En su encíclica sobre el trabajo humano («Laborem exercens»), Juan
Pablo II, recogiendo una larga tradición en la reflexión social de la Iglesia,
hacía dos afirmaciones que son hoy de enorme actualidad e importancia. La
primera se refiere al trabajo humano como clave esencial de la organización de
la vida social, si se piensa ésta desde la búsqueda de «hacer la vida humana
más humana»: «El trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda
la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista
del bien del hombre» (LE 3). La segunda a la causa de la dignidad de las
personas en el trabajo como esencial para la justicia social, porque su
negación fabrica empobrecidos, y como central para el ser y la misión
evangelizadora de la Iglesia: «Para realizar la justicia social (…) son siempre
necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo. Esta
solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiere la degradación
social del sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores y las
crecientes zonas de miseria e incluso de hambre. La Iglesia está vivamente comprometida
en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como
verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la
“Iglesia de los pobres”. Y los “pobres” (…) aparecen en muchos casos como
resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se
limitan las posibilidades del trabajo –es decir por la plaga del desempleo–,
bien porque se desprecia el trabajo y los derechos que fluyen del mismo» (LE
8).
Lo que nos ha pasado en nuestra sociedad es que se ha despreciado el
valor y la dignidad del trabajo humano. Se ha construido la economía de
espaldas al trabajo y a las necesidades de las personas. Es más, una economía
que «crecía» destruyendo trabajo y alejándose cada vez más de las necesidades
de las personas. Una economía financiera especulativa que generaba
«crecimiento» económico destruyendo y precarizando el trabajo y haciéndolo
totalmente dependiente de la rentabilidad financiera. Cuando esa dinámica
especulativa estalló, se emprendió un camino para recuperar la rentabilidad
financiera que suponía seguir despreciando el trabajo y las necesidades humanas
y se destruyó masivamente empleo. Ahora estamos en un momento especialmente
grave en ese proceso: se dedican los recursos a rescatar el sistema financiero
a costa de la economía real por el camino de destruir los derechos sociales y
laborales de las personas, que eso son los recortes que llaman «ajustes», que
se suceden en una espiral que parece no tener fin. Y en ese camino se genera
cada vez más dependencia, empobrecimiento y exclusión de las personas.
Por eso es tan importante hoy para la sociedad y para las decisiones
políticas considerar realmente el trabajo como «clave esencial de la cuestión
social», y la defensa de los derechos sociales y laborales como clave para
construir la justicia social y una sociedad decente. Los problemas y las
necesidades de las personas, sobre todo de los empobrecidos, no se resolverán
si se siguen considerando como un derivado, una consecuencia, de la
recuperación de la economía financiera. Al contrario, solo los resolveremos y
solo avanzaremos en unas finanzas reales, al servicio de la economía real, si
cambiamos radicalmente el planteamiento y buscamos afirmar, primero y
directamente, los derechos laborales y sociales de las personas,
particularmente de los empobrecidos, que eso es la economía real, la que sirve
a las personas.
Y la Iglesia, los cristianos, los que queremos seguir a Jesús, ¿cómo
serviremos a la sociedad si no hacemos realmente nuestra la causa de la afirmación
de la dignidad de las personas en el trabajo, si no defendemos con todas
nuestras fuerzas la centralidad para la vida social de los derechos laborales y
sociales de las personas?; ¿cómo seremos «la Iglesia de los pobres» si no
ponemos, en la práctica, su causa en el centro de nuestra vida?; ¿cómo
evangelizaremos si no damos a esa causa de la defensa de la dignidad del
trabajo el lugar esencial que merece en nuestra vida y acción?
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