"Ignorar a los pobres es despreciar a Dios" Francisco

jueves, 14 de octubre de 2010

La mano amiga que salvó la vida de Fátima

Carmen Moran

Fátima ya es abuela, tiene dos nietos. Es lo primero que cuenta, por teléfono, desde Zaragoza. Y después dice: "Estoy viva de milagro". Y dice bien: fueron muchas las palizas en la calle por si el alcohol no hubiera hecho ya su parte. En los 55 años de historia de Fátima Saidani hay otra protagonista, María Jesús, la mujer que la arrancó de la muerte. Este relato tiene, por fuerza, que cruzar los destinos de estas dos mujeres: la una, pegada sin remedio a su banco del parque; la otra, empeñada en buscarle cobijo.
"Mi madre me tenía la cabeza loca. Cada día venía contándome historias de Fátima: que si hoy le han dado una paliza, que si ayer tenía sangre, que si no come. Mi madre relevó a una vecina que le bajaba comida a Fátima cada día cuando se fue de vacaciones", dice María Jesús Lucia Cerrada. "Y yo pasaba con mi amiga, cada día, le llevábamos un helado, le preguntábamos qué tal estaba. Ella decía poca cosa, educada siempre, amable, no quería moverse de aquel banco".
Tampoco las piernas le daban para mucho. "Yo cuando estaba casada, en Murcia, con mis tres hijos, ya bebía, y me quedaba dormida, la casa abandonada. Luego salía por la calle a preguntar por mis pequeños". En la memoria de esta argelina, que habla tres idiomas y tiene estudios de enfermería, el alcohol ha dejado muchas lagunas. Pero no olvidará nunca el día en que María Jesús le ofreció un buen baño y ella, por fin, accedió. Jamás volvió al banco, ni a la botella.
Gustavo García Herrero exprimió las reglas del albergue municipal de Zaragoza, que dirige, para que la mujer durmiera en la zona de las duchas, porque no podía andar ni subir a las habitaciones. Allí se instaló un colchón y los transeúntes alojados se cuidaban de que nadie le ofreciera un vino. María Jesús y su amiga Pilar Puyoles iban cada día a bañarla, a cambiarla. En las vacaciones de agosto de 2004 y en los meses que siguieron, María Jesús se pateó medio Zaragoza: médicos que curaron a Fátima, casas de acogida para mujeres, el defensor del pueblo, jueces... Y le tocó llorar alguna vez: de impotencia. Mientras, buscaba a la familia de su nueva amiga. Fátima está ahora en la residencia de ancianos Santa Teresa, de Cáritas, aunque no tenga edad para ello. Todos los centros por donde ha pasado han burlado un poco su normativa interna para que Fátima tuviera cabida: más días de los permitidos, más cuidados de los que se prestan, menos edad de la que se exige... Una red solidaria que ha llenado el álbum de esta mujer de fotos felices: el día en que su hija la visitó en el hospital después de tantos años; los primeros pasos con el andador, homenajes, premios.
Años atrás los vecinos intentaron ingresarla por orden judicial, pero un perito forense decidió que estaba cuerda y en su derecho de seguir pudriéndose en el banco.
"Ahora me aseo sola, hago la cama. María Jesús viene a verme, me trae colonia, crema. Es demasiado buena, no hay dinero para pagarla. Me ha dado la vida". Por eso María Jesús dice que es su hija.
 
 
  
 

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