Los nuevos embajadores ante la Santa Sede de
Kirguizistán, Bolot Iskovich Otunbaev; de Antigua y Barbuda, David Shoul; de
Luxemburgo, Jean-Paul Senninger y de Botswana, Lameck Nthekela, han presentado
esta mañana al Santo Padre sus cartas credenciales. En el discurso que les ha
dirigido, el Pontífice, les ha exhortado a no olvidar el predominio de la ética
en la economía y la vida social, subrayando el valor de la solidaridad y la
centralidad del ser humano.
“La
humanidad - ha dicho el Papa- vive en este momento como una curvatura de su
historia, teniendo en cuenta los avances en diversas áreas. Hemos de alabar los
resultados positivos que contribuyen al verdadero bien del ser humano, por
ejemplo en los campos de la salud, la educación y la comunicación. Sin embargo,
también hay que reconocer que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro
tiempo siguen viviendo en una precariedad diaria, con consecuencias
desastrosas. Algunas patologías aumentan con sus consecuencias psicológicas; el
miedo y la desesperación se adueñan del corazón de muchas personas, incluso en
los llamados países ricos; la alegría de vivir disminuye; la indecencia y la
violencia van en aumento, la pobreza se hace más evidente. Hay que luchar para
vivir y, con frecuencia, para vivir de una forma que no es digna. Una de las
causas de esta situación, en mi opinión, radica en la relación que tenemos con
el dinero, en aceptar su dominio sobre nosotros y nuestras sociedades. Así, la
crisis financiera que estamos atravesando nos hace olvidar su origen primero,
situado en una profunda crisis antropológica. ¡En la negación de la primacía
del hombre! Hemos creado nuevos ídolos. El antiguo culto al becerro de oro ha
encontrado una imagen nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la
dictadura de la economía sin rostro ni objetivo verdaderamente humano”.
“La
crisis global que afecta a las finanzas y la economía -ha observado el
Pontífice- parece poner de relieve sus deformidades y, especialmente, la grave
carencia de su perspectiva antropológica, que reduce al hombre solamente a una
de sus exigencias: el consumo. Y lo que es peor, el mismo ser humano es
considerado hoy como un producto que se puede usar y luego tirar. Hemos puesto
en marcha la cultura del deshecho. Esta deriva atañe al nivel individual y
social, ¡y se favorece! En este contexto, la solidaridad, que es la riqueza de
los pobres, a menudo se considera contraproducente, en contra de la
racionalidad económica y financiera. Mientras el rédito de una minoría crece de
manera exponencial, el de la mayoría se debilita. Este desequilibrio se deriva
de las ideologías que promueven la autonomía absoluta de los mercados y la
especulación financiera, negando así a los Estados el derecho de controlar,
aunque éstos sean los encargados del bien común. Se instaura una nueva tiranía
invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral y sin remedio
posible sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y el crédito alejan a los
países de su economía real y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A
esto hay que añadir, una corrupción tentacular y una evasión fiscal egoísta que
han asumido proporciones mundiales. La voluntad de poder y posesión ha pasado a
ser ilimitada”.
“Detrás
de esta actitud - ha advertido el Obispo de Roma- se encuentra el rechazo de la
ética, el rechazo de Dios. ¡La ética, al igual que la solidaridad, molesta! Se
considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el
poder; se la ve como una amenaza, porque rechaza la manipulación y la sumisión
de la persona. Porque la ética lleva a Dios, que está más allá de las
categorías del mercado. Dios es considerada por estos financieros, economistas
y políticos, como algo incontrolable. Dios incontrolable, incluso peligroso,
porque llama al hombre a su plena realización y a la independencia de cualquier
tipo de esclavitud. La ética -una ética naturalmente no ideológica - permite,
en mi opinión, crear un equilibrio y un orden social más humanos. En este
sentido, animo a los expertos financieros y a los líderes gubernamentales de
vuestros países a considerar las palabras de San Juan Crisóstomo: "No
compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No
son los nuestros, los bienes que poseemos; son los suyos”.
El Papa ha afirmado que “sería deseable llevar a cabo una reforma financiera que sea ética y produzca, a su vez, una reforma económica saludable para todos. Sin embargo, esto requeriría un cambio audaz de actitud de los dirigentes políticos. Les exhorto a que se enfrenten a este reto con determinación y visión de futuro, teniendo en cuenta, por supuesto, la naturaleza específica de sus contextos. ¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero el Papa tiene la obligación, en el nombre de Cristo, de recordar al rico que debe ayudar al pobre, respetarlo, promoverlo. El Papa exhorta a la solidaridad desinteresada y a un retorno de la ética en favor del hombre en la realidad económica y financiera”.
“La Iglesia, por su parte - ha reiterado- trabaja siempre para el desarrollo integral de cada persona. En este sentido, señala que el bien común no debe ser un simple añadido, un simple esquema conceptual de calidad inferior añadido a la agenda política. La Iglesia anima a los gobernantes a estar verdaderamente al servicio del bien común de sus pueblos. Exhorta a los administradores de las realidades financieras a tomar en consideración la ética y la solidaridad. Y ¿por qué no acudir a Dios para inspirar sus propios diseños? Se crearía entonces una nueva mentalidad política y económica que contribuiría a transformar la dicotomía absoluta entre la esfera económica y la social en una sana convivencia”.
Por último, Francisco ha saludado, a través de los embajadores a las comunidades católicas de sus respectivos países, animándolas a “continuar su testimonio valiente y gozoso de la fe y el amor fraternal enseñados por Cristo. ¡No tengan miedo de ofrecer su contribución al desarrollo de sus países a través de iniciativas y actitudes inspiradas en las Sagradas Escrituras!”.
Ciudad del Vaticano, 16 mayo 2013 (VIS)
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