Tenemos sobre la mesa otra reforma laboral. Una vez más se dice que es
necesaria para afrontar la situación económica y crear empleo. ¿Cuántas veces
hemos oído ese mismo argumento que siempre se ha demostrado falso? La sucesivas
reformas laborales ni han creado empleo ni lo han hecho más decente. Al
contrario, han precarizado cada vez más el empleo y han empobrecido a muchas
familias trabajadoras. Porque, como la actual, han partido del mismo mal
planteamiento: pretender adaptar las condiciones de trabajo y la vida laboral de
las personas a las exigencias de «la economía» para incrementar la rentabilidad
del trabajo y aumentar los beneficios. Pero esa no es la solución, es el
problema.
Se habla de «la economía» como si fuera un sujeto. Pero no lo es. Sujetos son
las personas, los grupos sociales, las instituciones…, que toman decisiones y
orientan el funcionamiento de la economía. Hablar de «la economía» como sujeto
es una forma de encubrir la realidad, de ocultar intereses, de eludir
responsabilidades, presentándola como algo natural o inexorable a lo que no hay
más remedio que adaptarse. Pero la economía, como todo lo que es resultado de
decisiones y acciones humanas, tiene un carácter ético, es moral o inmoral,
humana o inhumana, según cómo se oriente. Y este es el meollo de la cuestión:
«La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, no de
una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona» (Benedicto XVI,
«Caritas in veritate», 45).
Pero, ¿qué es una ética amiga de la persona en la vida económica?, ¿qué es lo
que hace que el funcionamiento de la economía sea ético? En la Iglesia pensamos
que la clave está en que la persona sea, de verdad, sujeto y fin de la economía,
que ésta se oriente al servicio de las necesidades humanas, que esté sometida a
fines sociales de justicia. Para ello es esencial la forma en que es tratado el
trabajo. El respeto a la dignidad del trabajo, vinculado a la dignidad de la
persona, es criterio central de la ética en la economía. Por eso, son principios
básicos de humanidad para el funcionamiento de la economía:
1º.- Reconocer que el trabajo no es una cosa, una mercancía, sino una
realidad unida al mismo ser de la persona: «El primer fundamento del valor del
trabajo es el hombre mismo, su sujeto (…): el trabajo está en función del hombre
y no el hombre en función del trabajo» (Juan Pablo II, «Laborem exercens»,
6).
2º.- Respetar la prioridad del trabajo sobre todos los demás elementos de la
economía. El trabajo es mucho más que un valor económico, pero es también el
primer y mayor valor económico: «El trabajo humano (…) es muy superior a los
restantes elementos de la vida económica, pues estos últimos no tienen otro
papel que el de instrumentos» (Concilio Vaticano II, «Gaudium et spes» 67).
3º.- Organizar siempre el trabajo en función de la persona, porque es la
economía la que debe adaptarse a las necesidades de las personas y no al revés:
«El conjunto del proceso de producción debe, pues, adaptarse a las necesidades
de la persona» (GS, 67).
4º.- Reconocer y hacer realidad en el funcionamiento de la economía los
derechos de los trabajadores y sus familias: «Cuando se trata de determinar una
política laboral correcta desde el punto de vista ético (…) tal política es
correcta cuando los derechos objetivos del hombre del trabajo son plenamente
respetados (…) La realización de los derechos del hombre del trabajo no puede
estar condenada a constituir solamente un derivado de los sistemas económicos,
los cuales (…) se dejen guiar sobre todo por el criterio del máximo beneficio.
Al contrario, es precisamente la consideración de los derechos objetivos del
hombre del trabajo (…) lo que debe constituir el criterio adecuado y fundamental
para la formación de toda la economía» (LE, 17).
¿Para cuándo una reforma de la economía que busque hacer realidad estos
principios de humanidad?
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