas. Es posible que alguna vez hubieran soñado algo parecido, pero aquello superaba todos sus sueños. En Israel todos pensaban que algún día aparecería un profeta extraordinario que sería como Moisés, y que sacaría al pueblo de las esclavitudes y sufrimientos en los que se encontraba; y que además, daría una libertad y una paz que durarían para siempre. De esto precisamente habla la primera lectura, Deuteronomio 18,15-20. También esperaban en Israel que, algún día, Dios se haría presente en medio del pueblo. Al ver a Jesús todos estaban seguros de que él era el profeta que tenía que venir, y que en su persona Dios se había hecho presente en medio de ellos, porque veían que Jesús tenía más fuerza que todos los problemas y sufrimiento que oprimían a las personas.
Jesús no era así. Jesús hacía lo que decía. Todos se daban cuenta de que, escuchando y siguiendo a Jesús, encontraría todo lo que necesitaban, lo encontraría todo. Todos estaban convencidos de que Jesús era la persona que necesitaba la humanidad. Es como si, hasta la venida de Jesús, todos hubieran vivido en la oscuridad; y, al venir Jesús, hubiera amanecido el sol más radiante y esplendoroso. Veían que algo, totalmente nuevo, había aparecido en el mundo, algo que no habían visto jamás, algo que superaba todos sus deseos y expectativas. Es posible que alguna vez hubieran soñado algo parecido, pero aquello superaba todos sus sueños. En Israel todos pensaban que algún día aparecería un profeta extraordinario que sería como Moisés, y que sacaría al pueblo de las esclavitudes y sufrimientos en los que se encontraba; y que además, daría una libertad y una paz que durarían para siempre. De esto precisamente habla la primera lectura, Deuteronomio 18,15-20. También esperaban en Israel que, algún día, Dios se haría presente en medio del pueblo. Al ver a Jesús todos estaban seguros de que él era el profeta que tenía que venir, y que en su persona Dios se había hecho presente en medio de ellos, porque veían que Jesús tenía más fuerza que todos los problemas y sufrimiento que oprimían a las personas.
En ese Jesús es precisamente en el que creemos nosotros los que nos
hemos reunido hoy aquí. Y no creemos que Jesús es una persona del pasado, o que
está en el cielo, o que no actúa ante los sufrimientos de la humanidad. No.
Creemos que Jesús está vivo, que vive entre nosotros, que nos acompaña en
nuestro caminar, que está actuando en todas las personas que confían y creen en
él; que es el único que puede solucionar, con nuestra colaboración y nuestro
compromiso, todos los problemas que tiene hoy la humanidad. No quiere hacer las
cosas él solo, no quiere quitarnos nuestro papel en el mundo; pero es él junto
con nosotros, y nosotros junto con él, quien sacará a la humanidad de la
situación de sufrimiento en la que se encuentra actualmente. Sólo hace falta
que creamos de verdad en él, que le escuchemos y le sigamos; que estemos
totalmente seguros de que todos nuestros problemas desaparecen cuando le
escuchamos, le seguimos y elegimos su estilo de vida; que no caigamos en la
tentación de pensar que sólo la técnica, o sólo las cosas que el mundo nos
ofrece, van a llenar nuestra vida o darnos la felicidad que durará para
siempre. El único que puede llenar nuestra vida y ponernos en marcha en camino
que nos llevará a encontrar la felicidad
es Jesús. Esta es nuestra fe, con el respeto más grande a las personas que
piensen otra cosa, con las que colaboraremos para hacer un mundo distinto del
que tenemos.
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