El pasado 31 de octubre, el Papa Francisco, recibió en el Aula Pablo VI a
siete mil miembros de la Unión Cristiana de Dirigentes de Empresa (UCID) de la
que forman parte los empresarios católicos que se proponen ser artífices del
desarrollo para el bien común, inspirados, sobre todo, por la Doctrina Social de
la Iglesia. La UCID, que es una asociación eclesial reconocida por los obispos,
concede gran importancia a la formación cristiana y ejerce su apostolado en el
ambiente de trabajo y en la empresa.
En
el discurso que les dirigió el Santo Padre exhortó a los miembros de la UCID a
vivir su vocación empresarial con el espíritu propio de la misionalidad laica,
subrayando que las empresas y los órganos directivos de las mismas pueden
convertirsse en lugares de santificación si todos se esfuerzan en construir relaciones
fraternas entre empresarios, directivos y trabajadores, fomentando la
corresponsabilidad y la colaboración en el interés común. ''Es fundamental -añadió- prestar
una atención especial a la calidad de vida laboral de los empleados, que son el
activo más valioso de una empresa; en particular para promover la armonización
de la vida laboral y familiar. Pienso especialmente en las trabajadoras: el
reto es proteger al mismo tiempo su derecho a un trabajo plenamente reconocido
como su vocación a la maternidad y la presencia en la familia''.
También es importante la responsabilidad de las empresas en la defensa y el
cuidado de la creación y para conseguir un "progreso, más sano, más
humano, más social y más integral".
La
llamada a ser misioneros de la dimensión social del Evangelio en el mundo del
trabajo, la economía y los negocios, implica ''la apertura y la cercanía
evangélica a las diversas situaciones de pobreza y de fragilidad, fomentando
programas de promoción y ayuda''. Pero no se trata solo de beneficencia. ''Es
necesario -reiteró el Papa- orientar la actividad económica en el sentido
evangélico, es decir, al servicio de la persona y del bien común? e incrementar
un espíritu emprendedor de subsidiariedad, para responder juntos a los desafíos
éticos del mercado y, sobre todo al reto de crear buenas oportunidades de
empleo''.
''La empresa
es un bien de interés común -finalizó el Santo Padre- Por mucho que se trate de
un bien de propiedad y gestión privada, por el simple hecho de que persiga
objetivos de interés y de importancia general, tales como el desarrollo
económico, la innovación y el empleo, debe ser protegida como un bien en sí
misma. A esta obra de protección están llamadas en primer lugar las
instituciones, pero también los empresarios, los economistas, los organismos
financieros y bancarios y todos los sujetos involucrados deben actuar con
competencia, honestidad y sentido de responsabilidad. La economía y la ética empresarial necesitan para su correcto
funcionamiento no de una ética cualquiera, sino de una ética que pone en el
centro a la persona y a la comunidad''.
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