Domingo 2º de Pascua
- 15 de abril de 2012 -
Ahora, los cristianos, estamos en el tiempo más importante del año, la Pascua, que dura 50 días. La Pascua (la muerte y la resurrección del Señor) es lo que da sentido a nuestra vida. Vivir, para los cristianos, es entregar la vida por amor, como la entregó Jesús. Y, entregando la vida por amor, llegamos a vivir otra vida distinta, una vida nueva, resucitamos. Sacrificando la propia vida por amor, es como se resucita, cada uno en particular, y como podemos resucitar el mundo. Eso es vivir, eso es llenar nuestra vida, eso es ser feliz. Por eso es importante que vivamos, el acontecimiento de la Pascua, con profundidad. Hoy hace ocho días que resucitó Jesús, es el domingo de la octava de Pascua, pero continuaremos celebrando, esta Gran Fiesta, hasta Pentecostés, que será el día 27 de mayo.
En el Evangelio que acabamos de proclamar, Juan 20,19-31, Jesús resucitado sorprende, se hace presente en una comunidad llena de miedo, replegada en ella misma, que no se atrevía a nada. Jesús les da la paz, les da el Espíritu Santo, y también les entrega el poder de perdonar los pecados. Se encuentra con ellos para fortalecerles, encargarles una misión. Les encarga que vayan por el mundo, proclamando a los cuatro vientos, que Dios perdona a todos, que Dios ama a todos y que Dios quiere la felicidad para todos. Pero cuando Jesús se encontró con este grupo de amigos, faltaba uno, no estaba Tomás. Y todos le contaron la experiencia que habían tenido, al encontrarse con Jesús. Pero Tomás dijo: “si no lo veo, no lo creo”. Por lo que vemos, parece que, normalmente el encuentro con Jesús, se da, se experimenta, en la comunidad, a pesar de los defectos de esta comunidad. El que está al margen de la comunidad, normalmente, se queda sin experiencia de Jesús….. Y, a los ocho días, volvió a sorprenderles Jesús. Lo primero que hizo fue arreglar las cosas con Tomás. Entonces Tomás no sólo vio, sino que hizo la proclamación de fe más grande de todo el Nuevo Testamento: “¡Señor mío y Dios mío!” Reconoció, la humanidad y la divinidad, en la persona de Jesús. Tomás, al ver a Jesús, creyó. Jesús dice que son más dichosos los que creen sin ver. Unos ven para creer; y otros creen para ver, para experimentar. Según Jesús, se llega más lejos con la fe, que con la vista; una persona y una comunidad, puede experimentar mucho más con la fe que con la vista (la ciencia, la razón, la técnica y todas las cosas espectaculares de este mundo), aunque la vista y todas las cosas que Dios ha hecho y ha puesto en nuestras manos, nos deben servir para aumentar nuestra fe y para acercarnos más a él. No están en contradicción las cosas del mundo, que Dios ha hecho, con la fe, sino todo lo contrario, pero lo importante, en definitiva, es la fe. Y al final del Evangelio, como hemos escuchado, la persona que lo escribió, dice por qué y para qué lo escribió. En primer lugar deja claro que no ha intentado hacer una historia de la vida de Jesús, no ha pretendido contar todo lo que hizo Jesús. Y añade que, el Evangelio, se ha escrito para que creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengamos vida en su nombre. Es decir, que, nosotros los cristianos, encontramos la vida, vivimos de verdad, creyendo en Jesús y viviendo su Evangelio. Que hoy, nosotros, como aquel día los discípulos y Tomás, experimentemos la presencia de Jesús en nuestra reunión, que nuestras vidas se llenen de alegría; que, como ellos, nos sintamos enviados, y, con la fuerza del Espíritu que Jesús nos da, como se la dio a ellos, llevemos a todos el perdón y la paz; y proclamemos ante todos que Jesús es nuestro Señor y nuestro Dios, el único que puede responder a todos los problemas que hoy tiene la humanidad, el único que nos puede ayudar a acabar con la crisis, si nosotros hacemos lo que nos dice.
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