Jesús
Espeja.- El domingo
de Pentecostés asistí a la fiesta de la HOAC en Vallecas; y en el bajo de la
parroquia “San Pablo” donde hace ya muchos años conocí al párroco Enrique de
Castro, incansable testigo de Jesucristo al lado de los excluidos. La reflexión
giró en torno a los derechos sociales. Por su realismo y capacidad de análisis
me impresionaron los testimonios de los participantes. Pero una sugerencia
retuvo mi atención: en nuestra forma de vivir debemos ser solidarios con los
demás; desde esa conducta podemos seguir luchando por los derechos
sociales.
Esta
sugerencia, que a primera vista puede ser interpretada como un consejo piadoso,
despertó en mí una cuestión de fondo que a lo largo de esta dura crisis
económica, viene rondando una y otra vez. Se trata de un nuevo modo de
vivir, de un nuevo sentido y nueva orientación de la conducta humana. Y
este cambio es el que no asoma en las soluciones que hoy traman los políticos
acuciados sin duda por urgencias inmediatas e inaplazables.
Dado que las
personas sólo nos realizamos viviendo en sociedad, no hay satisfacción de los
derechos humanos sin derechos sociales a la vivienda, el trabajo, el sustento,
la educación, etc. Pero a todos son manifiestas tres constataciones. Primera,
que los más pobres se ven privados de estos derechos. Segunda, que bastantes
años de los socialdemócratas en el gobierno tampoco dieron solución al paro, a
la escandalosa desigualdad de salarios, a la corrupción, ni a los nuevos
reclamos de las generaciones jóvenes que buscan una democracia más real.
Tercera, que buscando solución a la crisis económica que sufrimos, un gobierno
liberal, dentro del sistema que se impone mundialmente, hace recortes,
posiblemente ineludibles “para salir adelante”, pero que a la hora de la verdad
pagan los más pobres. De ahí que para cualquier honrado ciudadano el
interrogante parezca ineludible: ¿qué es lo que está fallando aquí?
Leyendo el
arranque y el proceso de la Ilustración europea, se ven dos polarizaciones y se
olvida un objetivo fundamental. Unos optaron por la libertad y otros por la
igualdad. Los primeros se quedaron en la libertad para la clase burguesa o
pudiente que ocupó el trono de los señores feudales. Los que optaron por la
igualdad se quedaron en revoluciones que se han ido instalando en el
aburguesamiento de los revolucionarios. En una y en otra opción se ha
perdido el horizonte de la fraternidad, y la sociedad ha ido cayendo en el
individualismo con distintas versiones; la obsesión por la propia seguridad sin
pensar en qué será de los otros, especialmente de los que no tienen, ni saben
ni pueden.
El evangelio
de Jesucristo abre un
camino nuevo y hoy cada vez más ineludible: sólo desde la justicia con las
víctimas hay posibilidad de auténtica humanización; sólo asumiendo esa causa se
justifican las políticas; y sólo desde ahí se garantiza la verdad de las
religiones. Pero hay más. Los pobres no sólo son destinatarios de beneficencia
o sujetos potenciales que pueden ser integrados en una sociedad de producción
inacabable o de consumismo ciego. Si cada vez más aumenta el paro y los pobres
sufren recortes a sus derechos sociales, ellos denuncian que la ideología del
sistema es inhumana. Urgen un cambio de valores y otro modo de vivir.
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