"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

domingo, 24 de marzo de 2013

DERECHOS SOCIALES, UN DEBER DE JUSTICIA

Hoy los derechos sociales, en teoría están más claros que nunca, pero, en la práctica, no se reconocen ni se garantizan, como en otras épocas, o peor. En la actualidad asistimos a un recorte, cada vez mayor, de los derechos en todos los sentidos. Lo estamos viendo con los casi seis millones de parados, con los desahucios, la pérdida de atención sanitaria, la legislación laboral, la administración de la justicia, la supresión de profesores en colegios e institutos, y  un largo etcétera que sería interminable. La pérdida de derechos la comprobamos todos los días en la acogida de Cáritas. Y por supuesto, no se recorta a los bancos el derecho , o la posibilidad de sacar,    los grandes capitales al extranjero, y dejar en ruinas a nuestro Estado, al borde del rescate.
Los cristianos miramos los derechos de las personas desde la fe. Para nosotros, una persona, no es sólo una realidad humana, sino además, y ante todo es una realidad divina. Una persona está creada a imagen y semejanza de Dios. Y Jesús se idéntica con cada persona cuando nos dice que, lo que hagan a cualquiera, aunque sea el más pequeño y el último de los humanos, se lo hacen a él. Esto quiere decir que una persona es parte de Dios. San Pablo dice que nosotros somos el Cuerpo de Cristo, y cada uno somos un miembro de ese cuerpo. Atentar en contra de los derechos de una persona es atentar contra los derechos del mismo Dios. Por eso, una sociedad que niega, todos los días y de mil maneras, a las personas sus derechos fundamentales, es una sociedad, no anticlerical, sino totalmente atea, aunque se hagan muchos actos religiosos. Y como han dicho repetidamente los papas, las estructuras de esta sociedad son estructuras de pecado.

Para que a una sociedad la podamos llamar cristiana, tiene que comenzar, por reconocer y garantizar los derechos sociales. Y después se podrán celebrar con cierta dignidad, los actos religiosos. Cuando la injusticia es tan grande, se podrían celebrar actos religiosos dignamente, siempre que éstos denuncien y combatan, de todas formas, la injusticia y la negación de los derechos sagrados de cada persona y de la sociedad en general. Alabar a Dios y después machacarlo, en la vida, no es nada coherente.
Si a alguien se le ocurriera sacar una imagen de Jesucristo, de la Virgen, o de algún santo, colocarla en una plaza pública y quemarla, para todos sería un grave escándalo; y más todavía si eso mismo se hiciera con la Sagrada Eucaristía. Sin embargo estamos viendo todos los días que, a millones de personas se las priva de sus derechos más fundamentales, y se les obliga a vivir en la miseria, o a suicidarse, y nadie se escandaliza, cuando precisamente una persona es de mucho más valor que una imagen de Jesús o de un santo, y de tanto valor como a Eucaristía. Defendemos el derecho de los no nacidos a nacer (que es lo que Dios quiere), y negamos el derecho de los nacidos a trabajar a para poder vivir y criar a sus hijos. Dios quiere que vivan todos, los que van a nacer y los que ya han nacido. Esto quiere decir que nuestra lucha por la vida, tal como la llevamos, es muy limitada, cuando no hipócrita. Es mucho más cómodo luchar contra el aborto, que invertir el propio capital en crear puestos de trabajo, no llevarlo a Suiza.
Esto nos confirma que la sociedad en la que vivimos, su organización y sus estructuras nos son cristianas, y que, la religión que estamos practicando, yo incluido, no es auténtica ni verdadera, sino pura fachada, respetando honrosas excepciones. La religión que practicamos no nos compromete a nada; o si nos compromete, nosotros nos contentamos con pasar un buen rato dentro del templo, y después lo único que nos importa es defender, con todas las fuerzas, nuestros intereses, por encima de los derechos de los demás.
Si separamos nuestra fe del compromiso por hacer realidad los derechos sociales, ni tenemos una cosa ni otra. Tanto el Evangelio como la Doctrina Social de la Iglesia nos llaman a comprometernos con todas nuestra fuerzas por hacer realidad los derechos y la dignidad de todas las personas, comenzando por los más débiles y explotados. En Cáritas tenemos muy claro que no queremos dar a los pobres “limosnitas”, sino derechos y justicia.

Jose Lozano

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