Hay, desde luego, comportamientos deshonestos de algunas personas. Pero hay
mucho más. Hay, entre otras cosas, una profunda perversión del funcionamiento de la
economía, una enorme falta de transparencia en el funcionamiento de muchas
instituciones, no solo políticas, y una muy escasa valoración de la verdad.
Pero, sobre todo, hay un abismo de desigualdad y de indiferencia abierto entre quienes viven muy bien, hacen no pocas veces ostentación de
ello, hablan como si aquí no pasara nada…, y quienes sufren duramente el
empobrecimiento y la vulnerabilidad.
Este abismo de desigualdad y de indiferencia es una radical quiebra de la
democracia, cuyo fundamento moral más importante es la búsqueda de un proyecto
de convivencia en común para que todos podamos tener las condiciones necesarias
para una vida decente. Proyecto basado en el reconocimiento efectivo de la
dignidad de cada persona y, por tanto, en buscar primero que cualquier otra cosa
que no haya empobrecidos y excluidos. Cuando este fundamento se olvida, la democracia
se descompone. El empobrecimiento de tantas personas y familias es el mayor exponente
de la debilidad del fundamento moral de nuestra democracia, no un «accidente»
ocurrido con la crisis económica. Más bien al contrario, la crisis es la
consecuencia de la debilidad de ese fundamento moral de nuestra sociedad. Y por
eso con la crisis han crecido aún más las desigualdades y el sufrimiento de los
empobrecidos.
El caldo de cultivo de la corrupción ha sido la radical perversión de la
economía de la época del crecimiento económico. Un crecimiento basado no en
responder a las necesidades reales de las personas y de la sociedad, sino en la
especulación y en la búsqueda del dinero a toda costa, en un todo vale con tal
de ganar dinero y crecer. Esa cultura económica es en sí misma una gran
mentira. Como todo vale para hacer dinero, la transparencia de las
instituciones económicas, políticas…, es lo de menos. En ese ambiente los
comportamientos deshonestos campan a sus anchas y hasta se aplauden…, con tal
que den dinero. Como lo primero era hacer dinero, no luchar contra el empobrecimiento y la exclusión, el abismo de
la desigualdad y la indiferencia hacia los empobrecidos también creció en la
época del crecimiento económico.
Para afrontar la actual situación, necesitamos muchas cosas: desde fomentar
comportamientos honestos, promover virtudes personales y sociales, fortalecer
el aprecio por la búsqueda de la verdad…, hasta modificar en profundidad nuestro
modelo económico, hacer más eficaz y rápido el funcionamiento del sistema judicial, dotar de mecanismos serios de
transparencia y de prácticas de participación real a las instituciones
políticas y a los procesos de toma de decisiones… Todo ello es muy importante.
Pero todo eso será posible solo si emprendemos un camino que dé un
verdadero fundamento moral al funcionamiento de nuestra sociedad. Ese camino no
es otro que poner de verdad en primer lugar las necesidades y derechos de los
empobrecidos y excluidos, para que dejen de serlo, para que nuestra sociedad sea una sociedad decente. La manera de entender y
vivir la honestidad, la economía, las instituciones sociales, políticas,
económicas, la misma forma de buscar la verdad…, cambian radicalmente si
ponemos o no en primer lugar la situación, las necesidades, el protagonismo de los empobrecidos. Por eso, si queremos emprender ese camino
hemos de mirar hacia los empobrecidos y hacia quienes han decidido compartir la
vida con ellos, luchar con ellos para combatir las causas de su situación. Solo
desde la lucha por la justicia debida a los empobrecidos, vivida desde las personas
concretas y con las personas concretas, podremos recomponer moralmente nuestra
sociedad y nuestras vidas. Esa es la esperanza de nuestra sociedad.
Editorial
Noticias Obreras
No hay comentarios:
Publicar un comentario