Como sabemos, la Pascua es el tiempo más importante del año cristiano.
Comienza el domingo de la resurrección del Señor y dura siete semanas, hasta el
día de Pentecostés. Lo que celebramos en esta fiesta es el fundamento de toda
la vida cristiana. Lo que da sentido a nuestra vida es la fe en la resurrección.
Nos preguntamos cómo vivir hoy, en las circunstancias de nuestro mundo, la fe
en la resurrección; cómo encontramos y como expresamos la resurrección en la
vida concreta de cada día.
Para nosotros los cristianos, la muerte es el
egoísmo, la violencia, el abuso del poder, la corrupción, la injusticia, y
otras muchas cosas que se pueden resumir el palabra “pecado”, además de todas
las consecuencias que el pecado, está teniendo en la vida de las personas y en
toda la humanidad. Y la vida (que dura para siempre) es el amor, la
solidaridad, la justicia y la buena voluntad para solucionar todos los
problemas que van apareciendo en el mundo. Resucita aquella persona, o aquel
grupo de personas, que va superando su egoísmo y va creciendo en el amor y la
solidaridad, y que, además se compromete en construir el mundo que Dios quiere,
un mundo distinto, en el que todos vivamos dignamente; y en el que se respete
la naturaleza que forma parta de la vida de todos.
Nosotros, los cristianos, al
creer en la resurrección, creemos que nosotros podemos resucitar, (podemos
cambiar y transformar nuestra vida, y vivir para siempre después de la muerte)
y, estamos seguros, de que también puede resucitar el mundo en que vivimos, tan
lleno de problemas y con tanto sufrimiento para tanta gente. Y por eso miramos
la vida con esperanza, luchamos y nos comprometemos, porque estamos convencidos
de que la fuerza de la resurrección (la fuerza del amor) es más grande que la
fuerza del egoísmo, que es la que quiere gobernar el mundo (y de hecho lo
gobierna). Jesús comprometió y arriesgó su vida porque creía en la
resurrección.
Nosotros los cristianos, sus seguidores, movidos por el amor de
Jesús, comprometemos y arriesgamos nuestra vida porque, como Jesús, creemos en
la resurrección. Y si estamos dispuestos a sacrificar nuestra vida, con más
razón sacrificamos nuestros bienes, nuestras ideas y lo que haga falta. La
persona que no sacrifica nada, o muy poco, no cree en la resurrección, por lo
menos en la práctica.
Cuando celebramos la Eucaristía, celebramos la muerte y
la resurrección del Jesús; nosotros participamos en ella, y nos unimos a Jesús
que muere y resucita. En la consagración decimos: “Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús”. Participamos en la Eucaristía
para aprender a morir y resucitar, para darlo todo como lo dio Jesús y vivir
esa vida nueva que él nos transmitió en el Bautismo
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