Hoy los derechos sociales, en
teoría están más claros que nunca, pero, en la práctica, no se reconocen ni se
garantizan, como en otras épocas, o peor. En la actualidad asistimos a un
recorte, cada vez mayor, de los derechos en todos los sentidos. Lo estamos
viendo con los casi seis millones de parados, con los desahucios, la pérdida de
atención sanitaria, la legislación laboral, la administración de la justicia,
la supresión de profesores en colegios e institutos, y un largo etcétera que sería interminable. La
pérdida de derechos la comprobamos todos los días en la acogida de Cáritas. Y
por supuesto, no se recorta a los bancos el derecho , o la posibilidad de
sacar, los grandes capitales al extranjero,
y dejar en ruinas a nuestro Estado, al borde del rescate.
Los cristianos miramos los
derechos de las personas desde la fe. Para nosotros, una persona, no es sólo
una realidad humana, sino además, y ante todo es una realidad divina. Una
persona está creada a imagen y semejanza de Dios. Y Jesús se idéntica con cada
persona cuando nos dice que, lo que hagan a cualquiera, aunque sea el más
pequeño y el último de los humanos, se lo hacen a él. Esto quiere decir que una
persona es parte de Dios. San Pablo dice que nosotros somos el Cuerpo de Cristo,
y cada uno somos un miembro de ese cuerpo. Atentar en contra de los derechos de
una persona es atentar contra los derechos del mismo Dios. Por eso, una
sociedad que niega, todos los días y de mil maneras, a las personas sus
derechos fundamentales, es una sociedad, no anticlerical, sino totalmente atea,
aunque se hagan muchos actos religiosos. Y como han dicho repetidamente los
papas, las estructuras de esta sociedad son estructuras de pecado.
Para que a una sociedad la
podamos llamar cristiana, tiene que comenzar, por reconocer y garantizar los
derechos sociales. Y después se podrán celebrar con cierta dignidad, los actos
religiosos. Cuando la injusticia es tan grande, se podrían celebrar actos
religiosos dignamente, siempre que éstos denuncien y combatan, de todas formas,
la injusticia y la negación de los derechos sagrados de cada persona y de la
sociedad en general. Alabar a Dios y después machacarlo, en la vida, no es nada
coherente.
Si a alguien se le ocurriera
sacar una imagen de Jesucristo, de la Virgen, o de algún santo, colocarla en
una plaza pública y quemarla, para todos sería un grave escándalo; y más
todavía si eso mismo se hiciera con la Sagrada Eucaristía. Sin embargo estamos
viendo todos los días que, a millones de personas se las priva de sus derechos
más fundamentales, y se les obliga a vivir en la miseria, o a suicidarse, y
nadie se escandaliza, cuando precisamente una persona es de mucho más valor que
una imagen de Jesús o de un santo, y de tanto valor como a Eucaristía.
Defendemos el derecho de los no nacidos a nacer (que es lo que Dios quiere), y
negamos el derecho de los nacidos a trabajar a para poder vivir y criar a sus
hijos. Dios quiere que vivan todos, los que van a nacer y los que ya han
nacido. Esto quiere decir que nuestra lucha por la vida, tal como la llevamos,
es muy limitada, cuando no hipócrita. Es mucho más cómodo luchar contra el
aborto, que invertir el propio capital en crear puestos de trabajo, no llevarlo
a Suiza.
Esto nos confirma que la
sociedad en la que vivimos, su organización y sus estructuras nos son
cristianas, y que, la religión que estamos practicando, yo incluido, no es
auténtica ni verdadera, sino pura fachada, respetando honrosas excepciones. La
religión que practicamos no nos compromete a nada; o si nos compromete,
nosotros nos contentamos con pasar un buen rato dentro del templo, y después lo
único que nos importa es defender, con todas las fuerzas, nuestros intereses,
por encima de los derechos de los demás.
Si separamos nuestra fe del
compromiso por hacer realidad los derechos sociales, ni tenemos una cosa ni
otra. Tanto el Evangelio como la Doctrina Social de la Iglesia nos llaman a
comprometernos con todas nuestra fuerzas por hacer realidad los derechos y la
dignidad de todas las personas, comenzando por los más débiles y explotados. En
Cáritas tenemos muy claro que no queremos dar a los pobres “limosnitas”, sino
derechos y justicia.
Jose Lozano
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