Refiriéndose a los medios de comunicación social, el Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia dice: «la cuestión esencial es si el actual
sistema informativo contribuye a hacer a la persona humana realmente mejor, es
decir, más madura espiritualmente, más consciente de su dignidad humana, más
responsable, más abierta a los demás, en particular a los más necesitamos y a
los más débiles» (n. 415). Si los miramos desde esta perspectiva, es más que
dudoso que nuestros medios de comunicación sean lo que deberían ser. En cómo
son los medios de comunicación tenemos un problema importante, vinculado al
hecho de que, en muchos casos, no responden como debieran a un criterio
fundamental para su servicio a la sociedad: «Es necesario que toda comunicación
se ajuste a la ley primordial de la sinceridad, de la honradez y de la verdad»
(Pontificia Comisión para los Medios de Comunicación, «Communio et progressio»
17). Y ello en lo que se refiere tanto a los medios privados como públicos,
porque ese principio vale para todos.
No queremos decir con esto que todos los medios de comunicación sean
iguales en este sentido, ni que en bastantes casos no estén aportando cosas
positivas a la sociedad, que sí lo hacen. Queremos decir que necesitamos una
reflexión profunda sobre lo que está ocurriendo en ellos y con ellos, y un
debate social abierto que nos pueda llevar a que mejoren sustancialmente lo que
hoy ofrecen y asuman mucho mejor la responsabilidad social que tienen.
Necesitamos este debate social para afrontar, entre otros, un problema que ha
alcanzado niveles muy preocupantes: muchos medios de comunicación social se
caracterizan hoy por ser muy poco, o nada, plurales, por defender posturas
marcadamente partidistas, por incitar más las posturas viscerales que la
capacidad de razonar y dialogar, por practicar un muy escaso respeto a la
verdad…, en función de los intereses ideológicos, mercantiles o partidistas que
defienden. Parece que todo vale con tal de que predomine el propio y particular
interés y punto de vista, incluido el faltar a la verdad. Este es un mal muy
extendido en nuestra sociedad, que muchos medios de comunicación en lugar de
combatir multiplican. Es grave que esto ocurra en medios privados, pero aún lo
es más que ocurra en medios públicos.
El caso de la Radio Televisión Valenciana es un ejemplo de lo que no es
tolerable en este sentido. Un ejemplo que es noticia estos días pero que, por
desgracia, no es el único caso entre los medios públicos. Se trata de una radio
y televisión públicas regidas desde hace muchos años por un mismo partido en el
gobierno autonómico. En esos años se ha convertido en un aparato de propaganda
del partido, pagado con dinero público, hasta extremos aberrantes. En función
de ese interés partidista se ha hecho una gestión económica escandalosamente
desastrosa y despilfarradora, acumulándose una deuda enorme. Cuando la
situación se ha hecho insostenible, el mismo gobierno ha optado por despedir
trabajadores y lo ha hecho, según los tribunales de justicia, de forma ilegal y
por ello han sentenciado la obligación de readmitir a los despedidos. Entonces
el gobierno ha decretado el cierre de este servicio público. De buscar diálogo
y consenso para reformarlo, tanto para su viabilidad económica como para una
orientación de verdadero servicio público, nada. De asumir responsabilidades,
nada. Lo de siempre: falta de diálogo y falta de honradez.
Es legítimo, necesario y bueno, que existan medios de comunicación con
distintas orientaciones ideológicas (que en la realidad tampoco son tantas por
la concentración en muy pocas manos de la mayoría de medios, lo cual es otro
gran problema). Es bueno que esto sea así desde la iniciativa privada. Pero
ninguna orientación ideológica ni interés particular puede justificar la falta
de respeto a la verdad, que tanto daño hace a la sociedad. Es necesario que
desde la iniciativa pública se ofrezca un servicio público, con medios de
comunicación públicos que se caractericen por su pluralidad, su ser abiertos,
participativos, ejemplo de respeto a la diversidad social en todos los
sentidos. Pero que sean, sobre todo, ejemplo de honradez y veracidad, de
búsqueda de la verdad desde la diversidad, de diálogo… Solo así se podrá
colaborar a crear una opinión pública crítica, informada y formada…, cosas
esenciales para el bien común.
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